lunes, 26 de diciembre de 2022

El cuento que no he escrito yo

El año pasado dije que ya no volvería a escribir más cuentos de Navidad y cumplí mi palabra, no lo escribí. Este año, siguiendo mi promesa, tampoco lo he hecho. Doy por terminada, de forma definitiva, la costumbre de escribir un cuento navideño que inicié en el año 2000. 

Sin embargo, este año, alguien o algo, ha escrito el cuento por mí. Por curiosidad, le he pedido a un programa de inteligencia artificial que escriba un cuento navideño, y lo ha hecho en treinta segundos. Todo lo que yo le he indicado es que fuera corto y que los protagonistas del cuento fueran dos personas enfrentadas, dos enemigos de toda la vida. Esa ha sido toda mi aportación.

Os paso a continuación el resultado. No he cambiado ni una coma, lo transcribo tal cual lo ha escrito el programa.

Espero que os guste como si lo hubiera escrito yo mismo, que sé que me tenéis un razonable y merecido cariño.


(NO TIENE TÍTULO)

Era Navidad en plena guerra y dos soldados enemigos, uno de ellos llamado Juan y el otro llamado Pedro, se encontraban en la trinchera enfrente de cada uno. A pesar de estar en medio de una batalla, ambos sentían la magia del espíritu navideño y se preguntaban cómo sería celebrar la Navidad en sus hogares lejanos.

De repente, una granada cayó cerca de ellos y ambos soldados comenzaron a correr en direcciones opuestas. Cuando se detuvieron a tomar aliento, se encontraron cara a cara en un claro en medio del bosque. Sin pensarlo dos veces, sacaron sus armas y se prepararon para el combate.

Pero entonces, algo extraño sucedió. Juan comenzó a tararear una canción navideña y Pedro se unió a él. A pesar de ser enemigos, se dieron cuenta de que tenían más cosas en común de lo que habían pensado. Después de cantar juntos durante un rato, ambos soldados decidieron llamar un alto al fuego por un día y celebrar juntos la Navidad.

Juan y Pedro encontraron un árbol de Navidad cerca y lo decoraron con lo que encontraron en el bosque. Luego, compartieron una pequeña cena y se contaron historias sobre sus hogares y familias. Al final de la noche, se dieron la mano y se desearon felices fiestas.

A la mañana siguiente, ambos soldados regresaron a la guerra, pero la experiencia que compartieron juntos durante la Navidad nunca se les olvidaría. A pesar de las diferencias que los separaban, se dieron cuenta de que todos tenemos más en común de lo que pensamos y que la Navidad es una oportunidad para unirnos y celebrar la paz y el amor.


Vale, no es gran cosa, pero ¿quién escribiría algo así en treinta segundos. Da un poquito de miedo, y esto, en conjunto, es mi cuento de Navidad, un cuento de terror.



sábado, 17 de diciembre de 2022

Mi propósito para el nuevo año


He decidido que este año que viene me voy a hacer viejo. En primer lugar porque creo que los propósitos que nos propongamos han de ser fáciles de cumplir, y en segundo lugar porque empecé a ser joven hace mucho. Ya va siendo hora. 

Por supuesto que podría seguir siendo insolentemente joven todo el tiempo que me dé la gana, experiencia no me falta. De hecho tengo mucho más conocimiento de lo que significa la juventud que cualquiera de veinte y  pocos años. 

Además, he observado que no todo el mundo vale para ser joven. Parece algo sencillo, pero no lo es, incluso muchos jóvenes, por edad, no tienen la menor idea de cómo serlo. No, no basta con tener pocos años, ni con ser atrevido, irreverente y descarado.

El otro día escuché a alguien decir de un tercero, en tono casi de desprecio, que ya tenía treinta y muchos años. ¿Como que treinta y muchos? por muchos que le pongas a los treinta, no llega a cuarenta, y eso, queridos, es una mierda, no es nada. En mi lugar querría ver yo a ese añoso de treinta y muchos.

Estoy harto de oír hablar de la juventud como si fuera el resultado de un gran esfuerzo. Esta idea persistente y machacona aparece sobre todo en publicidad. Mensajes como  "Tú te lo has ganado" "Para gente como tú", "Porque no aceptas las normas", etcétera, nos llegan continuamente identificando juventud con sólo una de sus características.  Pero vamos a ver: "¿Tú te lo has ganado?"¿Pero ganado qué  y por qué? 

Es necesario ser joven con muchísimos años a las espaldas para darse cuenta del engaño.

Tenía un amigo de la infancia, que ya he recordado en otras ocasiones en este blog, que con apenas doce años, decía que estaba deseando ser viejo. ¿Para qué?, le preguntábamos intrigados sus amigos. Entonces,  mientras agitaba un bastón ficticio delante de él  con el que espantaba a imaginarios niños,  respondía con voz impostada: para poder decir "a ver, niñitos, apartad, apartad".

Pues eso, el próximo año, haré lo que mi amigo de la infancia, pero con un bastón real. También buscaré niñitos de verdad, pero me temo que ya no juegan en la calle, como entonces.

Maldita sea, voy a tener complicado esto de ser viejo. La única solución es sustituir a los niñitos por viejos como yo, incluso menos que yo.


Leoncio López Álvarez






viernes, 18 de noviembre de 2022

Muchas gracias, oiga


Quiero dar las gracias. De momento no sé a quién, pero declaro públicamente mi gratitud. 

Sabemos que para encontrar el bienestar, son más importantes las emociones que las razones, y estar agradecido es una de las emociones que nos hace más humanos. O menos, porque lo cierto es que se prodiga muy poco. Quizá yo sea la excepción. Bueno, soy la excepción ahora que he tomado la decisión de agradecer lo que sea a quién sea. Antes era como los demás, un soso. 

Las personas agradecidas son personas felices. Ejemplo que lo explica la mar de bien: imagina estar en una situación terrible, de esas que dices, madre mía la depresión que me va a entrar. Y efectivamente, va y te entra. Con motivos, no es una manía. Vale, pues ahora imagina que viene alguien y te soluciona el problema. Alguien o algo, puede ser una circunstancia, pura suerte, eso da igual. Pues bien, justo en ese momento, en el instante en que ves la luz, la emoción que domina en tu sistema límbico es la gratitud. ¿Y cómo te sientes? Feeeeeliz, te sientes feliz. La felicidad es simultánea con la gratitud. Siempre.

Dicho de otro modo, el sentimiento de gratitud es incompatible con la infelicidad. 

¿Cómo me he dado cuenta de esta realidad incuestionable? Pues muy fácil, observando a la gente infeliz. He mirado, analizado más bien, qué les pasa a los que están amargados todo el día, a los que se quejan por todo, quienes protestan, los que se indignan a la mínima, los que odian... y mi conclusión es que ninguno de ellos está agradecido a nada ni a nadie. Son gente sin este sentimiento fundamental: la gratitud. Ya les puedes hacer lo que se te ocurra para ayudarlos, jamás te darán las gracias. La terrible consecuencia es que pasados los primeros momentos, seguirán siendo infelices.

