sábado, 18 de julio de 2020

Entrevista al virus SARS-Co V.2






La regla de oro de las entrevistas, al menos mi regla de oro, es tratar con respeto al entrevistado por muy mal que caiga, pero cómo hacerlo con un virus que ha causado tanto daño a la humanidad. Es una tarea complicada que yo he intentado afrontar con profesionalidad y la suficiente frialdad para no dejarme llevar por las emociones y creo que lo he conseguido. Por otro lado, es bastante difícil romperle la nariz a un virus.
El virus SARS-Co V.2 es el causante de cientos de miles de muertes en los últimos meses en todo el mundo, a lo que hay que sumar la destrucción de la economía, pérdidas de empleos, aumento de la pobreza y calamidades sin límite entre las que hay que considerar, aunque no sea lo más grave que nos ha pasado, haber estado escuchando con exagerada insistencia "resistiré" del Dúo Dinámico.

Hemos quedado en un laboratorio para hacer la entrevista. Él está cómodamente tendido en una placa de Petri y yo me coloco a una distancia prudencial por si las moscas. Como no me acabo de fiar del todo de las intenciones de mi entrevistado, me refugio tras la salvífica mascarilla y una visera que yo mismo me he fabricado con un acetato que compré en Workcenter.
Hemos instalado un ingeniosísimo sistema para hacernos entender que por sus complicaciones técnicas y porque no viene al caso, mejor omito explicar.
Me siento con las piernas cruzadas con mi tablet, donde llevo apuntadas las preguntas, sobre las rodillas, y me imagino a SARS-Co V.2 mirándome con unos ojos malvados y diminutos. Da miedo.
    -Bien –empiezo tratando de disimular mis temores-, ¿cómo quieres que te llame? La nomenclatura elegida por el Comité Internacional de Taxonomía de Virus, es larga y complicada.
    -No te permito familiaridades, así que llámame por mi nombre completo.
Su voz suena fría, aunque sé que no es su voz, sino la del sintetizador que forma parte del sistema de comunicación. Bien elegida por parte de quién lo haya diseñado.
     -De acuerdo, SARS-Co V.2, mi primera pregunta es inevitable, ¿Sabías lo que iba a ocurrir en cuanto infectaras al primer humano antes de infectarlo?
    -Ni idea, la verdad. Yo estaba tan tranquilo en un murciélago sin molestar a nadie… y ya ves la que se ha liado. Aunque me alegro muchísimo de que seáis tan sensibles a mi presencia, no voy a ocultarlo.
    -¿Murciélago? ¿No era un pangolín?
    -Pues vale, pues un pangolín.
Me lo imagino encogiéndose de hombros.
    -Tu respuesta me induce a pensar que no estaba en tus planes causar tanta destrucción.
    -Hombre, a ver si me entiendes, yo no quiero molestar, pero lo que tengo claro es que necesito reproducirme, como todo el mundo, y o me meto en las células del prójimo o ya me contarás tú qué hago. O invado cuerpos o desaparezco. Y los vuestros están muy bien, hermosos, grandes, confortables, con unos pulmones que da gusto invadir y destruir.
Su tono sigue sonando desagradable, no solo por la agresividad empleada sino también por la prepotencia que no puede evitar.
Necesito contraatacar.
    -¿No temes por tu futuro? Sabrás que la humanidad entera está buscando la manera de acabar contigo definitivamente.
Puedo notar que toma aire pacientemente, como si se estuviera estirando antes de contestar.
    -Verás, no te quiero dar malas noticias chaval, pero eso no va a suceder. Yo no tengo que salir corriendo, me basta con mutar. Mira mis primos, por muchas vacunas que salgan, los tíos repiten al año siguiente con mayor virulencia. Cómo me gusta esa palabra: vi-ru-len-cia. Es preciosa.
    -¿No temes a nada?
    -Hombre el alcohol ese que os ponéis en las manos, jode bastante, las cosas como son, pero afortunadamente lo usa muy poca gente.
    -Ya, pero tú sabes que las últimas investigaciones…
SARS-Co V.2 me interrumpe abruptamente dejándome con lo que iba a decir, que era bastante impresionante, en la boca.
    -Mira, mientras haya gente que me tome a cachondeo yo puedo estar la mar de tranquilo, sé que seguiré estando entre vosotros por mucho tiempo.
    -¿Y las vacunas?
    -¿Y las mutaciones?
   -¿Y las ganas que tenemos de acabar contigo?
   -¿Y las ganas que tengo yo de quedarme con vosotros?
   -¿Te crees superior a los hombres?
   -¿Y tú te crees superior a mí?
La entrevista está entrando en un terreno que yo he tratado de evitar desde el primer momento. Sabía que iba a ser difícil pero no sospechaba hasta qué punto. Como manifesté al principio, mi profesionalidad como entrevistador me obliga a mantener ciertas pautas de comportamiento, pero este virus me ha envenenado de verdad, ha conseguido sacarme de quicio.
Me levanto de mi silla de muy mal humor, me ajusto la mascarilla y decido dar por terminada la entrevista. Ha llegado el momento de marcharme, pero antes saco mi botecito de gel hidroalcohólico y le doy una generosa rociada a la placa de Petri.
Según salgo del laboratorio puedo escuchar unos gritos angustiados que hacen que mi gesto cambie de ira contenida a sincera sonrisa de satisfacción.








