Muchas veces estamos en un sitio, pero en realidad
estamos en otro. El lugar habitual al que acudimos cada vez que nos ausentamos
es a las Batuecas, aunque también solemos frecuentar Babia, y en casos extremos
nos vamos a las nubes o directamente a la Luna, como yo, mi lugar preferido
para estar cuando no estoy.
Las Batuecas, por cierto, es un lugar maravilloso,
entre Salamanca y Ciudad Rodrigo, apartado y extraño cuyos habitantes tenían
fama, bien ganada supongo, de ignorantes. Luego llegó la modernidad y dejaron
de serlo pero el sambenito ya no hay quien se lo quite. Hartzembuch escribió en
1843 una comedia en verso y prosa con el título de Las Batuecas en que aparecían sus habitantes “los batuecos” como
individuos rústicos, que no tiene nada de malo, y atrasados, que sí lo tiene.
Babia también va por el mismo camino, de hecho no hay
que desviarse mucho para llegar a esta comarca apartada de León, que es de una
belleza sublime. Sus habitantes, hace mucho, cuando estaban, se dedicaban al
pastoreo, pastoreo trashumante,
razón por la que en realidad no estaban. Enseguida se bajaban a
Extremadura acompañados de sus enormes mastines y de ahí viene la expresión
“estar en Babia”, pues tanto echaban de menos a su tierra natal que aún cuando
se encontraban en la otra punta del mundo, es decir Extremadura en aquellos
tiempos, seguían en Babia a juzgar por su expresión ausente.
Pero me estoy yendo por los Cerros de Úbeda, lugar
que también merecería comentarios, para llegar al metro, que es el motivo
inspirador del presente artiblog.
Me he fijado en que la mayor parte de los viajeros
del metro están a miles de kilómetros de distancia de donde se encuentran. Eso
es porque consideran que el tiempo que pasan en el metro no merece la pena y se
ausentan a otros lugares más apetecibles. A Babia, las Batuecas o donde sea. Un
porcentaje enorme va escuchando una música malísima como si su cerebro
estuviera sorbiendo mierda almacenada en sus móviles a través de los cables de
los auriculares. Como si fuera una pajita, sí. El volumen es altísimo, por eso
sé qué tipo de música les llega.
Otros, mejor dicho otras, porque hay más mujeres que
lo hacen, leen con atención el último libro que alguien les ha regalado. Se
nota que es un regalo porque lo han forrado para que nadie sepa que se trata de
un bestseller, y ya sabemos que la
gente solo regala bestseller. Nadie se arriesga a comprar una novela escrita
por un autor desconocido, razón por la cual, los escritores conocidos cuando
llegan a cierto nivel, da igual lo que escriban, lo van a vender igual tanto si
es una obra maestra como si es la misma mierda que circula por los auriculares
musicales. Dentro de este razonamiento se encuentra perdido el momento en que
un escritor desconocido deja de serlo y se convierte en otro conocido, pero eso
lo dejo para otro momento; bueno, probablemente no lo trate jamás, no nos
engañemos.
El candy crush y otros juegos igual de tontorrones,
es también uno de los lugares visitados por los viajeros de metro que se niegan
a permanecer en sus sitios.
La conclusión evidente es que a nadie le gusta viajar
en metro. Me quedo preocupado porque a mí si me gusta.
leonciolopezalvarez.eu
¿Por el paisaje?
ResponderEliminarCreí que eras más literario que literal.
EliminarEn realidad yo tampoco suelo coger el metro (dónde vivo no es una buena opción), la última vez fue hace bastante tiempo pero he de confesar, y quizá sea por la escasa frecuencia con que lo utilizaba, que sabía cómo sacar partido de ese momento. Tenía un no sé qué de qué sé yo. La próxima vez que suba al metro me llevaré el "Gravitation" de Einstein por si me encuentro con el amigo de Heidegger, faltaría más. ;-))
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