Haced como yo, buscad a alguien a quién agradecerle algo, y os encontraréis mucho mejor. Un amigo, vuestra pareja, tu colega... sirve hasta un cuñado. 

En este mundo hace falta más gente feliz, o lo que es lo mismo más gente agradecida. El mero hecho de haber nacido en España, por ejemplo, ya es un buen motivo. Aunque muchas veces no lo parezca.


Leoncio López Álvarez

viernes, 21 de octubre de 2022

Paseando a lo loco



Me gusta andar y me gusta andar fantaseando, pensando en mis cosas. Curiosamente, de la misma forma que la ropa y calzado que me pongo para andar por el campo difieren del que utilizo para mis promenades por la ciudad, mis fantasías también son bien distintas. 

Cuando estoy en la montaña, pienso en ideas más abstractas, quizá porque al sentirme al aire libre, mi mente, ilusionada por todo el espacio que se extiende frente a mí, se escapa sin que yo pueda hacer nada. Es como un perro que lleva mucho tiempo encerrado en una casa. 

Sin embargo, cuando ando por la calle, mis pensamientos son más disciplinados, siguen una trayectoria clarísima y obedecen a mis requerimientos. ¿Qué quiero pensar en el punto de ebullición del agua y el calor latente necesario para el cambio de fase? Pues nada, en un periquete me tienes recordando conocimientos oxidados pero imprescindibles a la hora de preparar un te correctamente. 

Esto es un ejemplo, que en honor a la verdad nunca se ha producido, pero ilustra perfectamente hasta qué punto, en mis paseos urbanos, mi mente me obedece, algo que jamás ocurre en el campo.

Últimamente, me estoy dedicando más a las excursiones por las calles de Madrid que por el monte, lo que son las cosas, y para darle emoción, voy a barrios que no conozco, o conozco muy poco. Cojo mi moto, y me voy, por ejemplo a la Vaguada. Aparco dónde se me ocurra y a partir de ahí, empiezo a recorrer calles por las que jamás he estado. Me interno en las zonas menos concurridas o las de mayor tráfico de personas, tanto me da, el caso es caminar por lugares ignotos para mí. O poco gnotos, como he dicho antes. Mucho más estimulante que andar por la Castellana, o Cea Bermudez, lugares pateados hasta la saciedad. 

En estas calles desconocidas, camino imaginando que soy un vecino más de ellas, y si por ejemplo paso por delante del portal número cinco, me dirijo al número treinta y cuatro con decisión, como si yo viviera allí. A ver qué me encuentro.

Pienso en como sería mi vida si realmente residiera en el número treinta y cuatro de la calle Melchor Fernández Almagro, pongo por caso. Me fijo en todo,  a qué restaurantes iría, cuál sería mi papelería preferida, bares... busco si hay algún gimnasio cerca donde acudiría de vez en cuando, de la misma forma que siempre he hecho en cada barrio en los que he vivido. También miro si hay librerías cerca, centros de salud... estudio cada detalle sin que se me pase por alto nada.

Por supuesto, parte de la experiencia, consiste en entrar en algún bar, observar a los parroquianos, lo que consumen, de qué hablan, si hay tragaperras, o televisión... toda información es valiosa para mi cuaderno de campo. He llegado a meterme en algún portal que se encontraba abierto, para respirar el olor de la escalera. Todas las casas tienen un olor especial, y si el portal es pequeño, más especial aún. Un olor que lleva años allí instalado, un olor privado; es un vecino más que vive en todo el edificio. 

Una vez, fui sorprendido por una vecina que sudaba como una cafetera, tratando de subir un carrito de la compra los cuatro escalones que tenía el portal en el que me había metido subrepticiamente. Me preguntó de malos modos, quién era. Por un instante sentí un pánico atroz pero me sobrepuse y con desparpajo le dije que había venido a visitar a un amigo. Me miró sin saber qué decir a continuación y yo me apresuré a ofrecer mi ayuda para subir su carrito y así cortar cualquier iniciativa de hacer otra pregunta. Me lo agradeció a su manera y yo me fui despidiéndome con cortesía.

He vuelto varias veces a ese mismo portal, pero nunca me he atrevido a traspasarlo de nuevo, pero si veo a la señora del carrito, la saludaré como un vecino más.


Leoncio López Álvarez

domingo, 11 de septiembre de 2022

Todo tiene explicación

 



Voy a empezar por las patatas, luego pasaré a las naranjas y terminaré con los ajos. El kilo de patatas se paga a los productores a diez y ocho céntimos y el consumidor, por ese mismo kilo, ya manoseado, paga un euro con cuarenta céntimos. Las naranjas, pasan de quince céntimos a un euro con cincuenta, que ya es exprimir al agricultor, y finalmente, los ajos, llegan al supermercado con un incremento del ochocientos por ciento (800%). Son sólo tres ejemplos, y si pongo más, el resultado es que la cesta de la compra ha subido más de un quince por ciento en lo que va de año, según la OCU. Y no me digan que las patatas, las naranjas o los ajos los traemos de Ucrania, porque no cuela.

Todos estamos de cuerdo en que esto es un disparate, tanto si podemos asumir la subida como si no, más de acuerdo están los que no. También, todos estamos de acuerdo en que alguienes, plural de alguien, se está forrando a base de bien con el rollo de la crisis, la guerra, que si patatín que si patatán y que el Pisuerga pasa por Valladolid. Hasta aquí, todos de acuerdo, supongo. Ahora viene lo bueno.

A yolanda Díaz, se le ha ocurrido, al ver que muchas familias lo tienen crudo a la hora de hacer la compra, poner un tope al forramiento de esos alguienes, al menos en los alimentos básicos (leche, huevos, pan, fruta...). El tope a los precios, ha dejado bien claro la vice, jamás sería impuesto por el gobierno, sino que sería el resultado de reuniones y consecuentes acuerdos, entre las grandes distribuidoras y los consumidores. Simplemente eso: un acuerdo, no se trata de la toma del palacio de invierno y nada tienen que temer los empresarios españoles, todos honradísimos y sobre los que no cae ninguna sospecha de aprovechamiento. Esto sólo va dirigido, y las razones son evidentes, a esos cinco o seis grandes distribuidoras que concentran el 50% del mercado.

La idea, aunque parezca original, no lo es. Ya se ha hecho en Francia. Y se ha hecho con los mismos preceptos anunciados en España: dentro de lo razonable y sobre todo, dentro de la ley. Tampoco tiene nada de original la idea, incluso, dentro de nuestro propio país, pues esto ya se hizo con el precio de las mascarillas (no quiero pensar lo que hubiera pasado si no se le hubiera puesto un límite), y también con la bombona de butano.

