Esta semana he estado en Barcelona
por motivos de trabajo y este afortunado suceso me sirve como excusa para no haber
escrito mi artiblog semanal. En su lugar, como ya he hecho en otras ocasiones,
echaré mano de mi cartapacio de apuntes o cuentos, ideas, o insensateces
acumuladas a lo largo del tiempo, en busca de algo que me sirva para cumplir
con mi compromiso innecesario y voluntario. Y mira tú, hablando con una gente
maravillosa que he conocido estos días, entró en la conversación Los Trabajos
de Heracles, mi libro de relatos del que ya he hecho uso en otras ocasiones
para cumplir con esta absurda e incomprensible manía de subir un artiblog
semanal a mi maldito blog, y que una vez más me va a ayudar a salir del trance.
Aquí va.
El astrofísico que era
poeta y además otras cosas peores.
El Compás es un lugar
extraordinario por muchísimas razones, ya lo he dicho con anterioridad y es
posible que aún lo vuelva a decir en más ocasiones. Es un sitio irrepetible,
paraíso de tranquilidad, un valle de paz y silencio, el hontanar donde fluyen
las cervezas más frescas y apetitosas que podamos imaginar. Es el confortable
útero donde dos amigos pueden pasar meses sin salir al agresivo mundo que hay
extramuros acogidos por la tibieza de su atmósfera decimonónica.
Un sitio así es
inexplicable que siga abierto pues para poder disfrutar de todas esas
cualidades es requisito imprescindible que esté poco frecuentado, y eso
significa que puede ser una ruina. De hecho, es una ruina y el más conspicuo de
sus misterios es que siga abierto. Damián, el más grande de cuantos camareros
existen, y por supuesto el menos agobiado por su trabajo, jamás se le ha visto
inquieto por la posibilidad del cierre del negocio por lo que me imagino que
está al tanto de los secretos que lo mantienen abierto.
En el capítulo de
pérdidas, hay que sumar el detalle nada despreciable de que mi amigo Heracles y
yo, los mejores clientes y prácticamente los únicos, tenemos la esporádica
costumbre de irnos sin pagar nuestras consumiciones con la promesa de arreglar
cuentas en momentos posteriores que jamás llegan.
El Edén, El Compás sin
duda alguna es el Edén.
En un lugar de estas
características jamás aparecen seres
vulgares pues la justicia que mantiene el orden del universo preserva
sus mejores rincones de la intrusión bárbara. Pues bien, hay veces que esa
justicia se desvanece, momento que
puede ser aprovechado por alguna criatura deleznable para hacer su aparición en
el paraíso sin que nadie le haya llamado. Tal cosa sucedió hace tiempo cuando
en plena conversación sobre la formación de los cristales, asunto, sin duda, de
calado filosófico sólo apto para maestros, apareció el elemento perturbador.
Mi amigo Heracles ponía
sobre el tapete la inextricable realidad de las formaciones cristalinas,
exponiendo con extraordinaria destreza su punto de vista que consistía
básicamente en una majadería sin precedentes.
-Yo te digo que la única explicación a que un
grupo de átomos se una a otros diferentes formando una pared perfectamente
lisa, hasta que deciden girar 60 grados exactos, continuar de nuevo juntándose
para formar otra pared y volver a girar en el momento oportuno para que después
de seis giros la formación resultante sea un prisma de sección hexagonal, es
sencillamente porque han decidido entre todos hacerlo así.
- ¿Quieres decir que los átomos que forman el cuarzo
tienen voluntad? –pregunté incrédulo.
-Resulta obvio, ¿no te parece?
-¡Y UNA BIERDA COMO EL SOMBRERO DE UN PICADOR DE
GRANDE...HIPS... CISCO EN TODO EL BUNDO!
Una voz desagradable
empapada en alcohol surgió de algún punto de la entrada. Pronto apareció el
propietario de los balbuceos estridentes ataviado con una gabardina llena de
enormes manchas, con los bordes desgalichados por un uso mantenido más allá de
los límites de resistencia del tejido, y un sombrero tan terrible como el
resto. Todo él, en conjunto, parecía el contenido del estómago de una cabra.
