lunes, 27 de agosto de 2012

Frontera D





Hoy encontraréis mi artiblog (artículo para blog) en otra dirección.

La culpa es de mi amigo Félix (que de vez en cuando se deja ver por estos pagos) colaborador habitual de la revista digital Frontera D, y que me propuso mandar un artículo que respondiera a la pregunta de la sección QUÉ HACER. Dado que en ese momento no tenía otra cosa que hacer, pues lo hice.

Espero que os guste. Está en fronterad.com y la sección se encuentra arriba a la derecha.
Para los que quieren ir al grano, basta con que pinchen aquí


jueves, 23 de agosto de 2012

Banco malo


A mí, esto del banco malo me lo tienen que explicar mejor. En primer lugar, ¿seguro que es un banco? Estoy convencido de que lo llaman así porque no han encontrado otra forma para denominar ese invento, pero de banco nada. Vamos a ver, todos sabemos qué es un banco, y que buenos buenos, no hay ninguno, pero ¿quién va a ser tan imbécil que vaya a guardar sus ahorros, domiciliar su nómina, suscribir un plan de pensiones  o simplemente buscar sartenes en un banco que de momento, todo el mundo está de acuerdo en que es un banco malo, hasta sus fundadores? Es que habría que estar loco.
Yo tengo un primo que es dentista, bastante malo, de esos que te hacen una escabechina irreparable por no menos de 3.000 €, y nunca se le ha ocurrido decir: tengo una clínica mala, o mi consulta es bastante birria. Es más, yo lo veo orgulloso y satisfecho de tenerla y no lo creo capaz de poner en entredicho su profesionalidad. Porque esa es otra, el banco malo estará atendido por cajeros malos, y en el consejo de administración se sentarán malísimos consejeros. Digo yo. Nadie podrá decir, fulanito de tal es un crack de las finanzas, imagínate, ¡es el presidente del banco malo, que va de culo! Por cierto, ¿tendrá una sucursal en cada provincia, como cualquier otro banco, o de puro malo, solo estará la central y gracias?.
Resulta muy confuso llamarlo banco, es evidente, porque además, no debe de ser tan malo cuando hay un montón de gente interesada en él, incluso muy interesada. Muchísimas empresas que están sufriendo de lo lindo por el estancamiento inmobiliario contemplan al banco malo como su única salvación. Una auténtica bendición del cielo, vamos, y nadie del sector (ladrillo) quiere dejar pasar la oportunidad. Todo el mundo está postulando para que el banco malo cuente con él para lo que sea. Los promotores inmobiliarios reclaman su participación y las tasadoras, por supuesto, y las consultoras, y las auditoras y los promotores inmobiliarios. Y lo más llamativo de todo es que los grandes brokers internacionales también quieren entrar a formar parte del negocio, para salvar a España de la hecatombe, obviamente. Algunos presumen de su experienca demostrable en Irlanda. Hasta las cajas de ahorros, que muchas han sido los centros de generación del espanto, quieren entrar a su manera.
No, si al final, el banco malo va a ser un chollazo. Esto no hay quien lo entienda.
Si esto va bien (o mal, qué lío), podíamos trasladar el concepto a otros sectores. Por ejemplo, una fábrica de lavadoras mala, una cadena de supermercados mala, o una central eléctrica mala. Lo que está bien para un banco, no veo porqué no lo va a estar para otro tipo de empresa.
La idea puede extenderse hasta el infinito, verás la que liamos.

