viernes, 28 de junio de 2013

Esta vida es una farsa





Esta vida es una farsa, eso está claro, pero yo me di cuenta, precisamente,  viendo una obra de teatro. Fui a verla con mi mujer y mi hija y desde ese día ya nada es igual.
En la obra aparecían varios personajes, y el protagonista, que era un ser iracundo, huraño y en algunos aspectos muy parecido a cualquiera de nosotros, al menos a mí, no se hablaba con ninguno de ellos. Blas, su perro, era el único que lo soportaba y buscaba sus caricias. No voy a contar qué pasaba sobre el escenario, pues carece de importancia, lo mismo que carece de importancia cualquiera de las otras farsas que se representaban al mismo tiempo en el patio de butacas.
El caso, es que después de la función, mi mujer, mi hija y yo fuimos a tomar algo a un bar y allí nos encontramos con Raúl, mi mejor amigo. Al poco tiempo, llegaron los actores que habían participado en la representación, y con ellos la prueba fehaciente de que la vida es puro teatro. Todos se llevaban de maravilla con el protagonista, justo lo contrario que en la representación, y el perro, que también estaba, era el único que le gruñía cada vez que éste intentaba hacerle una caricia.
Fíjate, le dije a mi amigo Raúl, en la obra era al revés, todos le odiaban y ahora ya ves, le adoran.
     -Y a mi qué me cuentas, imbécil –me contesto Raúl.
La salida de tono de mi mejor amigo me dejó estupefacto y antes de que pudiera responderle ya se había abrazado a mi mujer de forma obscena.
    -Basta ya de representaciones –me dijo- que sepas que yo no soy Raúl, sino Alfredo del Valle, actor, y que he sido contratado por esta mujer para hacer de amigo tuyo de toda la vida.
    -Oye, pues te felicito –le respondí con sincera admiración- yo ni me había dado cuenta de que estabas actuando, lo has hecho muy bien, como un verdadero amigo.
Raúl, o Alfredo del Valle, me agradeció el elogio con un gesto y antes de que pudiera decir nada, mi mujer se soltó de su abrazo y me dijo:
    -Por cierto, ya es hora de que te diga que yo no me casé contigo por amor,  y que ni te amo ahora, ni te he amado nunca,… yo también soy actriz y me contrató tu madre para hacerte feliz. En realidad, Alfredo es mi verdadero marido, y …
Yo ya me esperaba lo peor y lo peor vino, claro.
    -Y …papá, lo siento –mi hija me hablaba sin mirarme a los ojos-. Yo …estoy haciendo un meritoriaje, también soy actriz, bueno, quiero llegar a serlo algún día.
Yo auguré un excelente futuro a la criatura que había representado el papel de hija amorosa tan divinamente, que hasta sacaba buenas notas en el colegio, y me fui con Blas (el perro que también era actor) a contemplar la luna a las afueras de la ciudad.
La noche estrellada, con la enorme luna llena que era de atrezo, servía de telón de fondo.







viernes, 21 de junio de 2013

Gente






Todos tenemos una percepción de nosotros mismos la mar de complaciente (salvo casos de atención siquiátrica), y tanto es así que nos distinguimos claramente del resto, refiriéndonos a los demás, como “gente”. La gente es un conglomerado biológico de proporciones variables que va desde un grupo extremadamente reducido (por ejemplo un par de vecinos con los que coincidimos en el ascensor), a la humanidad en su totalidad (tanto vivos como los que están muertos y remuertos). En cualquier caso, nosotros siempre nos excluimos de ese conjunto al que llamamos gente (con desdén y algo de arrogancia, sí), pero somos los únicos, porque hay varios miles de millones de personas para los que la gente somos nosotros, demostrando claramente su desacuerdo con nuestra valoración. Es obvio que estamos en franca minoría y es terrible, porque una vez que te das cuenta de este hecho estás perdido. A mi me pasó hace bien poco y desde entonces no doy pie con bola (extraña locución que utiliza la gente sin saber por qué dicen eso).
Todo ocurrió en la cola de la charcutería esperando mi turno para comprar unos chorizos criollos. Entonces me fijé en un sujeto calvo y con polo de Fumarel que estaba delante de mi jugando con su numerito del turnomatic, tal como yo hacía con el mío convertido ya en un rulito con infinitas posibilidades de estúpido entretenimiento. Hasta aquí todo estupendo pues mi rulito era infinitamente mejor que el suyo, pero de repente se dio la vuelta y me miró como si yo fuera gente. Con desdén y algo de arrogancia, sí. En una fracción de segundo  pasé de ser el centro absoluto del universo a una insignificante mota de polvo perdida en… la gente. No me gustó nada aquella mirada y de no ser por mi exquisita educación, hubiera saltado sobre él sacudiéndole con un enorme salchichón de Vic que se encontraba momificado sobre el mostrador. Luego me fijé en una pareja que cuchicheaban entre ellos y de cuya conversación pillé un fragmento que aumentó mi desasosiego. No entiendo, le decía él a ella, como la gente puede comprar chorizos criollos con lo ricos que están los de Cantimpalos.
Precisamente se referían al sujeto calvo con polo de Fumarel que acababa de pedir chorizos criollos, pero yo también me sentí aludido. Por cierto, el muy bribón se llevó todos los que quedaban por lo que yo no tuve más remedio que conformarme con los de Cantimpalos y me sentí mucho más gente que antes. De hecho sigo sin entender como la gente prefiere cualquier chorizo que exista al criollo, perfecto en su sabor, equilibrado en los matices de especias y con una textura que solo un secado perfecto puede proporcionar. En fin, la gente hace cosas muy raras y ahora que yo también soy gente, no me queda otro remedio que empezar a hacerlas también.
Empecemos por los chorizos.