miércoles, 8 de julio de 2020

Vacaciones de verano







Los tiempos cambian una barbaridad. Esta frase seguramente es una de las más repetidas en la historia de la humanidad desde que nos dimos cuenta de que teníamos la glotis a la distancia apropiada para articular palabras. 
Todo cambia una barbaridad, sí, los veranos por ejemplo, son completamente diferentes a cómo eran no hace demasiado tiempo, pero no solo por su duración menguante, que es lo más evidente, sino por detalles que sólo advierte el observador profesional. Empezamos con las maletas. Lo que nos parece imprescindible ahora, ni sospechábamos que existiera siquiera hace algunos años y otras cosas que nos parecían irrenunciables, ahora ni las tenemos en cuenta. ¿Cabía pensar entonces, pasar unas vacaciones sin máquina de fotos? La única forma de levantar testimonio de los sitios tan maravillosos que visitábamos era a través de las fotografías. En papel. Un rito olvidado, pero antaño, antes de emprender el viaje nos comprábamos una buena cantidad de rollos de fotografía, de 36 exposiciones, para que no quedara momento de felicidad sin capturar. La ilusión tenía su momento de máxima emoción cuando a la vuelta llevábamos los rollos a revelar y pasábamos a recoger las copias en papel una semana más tarde. Siete días esperando el momento mágico de revivir los días de verano. En mi caso, me gastaba más dinero en rollos de fotografía y su posterior procesado que en hoteles. Siempre tiraba en diapositivas y compraba de varias sensibilidades, desde 100 ASA hasta 800, aunque los que más usaba eran los adaptables 400 ASA. Me llevaba un par de cuerpos de máquina y varios objetivos, hasta un carísimo flash, todo ello ordenadamente dispuesto en un primoroso maletín de fotógrafo que por cierto, a medida que avanzaba el día su peso iba siendo mayor. Al final de la tarde, pesaba cerca de la tonelada.
¿Qué queda ahora de todo aquello? Ni rastro. Desde que la fotografía es algo tan sencillo como mandar un whatsapp ha dejado de interesarme ni lo más mínimo. Hago fotos, sí, como todo el mundo con el teléfono, pero luego ni las guardo ni las archivo ni las ordeno, y tengo que confesar que mi toque artístico del que siempre he presumido a la hora de inmortalizar una escena, lo sigo manteniendo sin merma. Cualquiera puede pensar que lo que realmente me gustaba de la fotografía era sufrir con el maletín, pero esa es una visión malintencionada y superficial. Lo que realmente me tenía enganchado era la emoción del día que iba a recoger a la tienda de fotografía todos los carretes convertidos en diapositivas deliciosamente enmarcadas. Recuerdo llegar a casa ilusionado, montar la pantalla, poner todas las diapos (muchísimas) en los carros y… disfrutar de lo lindo con una sesión que duraba horas, pues cada foto era digna de los más variados comentarios.
Sí, los tiempos cambian que es una barbaridad.