Vale, pues, ahora viene lo bueno, ¿preparados?

El sesenta y cinco por ciento de los españoles, estamos a favor de limitar los precios de los productos básicos. ¿Sólo el sesenta y cinco por ciento?, nos preguntamos alarmados muchos de nosotros. Pues sí, porque resulta que el ochenta y seis por ciento de los votantes de Vox están en contra (86%), a los que hay que sumar el sesenta y cinco por ciento de los votantes del PP (65%), y también un reducido cinco por ciento de votantes del PSOE (5%). 

Esta negativa por parte de los votantes de Vox y PP generalizada, sólo se explica si todos son propietarios de las cinco grandes distribuidoras de este país, en cuyo caso entendería perfectamente su oposición y nada que decir, o bien... joder, no se me ocurre otra razón.

Pues nada, felicidades a esos votantes de Vox y PP que además son todos  dueños y accionistas de los "oligopolios", y que sepan que los entiendo perfectamente. Cada uno tiene que defender los suyo.


Leoncio López Álvarez

sábado, 10 de septiembre de 2022

Por ahí mismo.




Hay personas que, en el gimnasio, después de usarlas, dejan las mancuernas  en el suelo sin volver a colocarlas en su sitio. Hay quién deja las botellas fuera del igloo de reciclaje, esperando que el siguiente que llegue, las meta por él (supongo). Son los mismos que dejan pilas de cartón fuera del contenedor que está al lado. 

En los restaurantes puedes encontrar personas que gritan, se ríen de forma excesiva y molesta, o dejan a sus hijos que correteen entre las mesas chillando sin parar. Hay quien habla en voz excesivamente alta por teléfono y está sentado a tu lado.

Algunos conductores se pegan detrás de mí sin guardar la distancia mínima y otros, al llegar a una rotonda y tienen que ceder el paso, apuran sin detener el coche hasta casi rozarme. Los hay que circulan en sentido contrario dentro de un parking, como si eso estuviera recomendado.

Hay quién no devuelve el saludo en el ascensor, quien tira papeles al suelo en los bares (y en la calle) y quien se deja la puerta abierta al salir, que estaba cerrada y bien cerrada cuando entraron. Hay quien trata de colarse en las colas y quien se jacta de sus apaños para no pagar a Hacienda. Es decir, para engañarnos a todos, incluido el que le ríe la gracia.

Hay quien tarda de forma premeditada en salir de su plaza de aparcamiento cuando observa que otro coche está esperando para ocupar su lugar y quien se pone a charlar de sus cosas con el farmacéutico, cuando hay una cola considerable esperando ser atendidos. Hay quien se salta un stop y te mira desafiante cuando le afeas su conducta (tocando el claxon, por ejemplo). Algunos te insultan cuando los regañas por contestar un whatsapp mientras conducen. Hay quien recurre las multas de tráfico aún sabiendo que la multa es merecida. 

También hay asesinos a sueldo, mafiosos, ladrones, timadores, embaucadores, piratas, golfos apandadores, corruptos, carotas, demonios, estafadores (PAUSA DRAMÁTICA QUE APROVECHO PARA TOMAR AIRE)... Bueno, pues ninguno de estos individuos anteriormente citados es merecedor de torturas mayores que los que llaman de parte de Endesa, generalmente a la hora de comer, para hacernos una oferta imposible de rechazar, y cuando se les explica, educadamente, que no interesa, sin decir muchas gracias por el tiempo dedicado,  o que tenga usted buena tarde, ¡VAN Y TE CUELGAN!

Yo si los colgaba, y no voy a decir por dónde.


Leoncio López Álvarez

miércoles, 7 de septiembre de 2022

¿Ése era yo?



Yo, como muchísima gente, tengo una libreta donde voy apuntando lo que se me ocurre en momentos de lucidez con la esperanza de que me sirva para algo en momentos de oscuridad. He dicho que tengo una libreta, pero es mentira, tengo muchas repartidas por lugares estratégicos en los que supuestamente me puede llegar la idea que merezca ser conservada. Tengo libretas de la misma forma que  la gente del campo tiene aljibes, donde almacenan el agua de la lluvia para regar los tomates los días de sequía. O, como aparece en Los viajes de Gulliver, "Durante ocho años se había ocupado de extraer rayos solares de los pepinos, rayos que debían ser metidos en frascos cerrados herméticamente, para ser puestos en libertad y calentar el aire en los veranos crudos e inclementes."

Apunto afanosamente cada idea, expresión, pensamiento, reflexión, incluso diálogos para posibles situaciones divertidas, aunque jamás hago uso de tanto material almacenado. En primer lugar, porque tener mucha información sin clasificar es como no tener nada, y luego, porque en los momentos de apagón me conformo con mi ceguera, esperando que sea pasajera, y ni me muevo.

Pero están ahí, esas libretas están ahí aunque yo trate de ignorarlas. Algunas llevan acumulando frases e ideas desde hace muchos años, las tengo desde mi más tierna madurez. A veces, muy pocas, me miran y entonces, conmovido por su intento de llamar la atención, me da por leer lo que hay en sus paginas, ¿y qué me encuentro? Pues de todo, la verdad. Ideas buenas, menos buenas y malas, lo normal, pero... también aparecen cosas inquietantes, reflexiones que no sé cuándo las he escrito, en qué circunstancias, pero que tienen algo perturbador. 

La razón del desasosiego es que me resultan ajenas, como si las hubiera escrito otra persona que no soy yo. Pero están escritas con mi letra y aparecen en una libreta mía, no hay duda de la autoría.

Son ideas sobre variados asuntos, quizá inmigración, relaciones de pareja, la familia, la amistad... hay de todo, podríamos decir que se trata de mi filosofía privada, y ojo, no es que ponga cosas muy diferentes a lo que opino en la actualidad, básicamente es lo mismo, pero... con diferente matiz. 

Nadie es constante. Somos los mismos que éramos, sólo hasta cierto punto. Somos iguales pero... con diferente matiz. 

La pregunta es, ¿cuál de nosotros es mejor? ¿El de hace quince años o el actual?

Ni idea.


Leoncio López Álvarez

jueves, 18 de agosto de 2022

Discusiones de verano que duran toda una vida

 


Como todos los años por estas fechas, me he hecho un viaje en solitario en mi moto. Amo a mi moto, mi moto me ama y juntos vamos a Alabama. En esta ocasión no ha sido Alabama, sino Corao, un pueblo perdido de Dios y encontrado por el turismo. Es un lugar maravilloso en la maravillosa Asturias y llegué a las cuatro de la tarde. Atención a la hora de llegada porque tiene importancia argumental. 

El pueblo consiste en una hilera de casas dispuestas en una única calle, aproximadamente unas cincuenta, de las que cuarenta y ocho son alojamientos rurales. Hay más hoteles que casas, y es que la vida en el campo se vive mejor ignorando que estás en el campo, o lo que es lo mismo, trabajando en cualquier cosa que no sean las labores de la tierra.