jueves, 13 de junio de 2013

Él nunca lo haría








Esta mañana, impulsado por un extraño instinto que no he sabido contener, me he comprado un libro sobre las principales migraciones de la humanidad y ahora lo tengo sobre mi regazo sin saber muy bien qué hacer con él. Me temo que no lo necesitaba y no se si voy a poder leerlo en algún momento, pero ya es tarde, ahora es mi responsabilidad. Aquí está, con sus tapas marrones, enteladas, muy buena encuadernación, impreso en un papel que parece de excelente calidad y sin embargo nada de todo esto es suficiente para que yo me pueda comprometer a estar siempre a su lado. Más bien lo que siento es lástima por él, porque en el fondo no es un libro deseado. Ha sido el producto de un impulso incontrolado, de un arrebato momentáneo y cuyas consecuencias no supe medir bien. Toda una irresponsabilidad. No quiero que mis amigos, mucho menos la madre de mis hijos, descubran lo que he hecho. No quiero ni pensar en lo que diría mi familia, con lo que es (sobre todo por parte de madre), si se enterara de mi debilidad.
El caso es que resulta muy tentador, he estado mirando por encima el primer capítulo y he de reconocer que ha conseguido emocionarme. Lo he abierto, y en letra clara y con un tamaño perfecto, empezaba: Las primeras migraciones del paleolítico constituyen sin ninguna duda el primer proceso efectivo de la expansión humana… ¡por favor, si es que dan ganas de cogerlo y no soltarlo hasta el final! Pero no puedo, se que no puedo, y por tanto es mejor no hacerme ilusiones, tengo que ser fuerte.
Después de comer, le echaré el último vistazo, lo forraré en papel de periódico y con el alma en un puño, lo colocaré con sumo cuidado dentro de una caja de cartón. Por la noche, cuando no me vea nadie, iré hasta la biblioteca de mi barrio y tras dejarlo en la puerta, con un nudo en la garganta, llamaré al timbre y saldré corriendo antes de que abran. Sé que me partirá el corazón y que lo pasaré mal; durante un  tiempo ni siquiera podré dormir aguijoneado por la mala conciencia, pero también sé que eso es lo mejor para él. Ahí será leído con atención y sabrán cuidarlo bien, aunque nunca con tanto cariño como yo le hubiera dado.
Esto me enseñará a no tener más deslices, aunque conociéndome, no se yo…




jueves, 6 de junio de 2013

El astrofísico que era poeta y además otras cosas peores.


Esta semana he estado en Barcelona por motivos de trabajo y este afortunado suceso me sirve como excusa para no haber escrito mi artiblog semanal. En su lugar, como ya he hecho en otras ocasiones, echaré mano de mi cartapacio de apuntes o cuentos, ideas, o insensateces acumuladas a lo largo del tiempo, en busca de algo que me sirva para cumplir con mi compromiso innecesario y voluntario. Y mira tú, hablando con una gente maravillosa que he conocido estos días, entró en la conversación Los Trabajos de Heracles, mi libro de relatos del que ya he hecho uso en otras ocasiones para cumplir con esta absurda e incomprensible manía de subir un artiblog semanal a mi maldito blog, y que una vez más me va a ayudar a salir del trance.
Aquí va.

                                             El astrofísico que era poeta y además otras cosas peores.