lunes, 20 de agosto de 2012

Energía potencial


Recuerdo al profesor de física explicando en qué consistía la energía potencial. Yo estaba en el colegio, que es el sitio donde se debe aprender qué es la energía potencial pues nosotros mismos representamos el mejor ejemplo de lo que eso significa. Imaginaos un arco, decía mi profesor, antes de disparar la flecha. Ese arco puede dar a una manzana, a un árbol, a una gacela en movimiento… hay una infinidad de dianas a su alcance. Tiene energía potencial. Una vez que se ha disparado la flecha, ya no tiene nada. Lo normal es que sea simplemente un intento fallido.
Creo que así explicado, todo el mundo entiende qué es la energía potencial. Por ejemplo, yo, cada vez que juego a la loteria soy potencialmente millonario, aunque la verdad es que no me sirve para nada. Pero me gusta. Tanto, que alargo todo lo que puedo el momento de mirar la lista de los premios, pues así, me siento rico (potencialmente) durante más tiempo. Pues bien, ese mismo profesor, o uno muy parecido, lo debió de tener mi amigo Matías, al que fui a ver el jueves pasado por un asunto que no viene al caso. Era la primera vez que lo visitaba en su domicilio, por lo que cumpliendo con un protocolo del que yo nunca he sido partícipe, me enseñó cada una de las habitaciones de la casa, como si fuera la presentación de los miembros de su familia: aquí está el comedor y eso de ahí, es un aparador que me regaló mi abuela, ahora pasamos al salón donde podrás ver un muble-bar de estilo modernista que compré en un anticuario hace tres o cuatro años en Barcelona. Síguéme por aquí que te voy a enseñar mi despacho,… total, que el bueno de Matías me hizo un recorrido por toda la casa y dejó para el final, lo que el consideraba su objeto de mayor valor.
    -Y este es el paquete –me dijo orgulloso señalando un paquete.
Yo lo miré sin descubrir nada que lo convirtiera en algo extraordinario, por lo que no tuve más remedio que poner cara de pez. Matías descubrió mi perplejidad, y lejos de aliviarla, la intensificó, acercándose el paquete a la cara como si fuera a olerlo y tras acariciarlo, lo depositó sobre la mesa con exagerada suavidad.
    -Lo tengo desde hace un par de años.
   -Fíjate –dije yo, por decir algo, pues no sabía qué decir.
    -¿Sabes qué contiene?
Mi gesto fue elocuente.
   -Yo tampoco –me dijo entusiasmado-.  Es un regalo que todavía no he abierto, ¿no es fantástico? –luego se arrellanó en el sillón y me habló como si fuera mi antiguo profesor de física-. Un paquete sin abrir contiene el mayor tesoro del mundo. Está lleno de magia, de sorpresa y mientras siga cerrado, contendrá lo que tú quieras imaginar. Una vez que le quitas el envoltorio descubres que solo contenía una realidad, casi siempre decepcionante y triste. Se acabó la maravilla.
     -¿Cuándo es tu cumpleaños?
Le hice esa pregunta porque repentinamente me imaginé el regalo perfecto para mi amigo, algo que le haría feliz por mucho tiempo. Se me ocurrió que le regalaría un paquete, sí, pero dentro, pondría otro paquete. Así, aunque lo abriera, seguiría siendo feliz con su contenido.
    -El dos de enero -me dijo. Yo tomé nota.





lunes, 13 de agosto de 2012

Autoridades


El otro día estaba viendo el final de una prueba de los Juegos Olímpicos, y tan final era, que solo llegué a la entrega de las medallas, pero fue revelador. Hasta entonces ese momento me había pasado bastante desapercibido y no había reparado en un hecho que es de suma importancia: ¿quién es el encargado de poner el trofeo a los vencedores? ¿Hay especialistas en poner medallas, de la misma forma que los hay en los cien metros vallas? Pues parece ser que sí, el otro día, ya digo, el misterio me fue desvelado. Después de sonar el himno nacional del merecedor del oro, el comentarista, con tono adecuado a las circunstancias, anunció que las autoridades iban a colocar las medallas a los campeones. Ya está, misterio resuelto, los encargados de colocar las preseas, como les ha dado por decir este año, son las autoridades. Pero ¿las autoridades en qué? ¿Autoridades en física cuántica, en matemáticas? Porque uno es una autoridad en algo, no así, en general. No me imagino a la madre de una autoridad diciéndole a una vecina a la que se ha encontrado en la escalera: 
    -Pues sí hija, el mayor ya ha terminado derecho, la pequeña ha empezado medicina y luego está Pablito que es una autoridad.
O Bien, que Pablito va a estudiar para ser una autoridad. O al mismo Pablito, cuando alguien le pregunta en qué trabaja, que diga:
    -¿Yo?, soy una autoridad.
Luego, me olvido de los JJOO y rebuscando en mi memoria, aparece la imagen repetida en las noticias, desde la época del NODO, en la que siempre, de alguna manera, “las autoridades” hacían acto de presencia. También me acuerdo de que cuando hay un acto público, y vemos una parcela vacía y espaciosa separada con un cordón rojo, generalmente de terciopelo, resulta que está reservada “para las autoridades”. Y digo yo, ¿por qué no llamar las cosas por su nombre y poner directamente, espacio reservado para los políticos?  Porque eso, político, sí se puede ser de forma general, de la misma forma que uno puede ser de forma general cualquier otra cosa a la que se dedique. Pablito es político, y ya está. No hay necesidad de apabullar a nadie. Se es político como se es asesor financiero, no hace falta ir presumiendo de que es una autoridad, título que nadie, salvo ellos mismos, les ha otorgado. Luego, eso sí,  la historia los pone en su sitio, y hablan de don fulano de tal, gran político y pensador de principios de siglo, olvidando por completo el tratamiento de autoridad, que hasta da un poco de miedo. O menganito, político y jurista en el reinado de Alfonso XII. A nadie se le ocurre decir, don fulano, autoridad en el gobierno de zutano, destacó por su nulidad (que a su vez, Zutano sería otra autoridad, claro).
Entonces quedamos, que para evitar que se les suban los humos (solo les faltaba esto), vamos a poner, espacio reservado a los políticos, donde hasta ahora ponía reservado para las autoridades, o mucho mejor, como pone en otros lugares, espacio restringido a personal de obra. A fin de cuentas no paran de repetir lo mucho que trabajan.