En la primera pasada al pueblo, es decir a la calle, no descubrí "El Espino", que era la casa rural en la que yo había reservado; ni en la segunda ni en la tercera, de modo que decidí hacer lo que no saben hacer los GPS: preguntar.

Vi un bar abierto en una de las casas que no se había convertido en hotel, solamente había llegado a tasca, el género chico de la restauración, y pasé asumiendo que la pregunta me costaría un café, torrefacto, casi seguro. La tascuela tenía una pequeña terraza con tres mesas y sólo una estaba ocupada, por dos personas, dos cafés y dos gin tonics. Se trataba a todas luces, de un padre y su hijo de unos veinte años pasados, discutiendo acaloradamente. Lo que no estaba claro era quién regañaba a quién. 

    -Tienes que escuchar y comprender a tu madre, esa es tu obligación.

Los intentos del padre en la defensa de la familia y de sus reglas fundacionales, no conseguían abrir brecha en el ánimo de  la criatura que replicaba con descaro:

    -Mi madre, con su comportamiento, no solo ha conseguido que no la entienda yo, tampoco la entiendes tú, con la diferencia de que a ti te respeta y a mí no me habla, y casi mejor porque cuando me habla, me insulta.

    -No digas eso.

    -Pues si no digo eso, y digo cualquier otra cosa estaré diciendo una mentira, porque la verdad es lo que acabo de decir.

    -Eres igual que tu madre.

Atención, recordemos que esta escena está teniendo lugar a las cuatro de la tarde. Me tomé mi café, una porquería de cuidado, torrefacto, y salí al exterior con la información precisa que me llevaría a mi hotel rural donde podría descansar de los estragos del viaje.

Salí del local con ardor de estómago y al pasar por delante de la escena paternofilial, deseé en silencio suerte a los contendientes; cogí mi moto, amo a mi moto mi moto me ama, y me fui directo al "Espino" donde me esperaba una larga ducha.

Al cabo de dos o tres horas (no todo el tiempo bajo la ducha, claro), me encontraba descansado, recuperado de las fatigas de más de quinientos kilómetros, fresquito y con ganas de tomarme una cerveza bien fría antes de cenar, que ya sabía yo dónde ir, al pueblo de al lado, más grande y con más recursos gastronómicos.

Me dirigí al bar del café asqueroso sabiendo que una cerveza de barril jamás la ponen torrefacta, por lo que no había nada por lo que temer, y ahora viene lo bueno de la historia. 

Eran las siete de la tarde, ojo. Pues bien, en la terraza de la tasca, lo habéis adivinado, seguían sentados exactamente cómo me los encontré a las cuatro, el padre y el hijo. Seguían en sus mismas posiciones, tanto por su acomodo en la silla, como en sus puntos de vista a cerca de la madre.

    -Si no haces caso a tu madre, serás un desgraciado toda tu vida.

    -Ya soy un desgraciado, por haberle hecho caso hasta ahora.

    -Eres igual que tu madre.

No pude aguantar el drama, que seguía vivo, de modo que volví grupas, cogí mi moto, amo a mi moto mi moto me ama, y salí del pueblo pensando que las disputas entre un padre y un hijo, una vez que empiezan, ya nunca tienen final.


Leoncio López Álvarez


viernes, 5 de agosto de 2022

Asociaciones indebidas




Hay un bar estupendo en Madrid, especializado en fina coctelería, dónde el otro día, sin saber por qué,  me encontraba yo sentado a su barra. No tenía nada claro la opción por la que decidirme, todas las combinaciones que venían en la carta merecían ser la ganadora y todas deseaba. Un martirio. Como estímulo adicional, en una vitrina detrás del barman (en esos sitios no hay camareros, hay bármanes) estaban colocados diferentes vasos y copas conteniendo atractivos bebedizos con unos colores difusos, transparentes, a veces en degradado, que los hacían irresistibles. Serían de cera, pero qué más da. Como acicate complementario a su degustación, casi todos tenían un rizo de cáscara de limón, naranja o mandarina que caía con desgana por el costado. Ni rastro de sombrillitas caribeñas, lo que era prueba evidente del buen gusto del local.

Al poco tiempo llegó un parroquiano que  se puso a mi lado e inmediatamente apareció el barman que se apresuró a recomendarle una de sus especialidades. "zumo de toronja con ron tostado reserva treinta y cinco años, unas gotas de tabasco, otras de angostura, caldo de carne, hojas de no sé qué maceradas en qué sé yo, hielo frapé y una guinda del Rosellón francés recogida al alba y conservada en la cripta de la capilla Rosslyn durante cuarenta días y cuarenta noches", dijo sin despeinarse. El paisano lo miró y con la frialdad que caracteriza a los héroes, dijo sin titubear, así, de seguido: "un botellín Mahou, y unas peladillas".

Ante la contemplación de los molinos de viento en Campo de Criptana, pensar en el Quijote, es una relación que establecemos de inmediato, y no hacerlo casi resulta imposible. Sin embargo, no siempre  el poder de asociación que tiene la mente humana  es tan evidente, a veces sigue unos caminos que vete a saber tú cómo le ha dado por ahí. Yo, testigo directo del episodio que acabo de contar, enseguida lo asocié, mejor dicho, mi mente lo asoció, con otra escena, que es el punto a dónde quería yo llegar, y es la siguiente: me llama mi amigo A para decirme que se casa su hijo. Lo felicito y me pide el teléfono de mi amigo B. "lo tengo", le digo, "te lo mando por whatsapp porque no sé dónde lo tengo, pero lo tengo". "Vale, gracias". 

Fin de la conversación que ha durado menos de tres minutos. Nos despedimos como personas educadas y a continuación busco el teléfono de nuestro amigo B, de la manera convenida, y se lo envío por Watsapp. En seguida recibo su mensaje.

-Gracias, ahora lo llamo para invitarle también a la boda de Albertito.

-Ya me he imaginado que querías su teléfono para eso.

- Por cierto, no te he preguntado antes, ¿tú qué tal estás? Hace siglos que no nos vemos.

- Fenomenal, ¿y tú?

-De maravilla. Cambié de trabajo, ¿no te lo había dicho?

-No, no lo sabía. Me alegro por ti. ¿Y Natalia cómo va, sigue en Ibería?

-Síiii, le encanta lo que hace.

- La das un beso enorme de mi parte.

(...)

Total: después de ponernos al tanto de nuestras vidas con pelos, señales y emoticonos, seguimos guasapeando cerca de treinta minutos largos. Al final nos despedimos con el consabido "bueno tío, nos llamamos y hablamos" "Claro, macho, un abrazote".

Y hasta hoy.