El Compás es un lugar extraordinario por muchísimas razones, ya lo he dicho con anterioridad y es posible que aún lo vuelva a decir en más ocasiones. Es un sitio irrepetible, paraíso de tranquilidad, un valle de paz y silencio, el hontanar donde fluyen las cervezas más frescas y apetitosas que podamos imaginar. Es el confortable útero donde dos amigos pueden pasar meses sin salir al agresivo mundo que hay extramuros acogidos por la tibieza de su atmósfera decimonónica.
Un sitio así es inexplicable que siga abierto pues para poder disfrutar de todas esas cualidades es requisito imprescindible que esté poco frecuentado, y eso significa que puede ser una ruina. De hecho, es una ruina y el más conspicuo de sus misterios es que siga abierto. Damián, el más grande de cuantos camareros existen, y por supuesto el menos agobiado por su trabajo, jamás se le ha visto inquieto por la posibilidad del cierre del negocio por lo que me imagino que está al tanto de los secretos que lo mantienen abierto.
En el capítulo de pérdidas, hay que sumar el detalle nada despreciable de que mi amigo Heracles y yo, los mejores clientes y prácticamente los únicos, tenemos la esporádica costumbre de irnos sin pagar nuestras consumiciones con la promesa de arreglar cuentas en momentos posteriores que jamás llegan.
El Edén, El Compás sin duda alguna es el Edén.
En un lugar de estas características jamás aparecen seres  vulgares pues la justicia que mantiene el orden del universo preserva sus mejores rincones de la intrusión bárbara. Pues bien, hay veces que esa justicia  se desvanece, momento que puede ser aprovechado por alguna criatura deleznable para hacer su aparición en el paraíso sin que nadie le haya llamado. Tal cosa sucedió hace tiempo cuando en plena conversación sobre la formación de los cristales, asunto, sin duda, de calado filosófico sólo apto para maestros, apareció el elemento perturbador.
Mi amigo Heracles ponía sobre el tapete la inextricable realidad de las formaciones cristalinas, exponiendo con extraordinaria destreza su punto de vista que consistía básicamente en una majadería sin precedentes.
    -Yo te digo que la única explicación a que un grupo de átomos se una a otros diferentes formando una pared perfectamente lisa, hasta que deciden girar 60 grados exactos, continuar de nuevo juntándose para formar otra pared y volver a girar en el momento oportuno para que después de seis giros la formación resultante sea un prisma de sección hexagonal, es sencillamente porque han decidido entre todos hacerlo así.
   - ¿Quieres decir que los átomos que forman el cuarzo tienen voluntad? –pregunté incrédulo.
    -Resulta obvio, ¿no te parece?
    -¡Y UNA BIERDA COMO EL SOMBRERO DE UN PICADOR DE GRANDE...HIPS... CISCO EN TODO EL BUNDO!
Una voz desagradable empapada en alcohol surgió de algún punto de la entrada. Pronto apareció el propietario de los balbuceos estridentes ataviado con una gabardina llena de enormes manchas, con los bordes desgalichados por un uso mantenido más allá de los límites de resistencia del tejido, y un sombrero tan terrible como el resto. Todo él, en conjunto, parecía el contenido del estómago de una cabra.
Heracles y yo nos miramos sin saber reaccionar ante tan espantosa visión. No podíamos creer que el personaje que teníamos delante fuera real, algo tan extremo no existe en un mundo donde hay coches que te hablan cuando aparcas y si necesitas una ecografía, te la haces con tu propio teléfono móvil.
    -¿Perdone...? –empecé sin ninguna idea de cómo iba a continuar.
    -CHUSMAAAAAA.... SOIS CHUSMAAAAA ¿QUIERES QUE TE MUERDA UN CODO? TENGO UNA DENTADURA PRERFECTA PARA MORDER CODOS, MIRA, DÉJAME QUE TE LO DEMUESTRE....
Horrorizado oculté mi codo todo lo que pude, lo cual no es nada sencillo. Heracles, lejos de la actitud que yo esperaba de él, parecía que se estaba divirtiendo con la idea de que un desconocido borracho me mordiera el codo. Busqué el apoyo de Damián pero tampoco parecía excesivamente interesado en salir en defensa de mi articulación. Al final, ante la insistencia del desconocido y la tibieza de una reacción en bloque por parte de los que yo suponía amigos míos, accedí a ser mordido por el vocinglero intruso. He de reconocer que mostraba una dentadura perfecta, blanca y con todas las piezas de la misma altura. Parecía un anuncio de dentífrico. Finalmente, después de presumir de la naturaleza de su dentición decidió que con la exhibición era suficiente y renunció al bocado. Aliviado, di un sorbo a mi cerveza.
