El escepticismo científico es una postura al alcance
de cualquiera, no se precisa ningún título académico. Basta con elevar una ceja
en clara señal de duda ante hechos dados por válidos sin que existan pruebas
empíricas suficientes que validen su veracidad. Yo soy un gran escéptico, científico y de todo tipo, por
eso me encantan las historias que desmitifican viejas creencias. Digamos que
hago colección, por eso, mis amigos cuando se enteran de alguna historia que
echa por tierra algún mito, inmediatamente me la mandan como prueba de cariño.
A veces, cuando la historia es magnífica, se la reservan para el día de mi
cumpleaños sabiendo que van a acertar con el regalo. Hoy he recibido una de las
buenas sin ser mi cumpleaños ni nada; mi agradecimiento no tiene límites.
Se trata de una de esas historias desmitificadoras
que más ilusión me hacen, pues son el contraejemplo de una creencia que resulta
humillante para alguien, en este caso para los perros. Resulta que todo el
mundo piensa que los perros mantienen una relación con sus amos de excesiva
entrega, tanta que hasta llegan a perder la dignidad. Vale que hay casos de
animales maltratados que después de lamerse sus heridas vuelven con sus amos,
pero la existencia de sucesos aislados no puede servir para generalizar y decir
que los perros carecen de amor propio y luego añadir que su sumisión al amo es
enfermiza. Por eso, las historias que cuentan lo contrario, que hablan de
perros que saben cómo mantener su honor canino con gallardía ejemplar, hay que
airearlas para derrumbar el viejo mito sobre el perro tontorrón entregado sin
límites a los caprichos de un amo injusto y cruel. Tal es el caso el de la
historia que viene a cuento.
Se trata de un golden retriver, uno de los perros más
listos que hay, que recorrió la nada desdeñable distancia de 100 kilómetros
solo para morder a su dueño que le hizo una perrería. Una molestia que solo te
tomas si posees un gran sentido de la dignidad. Resulta, que el dueño del
animal, decidió que sus vacaciones en la playa estarían mucho mejor si no
tuviera que estar pendiente de su viejo amigo, y cuando iban los dos juntos
camino de su destino vacacional, cometió la tropelía: abandonó a su perro en
una gasolinera. Qué gran equivocación, y por otro lado qué vulgar. El perro,
una vez superado el desconcierto, puso patas sobre el asunto y siguió el rastro
hasta llegar a un pequeño pueblo de la costa. La venganza hay que planearla
cuidadosamente; una mañana, el golden retriver se presentó en la playa donde el
imbécil de su amo se entretenía jugando
a las palas. En cuanto vio a su perro fue corriendo hacia él, esperando
que el animal se abalanzara a sus brazos moviendo la cola con el perdón en sus
babeos y una sonrisa tonta dibujada en los belfos, pero lo que se encontró no
fue precisamente lametazos de amor desmedido. El perro lo esperó con el labio
superior fruncido y a continuación le lanzó un certero mordisco, así, ñaca, sin
ensañarse, justo un bocado para dejar claro lo que él pensaba sobre los amigos
que te dejan abandonado en una gasolinera. Después, el altivo animal se dio
media vuelta y desapareció por el mismo camino por el que había venido dejando
atrás al capullo del exdueño esperando que llegaran los servicios de socorro
para atenderle. La venganza se había cumplido y el honor canino estaba a salvo.
Ese magnifico perro, según cuenta la noticia que me
han regalado, no podía evitar poner cara de perro abandonado por lo que fue
inmediatamente acogido por una familia que lo encontró caminando por el borde
de la carretera.
Esta familia es muy afortunada pero más vale que
sepan cuidar de su nuevo miembro o pagarán las consecuencias.
Una historia maravillosa.