Leoncio López Álvarez

domingo, 31 de julio de 2022

Cosas importantes




                                                            Apunte del cuaderno de campo de Leoncio López Álvarez


El catecismo tiene cosas que no hay quién las entienda; la mayoría. Estoy convencido de que está hecho con ese único propósito: para no ser entendido. Cuando yo era pequeño, se enseñaba el catecismo en los colegios, y digo enseñar y me equivoco, pues eso no era enseñar, ya que nada se aprendía pues nada se explicaba.

El catecismo, lo tenías que aprender de memoria. DE MEMORIA. Estaba estructurado en forma de preguntas y respuestas, y las respuestas no podían ser una libre interpretación a la pregunta, sino que debían ajustarse li-te.ral-men-te a lo que ponía, palabra por palabra. Lógico, a ver cómo respondes a la pregunta "¿Quien es la Santísima Trinidad?", improvisando. O dices, "es el mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero", o todo lo que se te ocurra se queda corto.

Aprenderse de memoria, con ocho años, un librito de unas sesenta páginas, tiene narices, pero esa es otra cuestión.

Me estoy yendo por los cerros de Úbeda, porque mi intención no era hablar del catecismo, sino de los bledos.

Todo el mundo tiene la idea de que los bledos son cosas sin ninguna relevancia, algo que jamás va a importar gran cosa a nadie. La expresión "me importa un bledo", la pronunciamos constantemente, pero sin tener ni idea de qué es un bledo. Es un poco como las respuestas del catecismo, que las recitábamos sin conocer su significado.

Pues bien, que sepáis que los bledos son unas plantas no menos importantes que cualquier otra, incluso más. Tienen un alto contenido en aminoácidos como la lisina y la metionina, así como gran abundancia de minerales fundamentales: magnesio, potasio, sodio, calcio, hierro y fósforo. Por todas estas asombrosas propiedades, el bledo puede estimular los procesos mentales y considerase como un oxigenante cerebral de primera categoría. Quizá, indispensable para retener en la memoria datos absurdos como qué es "el acto de contrición".

Podría añadir que el bledo está especialmente indicado para personas con afecciones intestinales como el síndrome de intestino irritable o la colitis y para los que tienen tendencia a padecer diarreas. Incluso, que debido a sus efectos laxantes, asegura el incremento de deposiciones en estos pacientes, pero francamente, lo veo ya innecesario.

Y no sólo el bledo es una planta saludable, también se llama así el cepillo ese, aplanado, que usan los peluqueros para quitarnos de los hombros los pelos que han quedado después de hacernos un buen corte. Si no fuera por el bledo, los hombres jamás iríamos a que nos cortaran el pelo pues no soportaríamos los picores de los pelillos que siempre se quedan por ahí, y que el bledo, manipulado con certeros golpes de muñeca por el barbero, se encarga de eliminar.

¿Por qué, entonces, decimos "me importa un bledo", como si se tratara de algo de evidente insignificancia? Curiosamente la respuesta está en el catecismo: hemos tomado el nombre del bledo en vano. 

Y así nos va.



Leoncio López Álvarez


viernes, 22 de julio de 2022

Gana Goliat



 

Se habla del poder de la palabra y se dicen cosas, con una bendita inocencia, que casi resulta  emocionante. Pero es patético. Se le otorga a la palabra, en un intento de equiparla con otras armas, una fuerza de la que en este mundo carece.

 Es comprensible la intentona: el oprimido por poderes realmente temibles, con el propósito legítimo de salvar su dignidad en una lucha desigual, sobrevalora la única arma que tiene, para fingir que sus capacidades de destrucción están equilibradas. Ya, y una mierda así de grande.

Ni las ironías más afiladas (como estiletes, vale) hacen nada contra un navajazo de los que te dejan contemplando tus propios intestinos por ahí desparramados, ni los sarcasmos como postas pueden contra un tiro en la rodilla. Todo esto en el mundo de las analogías, claro, sin entrar en el real, con sangre y eso, pero ya me entendéis.

Por mucho que denunciemos en las redes sociales, o salga en artículos publicados en periódicos de gran tirada o lo que se nos ocurra, incluyendo programas enteros en la cadena SER, líder de audiencia, que no paran de decirlo, si un banco, un operador de telefonía, una compañía de gas y electricidad..., o una corporación gubernamental, abusa de nosotros, abusados quedamos.

Cada vez veo más casos de atropellos sin que el ciudadano atropellado pueda hacer absolutamente nada, salvo patalear indignado, y contárselo a sus amigos más cercanos para que lo acompañen en un pataleo solidario. Una voz robotizada te dice que pongas una queja en el teléfono de atención al cliente, que está atendido por un algoritmo. Ya, pero me gustaría hablar con un operador, lo de la queja también, pero de momento quiero hablar, para chillar, que eso seguro que me relaja. Vale, pues espere. 

Esperas toda la mañana hasta que después de muchas llamadas consigues que alguien, que ni pincha ni corta, te vuelva a preguntar qué te ha pasado. Tú se lo cuentas otra vez, como si tuvieras delante al director general de la compañía, sin ser consciente de que te está atendiendo un currito que no tiene ni idea de qué le estás hablando y además le importa un bledo todo lo que le digas. ¿Qué se quiere dar de baja usted? Por mí como si se la pela. ¿Que va a poner una denuncia a la compañía? Dos, mejor ponga dos, mira tú.

Y tú acabas gritando al currito, y el currito te cuelga sin mayores explicaciones dejándote con el insulto en la boca. 

Y ahí acabó todo el poder de la palabra.



Leoncio López Álvarez








lunes, 18 de julio de 2022

Un lío sin sentido



Todos sabemos que hay noticias amargas, besos dulces, corazones negros, y que las palabras frías nunca acompañan a las dulces miradas. Es decir, todos sabemos qué es la sinestesia, como recurso literario. Es muy de escritores y poetas, atribuir sentidos físicos a sensaciones internas, a sentimientos, incluso intercambiarlos, con la intención de que quede bonito. Es un tipo de metáfora, (de hecho, se llama metáfora sinestésica), pero es que además, es una realidad médica que tiene miles de pacientes en todo el mundo.

Quienes sufren la sinestesia, por ejemplo, pueden saborear palabras, de modo que si escuchan "mocasín", sus papilas gustativas reciben el estímulo de melocotones podridos, pollo al ajillo o cualquier otro sabor, que no tiene por qué estar asociado con la palabra en cuestión.

Se trata de una alteración de estímulos y respuestas a causa de una conexión inusual entre dos zonas del cerebro, que no está relacionada con ningún tipo de trastorno psicológico. Por lo visto es más normal de lo que parece, y no se trata de un rasgo adquirido, sino que es innato. 

Hay muchas clases de sinestesia (variaciones de vete a saber cuantos elementos tomados de dos en dos, sin repetición) pero la más común,  es vincular letras y números a colores. La letra "T" es verde, te dirá un sinestésico. Pues vale.