Heracles y yo nos miramos
sin saber reaccionar ante tan espantosa visión. No podíamos creer que el
personaje que teníamos delante fuera real, algo tan extremo no existe en un mundo
donde hay coches que te hablan cuando aparcas y si necesitas una ecografía, te
la haces con tu propio teléfono móvil.
-¿Perdone...? –empecé sin ninguna idea de cómo
iba a continuar.
-CHUSMAAAAAA.... SOIS CHUSMAAAAA ¿QUIERES QUE TE
MUERDA UN CODO? TENGO UNA DENTADURA PRERFECTA PARA MORDER CODOS, MIRA, DÉJAME
QUE TE LO DEMUESTRE....
Horrorizado oculté mi codo
todo lo que pude, lo cual no es nada sencillo. Heracles, lejos de la actitud
que yo esperaba de él, parecía que se estaba divirtiendo con la idea de que un
desconocido borracho me mordiera el codo. Busqué el apoyo de Damián pero
tampoco parecía excesivamente interesado en salir en defensa de mi
articulación. Al final, ante la insistencia del desconocido y la tibieza de una
reacción en bloque por parte de los que yo suponía amigos míos, accedí a ser
mordido por el vocinglero intruso. He de reconocer que mostraba una dentadura
perfecta, blanca y con todas las piezas de la misma altura. Parecía un anuncio
de dentífrico. Finalmente, después de presumir de la naturaleza de su dentición
decidió que con la exhibición era suficiente y renunció al bocado. Aliviado, di
un sorbo a mi cerveza.
-Permítanme que me presente –dijo-, pues aunque
mi aspecto resulte ofensivo, soy persona de extremada educación –el cambio en su forma de relacionarse
fue impresionante-. Mi nombre es Juan Balbás, profesor de astrofísica y poeta.
Más poeta, que astrofísico aunque ambas ocupaciones me mantienen cerca de las
estrellas.
-Encantado, Juan –Heracles siempre tan ceremonioso-.
¿Quieres tomar algo?
-Quiero beber en las fuentes de la sabiduría,
hundir mis labios en el dulce almíbar de la amistad y saborear la comprensión
de mis semejantes en pequeños sorbos.... eh, sí, me tomaré una ginebra, ya que insiste –con increíble agilidad
se giró hacia donde estaba Damián-. Por favor, póngame una Hendricks –luego
volvió su atención de nuevo hacia nosotros-. sí, me dejo llevar por la moda y
ahora la ginebra de pepino hace furor, qué quieren... así es el mundo que nos
ha tocado vivir.
-Astrofísico, poeta, por el aspecto vagabundo y
además fashion victim... ¡que extraña combinación!
-No se dejen llevar por las apariencias, pues mi
infortunio nada tiene que ver con mi buen juicio.
Damián, pulcro y puntual,
llegó con un vaso ancho en cuyo interior bailaban unos cubitos de hielo que en
contacto con la ginebra se estremecieron ruidosamente, y que Juan Balbás, poeta
y astrofísico, prácticamente vació de un solo trago. Sus modales acompañaban
más a su aspecto que a su pretendida formación.
-Se preguntarán ustedes, por qué un individuo de
mi categoría y sensibilidad, ha llegado a extremos de confundirse con la chusma
ignorante de la más baja estofa que uno pueda imaginar, ¿verdad?
-Sí, resulta chocante. Además ese intento de morderme
un codo no es algo que se vea entre gente de bien.
-Lo comprendo, lo comprendo y si están
dispuestos a escuchar la historia que propició tanta desdicha, me entenderán
inmediatamente, tanto que querrán invitarme a otra de estas deliciosas ginebras.
-Somos todo oídos.
-Pues bien –se aclaró la voz que por efecto de
una vida estragada sonaba a cañerías por las que circularan cristales- , en la
cátedra de la que yo era titular, de física cuántica, entró hace dos años una
joven adjunta que como ya se pueden imaginar enseguida me arrebató el corazón.
