lunes, 21 de febrero de 2022

Con buena función de onda




Siempre que encuentro algo sobre mecánica cuántica lo leo a sabiendas de que no voy a entender absolutamente nada. Richard Feynman, premio Nobel de Física en 1965, exequo con otros dos colegas, dijo que le habían dado el Premio por unas teorías que ni él mismo conseguía comprender. Sería impensable que alguien que hace este tipo de declaraciones no sea además un excelente divulgador. Feynman lo era, por supuesto. Normalmente, los buenos divulgadores tienen un sentido del humor muy desarrollado, mientras que los malos, aún poseyendo los mismos conocimientos, o tal vez más, que los buenos, no lo tienen y sus escritos resultan pesadísimos. 

La mecánica cuántica explicada sin fórmulas matemáticas es de las lecturas más entretenidas que existen, tienen una imaginación desbordante. Naturalmente, su estudio es harina de otro costal; una cosa es leer teorías y otra muy diferente estudiarlas, comprenderlas y elaborarlas.

A mí, la mecánica cuántica me parece respecto de la física, lo que la mitología respecto de la historia. Son historias fantásticas que no se puede creer nadie, pero que contienen una lógica tan ilógica, que resultan fascinantes. Por ejemplo: ¿es o no es fascinante que dos partículas que están separadas años luz puedan comunicarse? ¿Increíble, verdad? Pues será increíble pero  ha sido comprobado en diferentes laboratorios, vete a saber cómo. Einstein se refería a este fenómeno como "la espeluznante acción a distancia",  "the spooky action at a distance". Para él tenía que ser realmente espeluznante pues iba en contra de todas sus teorías. En general, la física cuántica va en contra de todo, por eso es tan atractiva.

Uno de los principios fundacionales de la mecánica cuántica, es la función de onda de Louis de Broglie, que recibió el Nobel de física en 1929 por descubrir la naturaleza ondulatoria del electrón. Pero que el electrón se comporte como una onda no excluye que también pueda hacerlo como una partícula con masa, lo que le confiere el famoso carácter dual. Al electrón le pasa lo mismo que nos pasa a los humanos, tenemos dos naturalezas que no son excluyentes y de la misma forma que el primero se puede comportar como una onda y como un pegote muy pequeño, nosotros tenemos ese pegote un poco más grande, llamado cuerpo, y una función de onda que llamamos mente. 

A nuestra mente, el equivalente a la función de onda del electrón, la hemos llamado de diferentes formas, según la cultura y el momento, las más conocidas son espíritu y alma, pero la llamemos como la llamemos, todos sabemos a qué nos referimos. 

También como a los electrones, tener esta doble existencia, nos da mucho juego. Algunos piensan que son divisibles, y que una vez reconvertida nuestra parte material en materia disponible para nuevas construcciones, nuestra naturaleza ondulatoria permanece y sigue vagando por algún sitio. Otros piensan que una vez disociada la onda de la partícula con masa, la onda puede encontrar nuevos pegotillos másicos a los que acoplarse y continuar unidos una nueva existencia. Y luego estamos los que pensamos que si desaparece la masa, desaparece la función de onda. 

Una lástima, sí, pero tampoco me parece bien que mi función de onda, la que en estos momentos está asociada a mi cuerpo serrano, se largue con otro cuerpo cuando casque el actual, o sea, el mío: vamos yo, o al menos, la mitad de mí. Y si no se va con ningún otro cuerpo y aparece en un "cielo" lleno de otras funciones de onda solitarias, lo que me parece es un rollazo. Si a nosotros los humanos y, también a los electrones, nos quitan nuestra parte material y nos dejan en función de onda picada, nos quedamos en ná, admitámoslo.

Lo más intrigante de todo esto es que, como ya sabemos, la materia ni se crea ni se destruye, solo se transforma, según la ecuación más conocida de la física, de modo que los electrones no se pueden destruir; lo que nos lleva a la conclusión de que nosotros tampoco.

Conclusión: ya que nuestra función de onda la vamos a seguir teniendo durante los siglos infinitos que haya por delante, más vale que sea una buena función de onda. Cuidémosla y si tenemos ocasión de mejorarla, hagámoslo.



Leoncio López Álvarez





viernes, 11 de febrero de 2022

Hay que botarlos



El próximo domingo son las elecciones que nadie necesita, convocadas por el gobierno de Castilla y León (desde Madrid) con fines exclusivamente estratégicos, sin que medie el interés de los ciudadanos, tan solo el interés del partido convocante. Una vez más, hemos de decir; no es la primera vez que los votantes se ven obligados a adelantar su deber de asistir a las urnas por imperativo del que manda y que espera con la maniobra seguir mandando, pero con más escaños, es decir, mandando más, y en este caso con el objetivo añadido de que el gran triunfo esperado refuerce la posición del líder frente a amenazas internas. A este hecho, ya de por sí bastante indecente, se le se suman otros que lo son aún más, pero no voy a entrar en ese campo de estiércol. Me voy a adelantar a pasado mañana, domingo, por la noche.