Hace mucho tiempo yo tuve un Camaro que al poner un intermitente sonaba el claxon, si daba al limpiaparabrisas se encendían las luces y para que bajaran las ventanillas tenía que conectar la radio. Era un coche con sinestesia. Al final, le cogí el truco y podía moverme sin ningún problema con él, y lo llevaba a todos los sitios sin equivocarme jamás.

¿A qué viene esto de la sinestesia? Pues muy fácil, a lo de siempre: que el ser humano es desconcertante y nunca dejará de sorprendernos. Menos, si hemos tenido un coche como mi viejo Camaro.


Leoncio López Álvarez






viernes, 1 de julio de 2022

Tal como éramos


 Hace tiempo que no quedo con amigos y esto es motivo de queja por su parte. No me extraña, pues los amigos están, entre otras cosas, para verse y yo hace más de cinco años que no veo a ninguno, quizá ocho o diez... no sé, por ahí anda la cosa, puede que más.  

Cuando llevas tanto tiempo inventándote excusas para no asistir ni a cenas, comidas, cumpleaños, aperitivos, bautizos, bodas y otros eventos sociales, es difícil encontrar una nueva que resulte medianamente convincente, de modo que el jueves pasado, finalmente,  prometí que acudiría a una de sus reuniones. 

Fue traumático. De repente me encontré rodeado de gente muy mayor que me saludaba como si me conocieran de toda la vida, y por lo que deduje, tenían razón, me conocían de toda la vida. Lo que yo no recuerdo es cuando me hice amigo de tanto viejo. Y los temas de conversación... ¡por favor! Era como hablar con un vademecum de medicamentos. Lo que no me explico, a juzgar por sus comentarios y quejas, es que siguieran vivos. 

Esto último no es aplicable a todos, pues alguno había muerto recientemente, según pude enterarme. ¿Te acuerdas de Alejandro, el que te quitó la novia porque él era más joven que tú, hace ya algunos años? (risas de todos los asistentes) Bueno, pues murió la semana pasada. Estuve a punto de decir que me alegraba mucho, por pisarme la novia, que la recordaba como una de las chicas con mejor tipo que he conocido en mi vida, y... que también estaba en la reunión. No la hubiera reconocido en toda una eternidad. ¿Pero qué le había pasado, virgen santa? Me presentó a su marido (a Alejandro lo dejó muchos años atrás), y era el hombre más gordo, calvo y encorvado que cabe imaginar. Era el que presumía de tener una artritis espantosa pero que con pastillas de Ana María Lajusticia, conseguía levantarse todas las mañanas. Un tipo así no encajaba con mi bella Alicia, bueno, en estos momentos sí, por lo que ya he comentado de cómo se encontraba la bella Alicia. Un asco.

Me aparté disimuladamente a un rincón para poder observar en detalle a cada uno de los presentes y mi estupor no hacía si no crecer. Entonces tomé la decisión más sabia del día: salir sigilosamente de ese espantoso lugar lo antes posible.

Lo hice con cautela procurando pasar sin ser visto por el espejo que siempre hay en los recibidores de las casas. Son objetos que si los miras, puedes acabar convertido en piedra, o algo peor: en polvo.


LEONCIO LÓPEZ ÁLVAREZ


sábado, 18 de junio de 2022

Estoy en la higuera

 


La naturaleza no deja de mostrarme su sabiduría con ejemplos que son contraejemplos de lo que aceptamos como natural. Eso que ven en la fotografía, colgando del techo, y de considerable tamaño aunque no se aprecie, es nada menos que un árbol, exactamente una higuera. Yo, si fuera árbol, sería una higuera, además, estoy seguro, de que también estaría al revés. 

Hay cosas inimaginables para unos, y para otros, en cambio, ves que encajan a la perfección. Una higuera colgando del techo, no extraña a nadie, pero todo el mundo vería que eso es algo imposible para un roble. Lo bueno de la higuera es que te puedes esperar de ella cualquier cosa, es un árbol que está como una auténtica cabra. Incluso las que crecen en el suelo y no en el techo, tienen cosas la mar de extravagantes. Por ejemplo, sus frutos, no son frutos sino infrutescencias, que a su vez son consecuencia, no de una flor, sino de una inflorescencia. Lo de los higos y las brevas, ya ni lo cuento, pero ahí está el fenómeno.

Las higueras son célebres por crecer en los lugares más inverosímiles, quizá en la grieta de una roca, o en la pared vertical de un acantilado, pero echar raíces  en la bóveda de las ruinas de unas termas romanas, es lo nunca visto. El presente ejemplar está en Bacoli, muy cerquita de Nápoles, a la entrada, o la salida según se mire, de unas termas de antes de Cristo, como ya ha quedado dicho.

¿Cómo ha llegado a crecer boca abajo? Pues de la misma forma que boca arriba, ya que en nada difiere esta higuera antípoda con otra que tenga los pies en la tierra. Por lo visto da unos higos estupendos y de excepcional calibre, siendo los más sabrosos, como siempre, los que están en la parte más alta del árbol, en este caso,  los más sencillos de coger. Por fin, una higuera que para recoger lo mejor que da, basta con agacharse ligeramente. Hubiera sido el paraíso de Platón y de Aristoteles, entre otros grandes filósofos clásicos de la Antigua Grecia, que como sabemos, eran entusiastas comedores de higos. Y quién no, están buenísimos. Los higos.

La frase, "estar en la higuera", en este caso, añade una nueva dimensión a su significado, haciendo más evidente la analogía buscada. Propongo acuñar la expresión "estás en la higuera de Bacoli" para cuando el caso de distracción del aludido, es de tal magnitud, que exige recurrir a la exageración.

Lo bueno que tiene, por añadir una cualidad más a la higuera referida, es que resulta imposible caerte de ella, y si te caes, porque te has encaramado a sus ramas y luego no ves manera de bajar, subir más bien, te caes para arriba. El porrazo es el mismo porque el suelo está arriba, no vamos a engañarnos, pero en cualquier caso, la experiencia es única. 


Leoncio López Álvarez


jueves, 26 de mayo de 2022

Fumando espera

 


Dejé de fumar hace veintiún años, que se dice pronto. Veintiún años sin pasar por un estanco y según digo esto, me doy cuenta de que los estancos son tiendas totalmente desaprovechadas. Las únicas mercancías que puedes encontrar entre sus paredes,  están todas dedicadas al mismo vicio. Serían más rentables si también pudieras encontrar allí artilugios para satisfacer otras debilidades, así, el multivicioso, en un solo viaje, se podría proveer de todo lo necesario para pasar una tarde estupenda. Pero esa es otra historia.