    -Permítanme que me presente –dijo-, pues aunque mi aspecto resulte ofensivo, soy persona de extremada educación  –el cambio en su forma de relacionarse fue impresionante-. Mi nombre es Juan Balbás, profesor de astrofísica y poeta. Más poeta, que astrofísico aunque ambas ocupaciones me mantienen cerca de las estrellas.
    -Encantado, Juan –Heracles siempre tan ceremonioso-. ¿Quieres tomar algo?
    -Quiero beber en las fuentes de la sabiduría, hundir mis labios en el dulce almíbar de la amistad y saborear la comprensión de mis semejantes en pequeños sorbos.... eh, sí, me tomaré una ginebra,  ya que insiste –con increíble agilidad se giró hacia donde estaba Damián-. Por favor, póngame una Hendricks –luego volvió su atención de nuevo hacia nosotros-. sí, me dejo llevar por la moda y ahora la ginebra de pepino hace furor, qué quieren... así es el mundo que nos ha tocado vivir.
    -Astrofísico, poeta, por el aspecto vagabundo y además fashion victim... ¡que extraña combinación!
    -No se dejen llevar por las apariencias, pues mi infortunio nada tiene que ver con mi buen juicio.
Damián, pulcro y puntual, llegó con un vaso ancho en cuyo interior bailaban unos cubitos de hielo que en contacto con la ginebra se estremecieron ruidosamente, y que Juan Balbás, poeta y astrofísico, prácticamente vació de un solo trago. Sus modales acompañaban más a su aspecto que a su pretendida formación.
    -Se preguntarán ustedes, por qué un individuo de mi categoría y sensibilidad, ha llegado a extremos de confundirse con la chusma ignorante de la más baja estofa que uno pueda imaginar, ¿verdad?
    -Sí, resulta chocante. Además ese intento de morderme un codo no es algo que se vea entre gente de bien.
    -Lo comprendo, lo comprendo y si están dispuestos a escuchar la historia que propició tanta desdicha, me entenderán inmediatamente, tanto que querrán invitarme a otra de estas deliciosas ginebras.
    -Somos todo oídos.
    -Pues bien –se aclaró la voz que por efecto de una vida estragada sonaba a cañerías por las que circularan cristales- , en la cátedra de la que yo era titular, de física cuántica, entró hace dos años una joven adjunta que como ya se pueden imaginar enseguida me arrebató el corazón.
    -Estaba claro que tenía que haber por medio una ladrona de corazones – comenté seguro de acertar.
    - Una ladrona, sí, y también un ladrón, pues yo también me hice con el suyo. La criatura se quedó inmediatamente prendada de mí. Enamoradísima, podíamos decir, al menos aparentemente –volvió a aclararse la voz, esta vez con la ayuda de lo que le quedaba de ginebra-. Es lógico, mi inteligencia la deslumbró. No pierdan de vista que yo era el flamante catedrático, con prestigio internacional, opúsculos publicados en todas las revistas de investigación del mundo, autor de varios libros sobre la trascendencia de los taquiones.... ¡yo era un crack!
    -Caramba –comenté sin estar seguro de que la exclamación estuviera a la altura del personaje.
    -Pero de todas las cualidades que me adornan, siendo muchas, lo que más la sedujo, sin lugar a dudas, fue mi inspiración, mi mente poeta.... cada poesía mía la deslumbraba hasta límites nunca imaginados. Cuando yo leía, declamaba –corrigió-, alguno de mis poemas, ella se arrebolaba por la admiración. Verso a verso conquisté su espíritu. Mis palabras mecían nuestras sesiones de amor... ella escuchaba embelesada, yo improvisaba de la mano de Erato estrofas cautivadoras que estremecían su…
    -Perdón -me atreví a interrumpir- , ¿las poesías eran buenas o a ella le parecían buenas?, ya se sabe que una mujer enamorada es público entregado a cualquier insensatez…
    -Pero qué bruto eres –me reprendió mi amigo Heracles.
    -No, no, es lógica la pregunta de su impertinente amigo –admitió el poetastro-, acudir a la solución más sencilla es muy común en cierto tipo de mentes embrionarias, y la pregunta me da pie para comentar que mi amada no sólo era admiradora mía, también apreciaba  la poesía de Shakespeare, Poe, Whitman, Baudelaire, Dickinson… estaba muy familiarizada con los grandes autores universales de todos los tiempos pues la poesía era su afición favorita, tanto que ella misma tenía publicados varios poemarios y había ganado los premios más importantes de la poesía en lengua española, y alguno también en francés. No, amigos, mi amada no se dejaba engatusar por mediocridades.