                                   


Supongamos, que es mucho suponer, que gana quien ha propiciado todo este lío, y nos encontramos ahora en los momentos siguientes a los que ya se conoce con certeza que finalmente ha salido victorioso en esas elecciones. No hace falta decirlo, pero quien gane tendrá la responsabilidad, enorme responsabilidad, de conseguir que los ciudadanos de Castilla y León mejoren sus vidas respecto a como eran antes de las elecciones. Son para eso, ¿no? Tendrán que enfrentarse al paro, a los problemas en el campo, a mejorar la salud y educación de sus paisanos, dotar de nuevas infraestructuras a la región, avances sociales, apoyo a los necesitados, incentivos para evitar el vaciado, administrar los fondos comunes... una tarea por delante, durísima, sin ninguna duda.

Sí, el que ha ganado va a tener que trabajar duro, pero, ¿qué vemos? ¿Qué vemos y escuchamos en los primeros minutos de conocerse la victoria? Pues vemos a los políticos vencedores presos de una alegría desbordante. Sonríen, se abrazan, aplauden, dan saltos y animan a sus seguidores a que se unan en su júbilo y que también salten; se felicitan, se siguen abrazando y ríen abiertamente sin poder contener la alegría de haber ganado. 

Se comportan como si les hubiera tocado la lotería. No se ve ni un sólo gesto de preocupación por lo que les viene encima, ni un atisbo de incertidumbre. 


                                       

A mí, qué queréis que os diga, ese comportamiento me parece la mar de sospechoso. ¿Cabe imaginar, por ejemplo, que un jefe de negociado, ante la noticia de que ha sido promocionado a director general, se ponga a dar botes y que luego salga al balcón de la oficina gritando que es el nuevo director de la empresa? ¿O que un administrativo se abrace a su director general porque le han nombrado director financiero, y le obligue a levantar los brazos en señal de victoria?

Se ve que los que no nos dedicamos a la política controlamos más las emociones; o que las emociones de los políticos cuando ganan, son incontrolables. Por algo será.


Leoncio López Álvarez








sábado, 5 de febrero de 2022

Juguetes rotos

 


Me gustan los niños que destrozan sus juguetes, tienen algo que reconozco en mí. Yo, cuando era pequeño, no los destrozaba demasiado porque en mi espíritu infantil ya existía el conflicto entre dos visiones del mundo. Por un lado me apetecía practicar el destripe, por curiosidad normalmente, pero al mismo tiempo tener un juguete duradero estaba muy bien porque garantizaba su disfrute durante más tiempo. Siempre me ha acompañado la contradicción, qué le voy a hacer sino asumirla como parte inevitable en el proceso del juicio crítico.

Ser contradictorio no tiene nada malo, al contrario, ser contradictorio te permite ver diferentes puntos de vista sobre las importantes cuestiones que te rodean, mucho mejor que tener sólo uno. Contemplar varias posibilidades simultáneamente es una ventaja frente a cerrarse en una única visión, esto no lo duda nadie, lo malo es estancarse en la mera contemplación sin tomar una decisión, acertada o no. Hay que decantarse.

Las personas que no son contradictorias no tienen este problema, lo tienen clarísimo porque solo ven un lado de la realidad. Eso no es bueno. Tomar una decisión cuando solo contemplas una opción puede ser un problema aún mayor que no tomar ninguna decisión porque te lo sigues pensando. Es decir, que hay dos tipos de personas decididas, las contradictorias y las convencidas. Lo curioso es que tanto las primeras como las segundas se pueden equivocar de la misma forma, por eso nunca se hace esta distinción y se habla siempre de personas decididas, y se habla de ellas como algo estupendo, sin especificar si son decididas por falta de miras o lo son tras un minucioso análisis que sólo el sufrimiento de la contradicción proporciona. Estamos metiendo a estúpidos y listos en el mismo grupo de personas estupendas, qué lamentable injusticia.

Yo, como ser contradictorio confeso, prefiero observar las contradicciones ajenas que las propias, hasta me permito el lujo de aconsejar cuando veo a un colega contradictorio devanarse los sesos sin decidirse por una opción. Cuando llega mi turno me falta esa claridad de miras, y me bloqueo. En estos casos lo mejor que me puede pasar es tener a mi lado a otra persona contradictoria, da igual que sea decidida o no, y que haga conmigo lo mismo que haría yo con ella, es decir, aconsejarme. Otra cosa es que yo le haga caso, eso no lo sabe nadie, menos yo que soy contradictorio.

En cuanto a los niños que destrozan sus juguetes, origen de todo este lío, cuando sean mayores ¿qué destrozarán? La tendencia a romper cosas no es algo pasajero, empiezas rompiendo juguetes porque es lo que tienes a mano en esos momentos, pero el ánimo destructivo permanece y seguirás destruyendo diferentes cosas a lo largo de la vida; a no ser que seas contradictorio y el destripe sólo representaba una opción.

Yo estoy convencido de que los destrozones de ahora, los que vemos por doquier, han sido destrozones de pequeños, pero lo han sido sin contradicciones, eran destrozones convencidos. Por eso ahora lo hacen de maravilla, sin dudar, sin plantearse qué pasaría si no destrozaran. 

Miedo me dan, y estoy, mejor dicho estamos, rodeados.


Leoncio López Ávarez