El caso es que el otro día pasé por delante del estanco que yo solía frecuentar cuando fumaba, y me quedé de una pieza, o dicho de otra forma, me quedé hecho pedazos que parece lo contrario pero es lo mismo. Tengo que decir que el estanco tiene un enorme ventanal desde el que se puede ver desde fuera todo su interior, al menos el mostrador, y por milagro de la refracción de la luz, sin ser visto. Me detuve a mirar, no sé por qué, y  me llamó la atención algo terrible, algo que hizo que se me encogiera el corazón: el dependiente. El dependiente estaba detrás del mostrador, sentado en un taburete alto, con el codo apoyado en una rodilla y la mirada perdida sobre una vitrina con mecheros de todo tipo. 

Parece algo normal en un estanco, ¿verdad? ¿Qué tiene de terrible? Lo terrible... es que se trataba del mismo dependiente que hace veintiún años. Estaba exactamente en la misma postura que solía poner entonces, en el mismo taburete y con la misma mirada, solo que más envejecida, perdida en la misma vitrina. Seguramente, los mecheros ya no fueran los mismos, pero el resto era tal cual.

Ese señor, con el que durante mucho tiempo, quizá otros veinte años,  mantuve una relación casi de amistad, pues lo veía a diario y muchas veces pegábamos la hebra (en un estanco no tiene nada de extraño), seguía en la misma postura, con la misma ropa y en el mismo taburete, que la última vez que fui a comprar un paquete de Camel. 

Echando cuentas, el estanquero llevaba más de cuarenta años haciendo exactamente eso y exactamente de la misma forma. Ocho horas diarias sentado en un taburete mirando una vitrina con mecheros. De vez en cuando entra un parroquiano, cada vez menos, le pide un paquete de cigarrillos, comenta un par de tonterías sobre la actualidad, y a por otros veinte años. Sin moverse de su incómodo asiento, sin apartar la mirada de un montón de mecheros Bic, que visto uno, vistos todos.

No sé por qué, pero me acordé de los zoológicos; bueno, sí sé por qué: ese dependiente era lo más parecido a un oso o a un elefante que había visto en mi vida. Encerrado en un cuchitril, con un montón de gente desfilando por delante de él a diario, que lo miran, le dicen un par de frases cortas y se van. 

Deberían prohibir los zoos para no hacer asociaciones tan terribles. Todos tenemos un estanco en alguna parte de nuestra vida.



Leoncio López Álvarez

martes, 24 de mayo de 2022

Si vais a la Feria del Libro de Madrid...

           


Si tenéis pensado ir a la Feria del Libro del Retiro, y la casualidad determina que paséis el lunes 30 de mayo, entre las 18:00 y las 20:00 horas... ¡Podemos vernos!

Yo estaré, en la caseta 205 detrás de una cola enorme firmando libros, con Javier Pioz, coautor de La sonrisa escondida.





PEEEEEEEERO....

... Si el destino prefiere que sea el miércoles 1 de junio, el día que paséis por la Feria, en tal caso ¡también podemos vernos!

Estaré en la caseta 339 por la mañanita, de 12:00 a 13:00
terminando de gastar la tinta que haya quedado del lunes.




Si no nos vemos este año, no será porque yo no he hecho lo posible...

Leoncio López Álvarez

martes, 26 de abril de 2022

Lentos, silenciosos y ricos.

 


Todos nos emocionamos cuando vemos los campos coloreados por multitud de diferentes flores, porque  anuncian la llegada de la primavera, ¿y a quién no le gusta la primavera? Correcto, pero, ¿qué pasa con otros indicios de la naturaleza, también con título de pregoneros? Me refiero a mis queridos caracoles. Nadie los tiene en cuenta ni comentan lo bonitas que se ponen las praderas, pletóricas de caracoles, con su rastro de babas brillando bajo el sol.

Es un trato desigual e injusto. Los campos se llenan de estos maravillosos gasterópodos en los primeros días del florido mes de abril, y nadie les presta la mínima atención, salvo los lagartos y tortugas que se los comen. También nos los comemos los humanos, aunque algunos tuercen el gesto solo con imaginárselo. Vale, si no te gustan no te los comas, pero tampoco los desprecies. Por ejemplo, ¿por qué no regalar un ramillete de caracoles por san Jordi? Luego el que se los quiera comer que se los coma y el que no, que los ponga en un florero.

Los caracoles son unos animales con una vida interesantísima y totalmente desconocida. Por ejemplo, su esperanza de vida es de siete años ¡Viven la mitad que un gato! 
Ahora tengo dos gatos, pero cuando era pequeño, recuerdo que una de mis mascotas fue un caracol. Lo tuve durante dos años largos y lo alimentaba con hojas de lechuga. Yo creo que era el caracol más feliz del mundo, y probablemente también el más sorprendido. Lo guardaba en una caja de zapatos (en aquella época todo se guardaba en cajas de zapatos o en cajas de galletas), y una mañana, misteriosamente, apareció con la concha rota. Fue uno de los días más tristes de mi infancia. Al poco tiempo murió. Por supuesto le hice un entierro con gran ceremonia y boato.

Desde entonces, mi amor por los caracoles ha continuado incólume, aunque transformado. Ahora en lugar de cuidarlos en una caja de zapatos, los dispongo en una cazuela con los pertinentes aditamentos, y cuando están en su punto, les rindo merecido homenaje en el altar del sacrificio supremo.

Por cierto, muchos se preguntarán, que dónde se meten cuando pasa la primavera, pues en cuanto empiezan los calores desaparecen del paisaje, como las mismas flores, y hemos quedado en que viven siete años. Pues resulta que los caracoles hibernan, tal como hacen los osos. Vale, hibernan, seguirá  el inquieto lector de antes haciéndose preguntas, pero el invierno empieza en invierno, y en junio ya resulta extraño encontrarte con un caracol, ¿entonces, qué pasa durante el verano con ellos? 

Pues francamente, no tengo ni la menor idea, el caso es que están muy ricos. 



viernes, 18 de marzo de 2022

Somos troncos

 



Según he leído recientemente, existen cinco fases diferenciadas del sueño. Aunque para lo que voy a decir sólo me interesa un momento determinado de cuando estamos dormidos, voy a describir rapidísimamente las cinco etapas porque nunca viene de más saber lo que nos pasa durante la tercera parte de nuestra vida. Nada menos.

Fase uno o etapa de adormecimiento. Esta parte mola mucho, es cuando notas que se te están cerrando los ojitos irremediablemente. Mola aunque a veces te ocurra en el momento menos apropiado. A todos nos ha pasado. 

Fase dos, de sueño ligero. Es la que más dura, aproximadamente la mitad del sueño total. A pesar de que la llamen, sueño ligero, puede ser extremadamente profundo. Nuestras pulsaciones bajan una barbaridad, tanto que el cerebro tiene dificultades para contactar con el cuerpo. Cuando esto sucede, envía un impulso para confirmar que ese cuerpo que continuamente está controlando y que ahora parece que se le va, sigue estando ahí y que no pasa nada. Esto resulta escalofriante, pero es así. La repentina sensación que tenemos dormidos de que caemos por un abismo (soñar que caemos), sucede en ese preciso instante. Da miedo, pero el respingo que sufrimos al precipitarnos por el hueco del ascensor onírico, nos salva la vida.