-Estaba claro que tenía que haber por medio una
ladrona de corazones – comenté seguro de acertar.
- Una ladrona, sí, y también un ladrón, pues yo
también me hice con el suyo. La criatura se quedó inmediatamente prendada de
mí. Enamoradísima, podíamos decir, al menos aparentemente –volvió a aclararse
la voz, esta vez con la ayuda de lo que le quedaba de ginebra-. Es lógico, mi
inteligencia la deslumbró. No pierdan de vista que yo era el flamante
catedrático, con prestigio internacional, opúsculos publicados en todas las
revistas de investigación del mundo, autor de varios libros sobre la
trascendencia de los taquiones.... ¡yo era un crack!
-Caramba –comenté sin estar seguro de que la
exclamación estuviera a la altura del personaje.
-Pero de todas las cualidades que me adornan,
siendo muchas, lo que más la sedujo, sin lugar a dudas, fue mi inspiración, mi
mente poeta.... cada poesía mía la deslumbraba hasta límites nunca imaginados.
Cuando yo leía, declamaba –corrigió-, alguno de mis poemas, ella se arrebolaba
por la admiración. Verso a verso conquisté su espíritu. Mis palabras mecían
nuestras sesiones de amor... ella escuchaba embelesada, yo improvisaba de la
mano de Erato estrofas cautivadoras que estremecían su…
-Perdón -me atreví a interrumpir- , ¿las poesías
eran buenas o a ella le parecían buenas?, ya se sabe que una mujer enamorada es
público entregado a cualquier insensatez…
-Pero qué bruto eres –me reprendió mi amigo
Heracles.
-No, no, es lógica la pregunta de su
impertinente amigo –admitió el poetastro-, acudir a la solución más sencilla es
muy común en cierto tipo de mentes embrionarias, y la pregunta me da pie para comentar
que mi amada no sólo era admiradora mía, también apreciaba la poesía de Shakespeare, Poe, Whitman,
Baudelaire, Dickinson… estaba muy familiarizada con los grandes autores
universales de todos los tiempos pues la poesía era su afición favorita, tanto
que ella misma tenía publicados varios poemarios y había ganado los premios más
importantes de la poesía en lengua española, y alguno también en francés. No,
amigos, mi amada no se dejaba engatusar por mediocridades.
-Exigente y difícil, queda aclarado el asunto
–resumí, invitando con un grácil gesto de mi mano a que continuara con su
relato nuestro esperpéntico invitado.
-Pues bien, como se pueden imaginar, por muy
buen poeta que uno sea, llega un momento en que la inspiración desfallece, se
agota el manantial de las metáforas y los hábiles tropos se esfuman dejando
calamitosas ocurrencias en su lugar, que hasta embarazo da plasmarlas en el
papel.
-Sí, es como un limón espachurrado del que ya es
imposible sacar una gota más de jugo –convine dejando claro que yo también
podía mostrar mi lado poeta.
-Algo así, efectivamente. El caso es que con
motivo de su último cumpleaños busqué el regalo que más le podía ilusionar, y
como es fácil de intuir, enseguida se me ocurrió que sería una poesía de amor,
la mejor de cuantas hubiera escuchado, el obsequio más apropiado.
-Pero estabas agotado y nada venía a tus mientes
–dije con cierta malicia.
-En efecto, mi cerebro estaba imposibilitado
para crear la obra sublime. Después de pasar noches enteras buscando las rimas
más bellas, de estrujarme las meninges sin hallar nada que me satisficiera
llegué a la terrible conclusión de que nada se me iba a ocurrir porque ya había
dado todo lo que mi alma tenía reservado para describir mi amor.
-Qué angustia tan terrible, tuvo que sufrir un
poco, ¿no?
-Como una perra. Hasta que se me ocurrió la
solución desesperada.
-Huir a otro país, abandonarla, irse con otra
mujer, cambiar de sexo, tatuarse el biceps con una corona de espinas... – dije esperando adivinar el final de la historia.