    -Exigente y difícil, queda aclarado el asunto –resumí, invitando con un grácil gesto de mi mano a que continuara con su relato nuestro esperpéntico invitado.
    -Pues bien, como se pueden imaginar, por muy buen poeta que uno sea, llega un momento en que la inspiración desfallece, se agota el manantial de las metáforas y los hábiles tropos se esfuman dejando calamitosas ocurrencias en su lugar, que hasta embarazo da plasmarlas en el papel.
    -Sí, es como un limón espachurrado del que ya es imposible sacar una gota más de jugo –convine dejando claro que yo también podía mostrar mi lado poeta.
    -Algo así, efectivamente. El caso es que con motivo de su último cumpleaños busqué el regalo que más le podía ilusionar, y como es fácil de intuir, enseguida se me ocurrió que sería una poesía de amor, la mejor de cuantas hubiera escuchado, el obsequio más apropiado.
    -Pero estabas agotado y nada venía a tus mientes –dije con cierta malicia.
    -En efecto, mi cerebro estaba imposibilitado para crear la obra sublime. Después de pasar noches enteras buscando las rimas más bellas, de estrujarme las meninges sin hallar nada que me satisficiera llegué a la terrible conclusión de que nada se me iba a ocurrir porque ya había dado todo lo que mi alma tenía reservado para describir mi amor.
    -Qué angustia tan terrible, tuvo que sufrir un poco, ¿no? 
    -Como una perra. Hasta que se me ocurrió la solución desesperada.
    -Huir a otro país, abandonarla, irse con otra mujer, cambiar de sexo, tatuarse el biceps con una corona de espinas... – dije esperando adivinar el final de la historia.
    -No, qué va. Ojala hubiera hecho cualquiera de esas descabelladas propuestas… hice algo mucho más infame y desde luego más demoledor: plagié la poesía de otro poeta, un tal Antón Limat, autor de las poesías de amor más hermosas que yo haya leído  jamás.
    -Hombre no es para tanto, no me va a decir que por eso lo abandonó, porque es evidente que su amada lo abandonó después de esto.
    -En realidad la abandoné yo, ¿puedo pedirme otra ginebra de pepino?
Sin esperar respuesta, Damián rellenó su vaso con el bebedizo. Yo me inclino a pensar a que lo hizo para que siguiera contando la historia que también había hecho presa en su curiosidad.
    -Gracias… agg está de rechupete –después de limpiarse la boca con la manga de su andrajosa gabardina prosiguió con renovadas energías-. Cuando llegó el día de su cumpleaños recité un soneto de Antón Limat, incluido en su último libro, particularmente bello que describía el estremecimiento del cuerpo durante el acto de hacer el amor. Lo leí con inusual elegancia y sentido del ritmo, he de decir. Acababa con estrambote, soberbio, para glosar el momento del orgasmo –el astrofísico y poeta hizo una pausa para dramatizar el momento-. Ese fue el final de nuestra relación.
    -¿No quedó impresionada? –preguntó Heracles.
    -¿No quedó impresionada? –pregunté yo sin darme cuenta de que ya era innecesaria la pregunta.
    -¿Impresionada?, sí, sin duda la impresionó mucho escuchar esa poesía.
    -Ah, claro –dedujo mi amigo Heracles cuya sagacidad es uno de sus rasgos más llamativos- ella ya había leído anteriormente esa misma poesía.
    -Peor aún: ella la había escrito.
Mi amigo y yo nos quedamos paralizados por la sorpresa mirándonos sin saber qué decir, por lo que continuó hablando nuestro invitado.
    -Antón Limat era uno de los pseudónimos que utilizaba para presentarse a distintos certámenes.
    -También es casualidad.
    -Sí, pero eso no es lo peor.
    -¿Ah, no? –dijimos al unísono Heracles y yo.
    - Lo peor es que ese fantástico soneto, con estrambote describiendo el orgasmo, que acababa de publicar y por tanto de escribir, estaba dedicado a Carlos Peralta, y yo me llamo Juan, Juan Balbás. ¿Qué les parece?
Heracles y yo no dijimos nada. Fue Damián quien se apiadó del pobre muchacho y fue a buscar la botella de ginebra Hendricks que el amargado vagabundo aceptó con entusiasmo.
Por fin la vida le mostraba un lado amable.