La fase tres dura muy poquito, entre dos y tres minutos, y es la fase de transición al sueño profundo, por lo que yo la llamo la fase chorra.

La fase cuatro, es, como ya he adelantado, de sueño profundo o fase delta. Ocupa el veinte por ciento del sueño total y es muy importante porque es la etapa reconstructiva del sueño. Es cuando nos reponemos, nuestro cerebro se recupera del cansancio del día. También es cuando se secretan las hormonas del crecimiento y otras similares para curar músculos y reparar los daños que se encuentren por los tejidos, y ya que están, supongo que atenderán otros pequeños problemillas que siempre aparecen en un cuerpo que ha estado dieciséis horas danzando por el mundo.

La fase cinco, que todo el mundo conoce, incluso yo, antes de enterarme de todo esto porque no consigo dormir bien, es la fase REM, que es cuando se producen los sueños. Sin duda es la fase más divertida, sobre todo con determinados sueños.

Toda esta introducción me sirve para que todos seamos conscientes de que si el cerebro se desconecta totalmente del cuerpo (fase dos), y luego no se vuelve a conectar de nuevo, el resultado es que palmamos sin darnos cuenta. Así: plas. Esa noche nos quedamos sin fase REM, mala suerte. A cambio nos morimos plácidamente, sin enterarnos, y eso, según en que momento de la vida te pille, es estupendo.

Y ahora viene lo bueno. Como hemos visto, dormir es morir un poquito, es un tiempo que para todos los efectos no cuenta y despertar es como si resucitáramos. Todos los días morimos y todos lo días resucitamos a golpe de despertador.  No lo tenemos interiorizado, pero es así. Por otro lado, cualquier médico, psicólogo, terapeuta y gente bien informada, dicen que lo más importante para vivir bien, es dormir mejor. Es decir, para llevar una vida sana es preciso que su opuesto, morir durante unas horas, se produzca de forma regular y sin tropiezos. Es algo así como si para que nos quede dulce el pastel, le tuviéramos que añadir cada cierto tiempo una cucharadita de sal.

Cuanto mejor morimos por la noche, mejor viviremos por el día. Esta es la conclusión contradictoria que me está obsesionando últimamente, pero me obsesiona mucho más lo de soñar que me caigo por un abismo.  Nunca me ha resultado completamente placentero, pero ahora que sé que se trata de una llamada angustiosa de mi cerebro para ver si su cuerpo (el mío, yo) sigue ahí, es mucho peor. Seguro que cuando me ocurra y me venga esa visión de caída por un precipicio, me la pego irremediablemente contra el suelo. Verás.



Leoncio López Álvarez


viernes, 11 de marzo de 2022

Apocalítico desintegrado




Cuando sucede algo bueno, muchas personas dicen "gracias a Dios".  ¿Cuál es la fórmula homóloga de responsabilidad divina para cuando aparece la catástrofe? Ahora podría decirse, desgracias a dios, estamos en guerra, o a dios desgracias, ha subido la electricidad una barbaridad. Sin embargo esas expresiones no existen, lo que demuestra un partidismo considerable en los que creen en la Divina Providencia. 

Así da gusto, si solo te achacan las cosas buenas y de las malas ya se buscará a otro responsable, puedes estar tranquilo en tu pedestal. Eso les pasa a los dioses, y también a los líderes terrenales. Al menos a los líderes terrenales dictadores, que, por cierto, necesitan la colaboración de la ceguera de sus seguidores, porque si no, tampoco. Como los propios dioses.

Iba a decir que los grandes imperios han nacido a partir de grandes líderes con seguidores obedientes (se puede ser obediente por muchas razones, el miedo es la más extendida), pero como tengo mis dudas no lo digo. Pero hay algo que sí tengo claro, mejor dicho, clarísimo: la democracia no es consustancial al ser humano, o dicho de otra manera, la democracia es antinatural. A los hombres, como a los chimpancés (y a los ciervos, búfalos, leones...) les va más el orden totalitario. Un líder incuestionado, el macho alfa sin competidor (ejemplo Putin). 

La democracia es un sistema de organización social muy sofisticado, demasiado sofisticado para mentes simples. Duele reconocerlo, pero admitámoslo, en conjunto nos comportamos como una gigantesca mente simple. Esto no es óbice, cortapisa o valladar, como decía un profe que tuve, para que individualmente se puedan observar destellos deslumbrantes de genialidad.

¿Dudas? Basta con observar cualquier grupo de guasap, en los que siempre aparecen opiniones que son dictados, o cualquier ciudad, comunidad autónoma, país (nuestro parlamento es un triste ejemplo), continente y, ya puesto, planeta habitado por humanos, para darnos cuenta de que la democracia nos resulta desconocida.

Y ahora estamos en el mejor momento de nuestra historia, porque las democracias, totales o no, que nunca son totales, son de reciente implantación.

Cuando las guerras decididas e iniciadas por el macho alfa correspondiente se libraban a base de mamporros, eran dolorosísimas pero no ponían en peligro la supervivencia del planeta. Ahora, sin que haya evolucionado la mente de los machos alfas, si lo ha hecho la forma de darnos mamporros, y las guerras además de dolorosísimas, ponen en peligro la supervivencia de todos. Aunque no haya ninguna bomba atómica, el hundimiento de la economía global es suficiente para asolar todo el planeta. 

Dicen que durante la guerra, los políticos ponen las armas, los pobres ponen el hambre y los ricos ponen la comida; después de la guerra los políticos recuperan las armas, los ricos hacen negocio y se hacen más ricos y los pobres, cuyo número ha aumentado estrepitosamente, siguen poniendo el hambre.

Soy consciente de la ausencia de unidad en lo que estoy diciendo y de que voy de un lado para otro como gallina sin cabeza, pero es así como me siento. Llevo unos días que me miro en el espejo y me veo con plumas pero sin cabeza; no me conozco, estoy apabullado por todo lo que está ocurriendo.  Mi cerebro aún no ha asimilado la nueva realidad pero intuye que va a ser cada día peor y eso me produce un intenso desasosiego. Miro hacia adelante y me da escalofríos lo que veo. Miro hacia atrás el último par de años y, siendo una mierda, sé que lo que nos espera va a ser peor. 

He llegado a pensar que lo que me ocurre es que he cogido la Covid, y que en mi caso se manifiesta con unos síntomas así de raros. También puede ser que estoy sufriendo las primeras manifestaciones de una enfermedad nueva. Si alguno de vosotros también notáis lo mismo, ya no hay duda: es una nueva pandemia. Lo que nos faltaba.


Leoncio López Álvarez