Ya sabemos que hay personas de distintas edades, vaya noticia, pero ¿por qué?. Parece una tontería de pregunta pero tiene su enjundia. La respuesta sencilla es que partimos de cero y según va pasando el tiempo todos nos vamos haciendo mayores, cumpliendo años, recorriendo etapas,… Ya, pues no. No es así la cosa, ni mucho menos.
Os voy a contra algo que descubrí el otro día en un transporte público, que además de reducir la contaminación atmosférica, te brinda la oportunidad de observar muy de cerca a tus paisanos sin llamar la atención. Estuve estudiando a cada quisqui que se me ponía a tiro, y aunque al principio no me di cuenta, luego me fijé en algo que aparentemente resulta obvio: de la misma forma que unos son bajos, otros chepudos y alguno con el entrecejo poblado, los hay que tienen veinte años, treintaycinco o cuarenta. ¿Dónde está la sorpresa?, os preguntaréis impacientes, a lo que inmediatamente os voy a responder. El descubrimiento está en que no se trata de una etapa sino de una condición. Sí, la edad es una forma de ser, es algo inherente a la esencia de cada cual, de modo que el que tiene catorce años es que ha nacido así y así llegará a viejo. Toda su vida tendrá el aspecto y el carácter de un adolescente de 14 años, y en el mejor de los casos, si es que llega a vivir mucho, puede pasar a tener quince o dieciseis. Y esto es así para todo el mundo. Hay personas que tienen ochenta años sencillamente porque son así, viejos desde que eran pequeños, que en realidad nunca lo fueron, pues toda su vida la han pasado siendo octogenarios. Al principio de sus vidas, cuando se encontraban con alguien, tanto si era conocido como si no, todo el mundo exclamaba admirado: ¡parece mentira, ochenta años, con lo joven que se le ve a usted! (y tanto, a lo mejor, en ese momento tenía doce). Sin embargo, ya al final, esas mismas personas u otras distintas, qué más da, comentarían que se le ve muy estropeado y con muy mala pinta.
Esto es así y así ha sido desde el principio de los tiempos. La prueba irrefutable es que aparece en la Biblia, palabra de dios, y ya sabemos que Dios no miente. Pablo de Tarso, uno de los inventores del cristianismo, también lo menciona en varias de sus epístolas a los corinitios, que dicho sea de paso, no paraba de escribirles cartas. Habla de la resurreción de los muertos, y de la resurrección de la carne. Son referencias a que el día del Juicio Final todos resucitaremos de nuestras tumbas para desfilar ante el implacable tribunal, y digo yo, que si resucitamos, lo que es un hecho indiscutible, lo haremos con un cuerpo gentil. Ya, ¿pero un cuerpo de qué edad? ¿El que teníamos con veinte años, o el que ya estaba hecho una piltrafa con noventaycinco, que cada vez duramos más? Pues bien, amigos, esta ardua cuestión solo admite una posible respuesta, y es que resucitamos con el único cuerpo que hemos tenido durante toda nuestra mortal vida. Al ser único, no admite otras posibilidades.
Es evidente que mi descubrimiento del otro día está validado por las más altas instancias.
¿Qué os decía yo? ¿Tengo o no tengo razón? Y por si aún queda algún escéptico con la ceja levantada que no acaba de creerme, os dare otra prueba: ¿Alguien puede imaginarse a Rajoy con una edad distinta de la que tiene? Cuando habla, lo hace utilizando expresiones de quien ha sido así siempre. Habla como mi abuela que también tuvo toda su vida ochenta años, y cada dos por tres incluía un “como Dios manda”, para dar solvencia a lo que decía. Además, en el caso de Rajoy os diré que está aún en sus años mozos, vamos que tenemos Mariano para rato.