-No, qué va. Ojala hubiera hecho cualquiera de
esas descabelladas propuestas… hice algo mucho más infame y desde luego más
demoledor: plagié la poesía de otro poeta, un tal Antón Limat, autor de las
poesías de amor más hermosas que yo haya leído jamás.
-Hombre no es para tanto, no me va a decir que
por eso lo abandonó, porque es evidente que su amada lo abandonó después de
esto.
-En realidad la abandoné yo, ¿puedo pedirme otra
ginebra de pepino?
Sin esperar respuesta,
Damián rellenó su vaso con el bebedizo. Yo me inclino a pensar a que lo hizo
para que siguiera contando la historia que también había hecho presa en su
curiosidad.
-Gracias… agg está de rechupete –después de
limpiarse la boca con la manga de su andrajosa gabardina prosiguió con
renovadas energías-. Cuando llegó el día de su cumpleaños recité un soneto de
Antón Limat, incluido en su último libro, particularmente bello que describía
el estremecimiento del cuerpo durante el acto de hacer el amor. Lo leí con
inusual elegancia y sentido del ritmo, he de decir. Acababa con estrambote,
soberbio, para glosar el momento del orgasmo –el astrofísico y poeta hizo una
pausa para dramatizar el momento-. Ese fue el final de nuestra relación.
-¿No quedó impresionada? –preguntó Heracles.
-¿No quedó impresionada? –pregunté yo sin darme
cuenta de que ya era innecesaria la pregunta.
-¿Impresionada?, sí, sin duda la impresionó
mucho escuchar esa poesía.
-Ah, claro –dedujo mi amigo Heracles cuya
sagacidad es uno de sus rasgos más llamativos- ella ya había leído
anteriormente esa misma poesía.
-Peor aún: ella la había escrito.
Mi amigo y yo nos quedamos
paralizados por la sorpresa mirándonos sin saber qué decir, por lo que continuó
hablando nuestro invitado.
-Antón Limat era uno de los pseudónimos que
utilizaba para presentarse a distintos certámenes.
-También es casualidad.
-Sí, pero eso no es lo peor.
-¿Ah, no? –dijimos al unísono Heracles y yo.
- Lo peor es que ese fantástico soneto, con
estrambote describiendo el orgasmo, que acababa de publicar y por tanto de escribir, estaba dedicado a
Carlos Peralta, y yo me llamo Juan, Juan Balbás. ¿Qué les parece?
Heracles y yo no dijimos
nada. Fue Damián quien se apiadó del pobre muchacho y fue a buscar la botella
de ginebra Hendricks que el amargado vagabundo aceptó con entusiasmo.
Por fin la vida le mostraba
un lado amable.
¡Cómo es la vida! ¿eh? Menos mal que algunos como tú saben pintarla y podemos reconocerla.
ResponderEliminarMe lo he pasado como los indios leyendo este post.
¡Hasta pronto!
Muchas gracias Molina de Tirso, haré todo lo posible para que siga siendo así.
ResponderEliminarPues yo me lo he pasado igual o mejor que Molina de Tirso. Es más, casi que prefiero que viajes y trabajes mucho para poder disfrutar más a menudo de los trabajos de Heracles. Sin desmerecer los artiblogs, por supuesto. O, mejor aún, lo publicas y podremos leerlo siempre que queramos.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias, Mazcota, resulta muy halagadora tu benevolencia. En realidad Los Trabajos de Heracles fueron publicados hace tiempo en edición digital por una editorial que a los dos meses quebró. Prefiero no preguntarme hasta qué punto mi libro contribuyó a su ruina. También ignoro cuántos ejemplares se vendieron, aparte de los que compraron mis dos o tres amigos más comprensivos, pero a mi jamás me llegó un céntimo. Gracias a este suceso aparentemente desgraciado, puedo echar mano de sus relatos cuando estoy muy liado para buscar otros nuevos, y ganarme comentarios tan condescendientes como el de Molina de Tirso y el tuyo.
EliminarGracias de nuevo.