lunes, 6 de agosto de 2012

f(x) = senx


Agosto en Madrid, otro agosto en Madrid. Digo, esta vez va a ser diferente, pero sé que no, que por mucho que me empeñe, será como otros agostos anteriores. Entonces me fijo en que esto es una norma universal, y que no sólo me afecta a mí, sino a todo el mundo, y no sólo al mes de agosto sino a cualquier partición convenida del tiempo. Los seres humanos despiezamos el tiempo como quien parte una tarta, y todos los trozos nos salen cuidadosamente iguales, si no, fijaos en que todos los lunes son idénticos. También, un sábado es igual a otro sábado, pero un domingo no tiene nada que ver con un martes. Los días se repiten con disciplinado orden, de la misma forma que las estaciones. Incluso las horas: las 9 de la noche de un miércoles es igual a las nueve de la noche de otro miércoles pero diferente a las nueve de la noche de un viernes, o las doce del medio día del mismo miércoles. Por supuesto, esto es más notorio en fechas señaladas, a nadie se le escapa que entre un día de Navidad y el siguiente y el anterior, no existe ninguna diferencia. Podemos decir que nuestras vidas siguen funciones trigonométricas, son ondas que se propagan siguiendo una pauta cíclica. Un máximo, un punto de inflexión, un mínimo, un máximo, un punto de inflexión, un mínimo,…
Esto es así y tenemos que aceptarlo, diréis todos, pero resulta que no, que se puede hacer algo para conseguir que  cada vez que nos levantemos no sepamos ni donde estamos ni qué va a ser de nosotros. ¿Cómo?, pues la cosa no es nada fácil, la verdad, además entraña sus riesgos, y la cooperación de todos. La idea consiste básicamente, en ir cambiándonos unos por otros, de modo que, por ejemplo,  yo tomo el lunes de otra persona y le cedo el mío, y así sucesivamente. Es decir, un día salgo de casa y entro como siempre a desayunar en la cafetería de la esquina, me siento a una mesa y después de tomarme un café con porras, me levanto y atiendo la mesa de al lado. Entonces, Matías, el camarero, se quita el delantal y acude a mi oficina. Yo después de despachar un par de mesas, me voy con una señorita ejecutiva de una multinacional que ha pedido un cruasán a la plancha y dejo a su acompañante atendiendo la barra que a esas horas se pone imposible. Asisto a una reunión en la que mantengo firme mi postura de no aceptar el plan de marketing presentado, y salgo a la calle, cojo un taxi, pero nada de pasajero como siempre, sino de taxista, y llevo a un señor a Manuel Becerra y ahí lo dejo, con el taxi. Yo subo a su casa, me siento en un sillón comodísimo, tras apartar a un perro de lanas, y su mujer me ofrece una cerveza con unas peladillas que yo acepto encantado.
A la mañana siguiente, ya veremos.