sábado, 25 de septiembre de 2021

You talkin'to me?





Todos recordamos la escena de la película Taxi Driver, cuando Robert de Niro está frente al espejo ensayando  una respuesta macarra ante una provocación que sólo existe en su perturbada mente. ¿Me dices a mí? ¿eh? ¿me estás hablando a mí? Luego saca un revolver con el que apunta a quién le ha ofendido, perdonándole la vida. La ofensa sólo era que le había mirado.

Actualmente vivimos en un mundo plagado de Travis Bickles, el personaje que encarna Rober de Niro en la película, dispuestos a saltar a la mínima. Crispación lo llaman. 

Es fácil encontrarte con alguien que enseguida se pone a la defensiva sin que nadie le haya ofendido, o peor aún, directamente se pone ofensivo sin darte opción a defenderte. Las redes sociales están plagadas de ejemplos: si alguien sube un video reclamando fondos para ayudar a los gatitos abandonados, otro responderá furioso que más valdría ocuparse de los niños pobres, como si él mismo hiciera algo por ellos. Está clara su disposición para sentirse ofendido. 

Esta es una actitud insana que solo conduce a la infelicidad propia y ajena. Si pretendes sacarle punta a todo, te acabarás pinchando.

Conozco personas que sólo van a las conferencias esperando que llegue el turno de preguntas para hacer una que ponga en apuros al conferenciante. Normalmente son preguntas cuyas respuestas ya conocen de antemano, pero qué más da.

Son los mismos que en un espectáculo de magia van a ver si descubren el truco al mago, en lugar de dejarse llevar por la ilusión de que están siendo testigos de un prodigio. Ya sabemos que la magia no existe, ¡pero coño, disfruta con la idea de que sí! Pues nada, no hay manera.

Esto son ejemplos más apaciguados de Travis Bickle, pero de la misma forma que existen actos de micromachismo, también los hay de microcrispacion y conviene que estemos prevenidos para no caer nosotros mismos en ellos. 

Desde que existen los teléfonos inteligentes que tienen respuesta para todo, se discute mucho más, lo tengo observadísimo. Cuando hay una polémica, enseguida alguien saca su smartphone, interrumpe la conversación y tras unos penosos minutos exclama ufano ¡lo veis, yo tenía razón!

Yo recomiendo practicar un tipo de neoestoicismo que te mantiene alejado de entrar en estos terrenos que sólo conducen a que la felicidad te esquive como a un apestado. 

Lo digo en serio.




Leoncio López Álvarez

sábado, 18 de septiembre de 2021

Mareas que no dejan de marear





He encontrado unas fotos de cuando yo era 30 años más joven. Ni sabía que las tenía. Han aparecido a traición, así, sin que me diera cuenta; de repente abro una caja y ahí están, esperando tres décadas a ser descubiertas. A veces los recuerdos funcionan como venganza sin que esté nada claro quién se está vengando de qué, pero algo así sólo se puede hacer a mala idea.

En esta ocasión es una consecuencia más de la mudanza que hice hace siete meses. Esas fotos estarían por algún lado olvidadas en mi antiguo domicilio, y en el traslado, un empleado de la empresa de transportes las puso en una de las cajas, infinitas, que hasta hace poco se apilaban en el recibidor de mi nuevo hogar. 

Cambiar de casa es muy parecido a un naufragio. De repente te encuentras sin nada y luego, poco a poco, la marea va arrojando a la playa restos de lo que fue tu vida anterior. Así es como me siento cada vez que abro una caja, excitado ante lo que va a aparecer, casi siempre cosas que tenía ya olvidadas. 

La acción de la marea es continua, cada día te trae algo nuevo, lo mismo me pasa a mí, que procuro ajustarme al mismo ritmo de las mareas, sin prisas, abriendo una caja de tarde en tarde, para ver qué me encuentro de nuevo. Mejor dicho, que me encuentro de viejo pues todo son cosas que pertenecen al pasado. 

Las mudanzas sirven para recordarte quién has sido, algo que es muy fácil olvidar, incluso quién eres. Sólo por eso es necesario acometer una mudanza de vez en cuando, cuantas más veces mejor. Lo recomendable es un mínimo de tres mudanzas al año.

Las mudanzas nos obligan a tomar decisiones drásticas en nuestras vidas. Yo por ejemplo, me he comprado un Kindle book para leer libros sin tener que apilar las mondas de los que ya me he leído, así, en mi próxima mudanza acarrearé con una biblioteca de tamaño más manejable. Tengo que añadir, que el Kindle book es un invento infernal, yo nunca me fío de él, creo que me retrasa la señal que dejo para indicar en qué página me detuve y otras veces me cambia de libro, el caso es que cuando retomo la lectura no me suena de nada lo que estoy leyendo. Un galimatías.

Al mismo tiempo que estoy escribiendo esto, estoy viendo la película El gran dictador, y acaban de pasar la escena en que la bella Hanna, Paulette Goddard, le dice a Charles Chaplin en su papel de barbero "¿Conoce el chiste del hombre que coció su reloj mirando un huevo duro?" Así me siento yo con mi flamante Kindle book,  creo que algo estoy haciendo mal.

Lo dicho, un galimatías.



Leoncio López Álvarez


domingo, 12 de septiembre de 2021

Silencios que lo dicen todo


 


Las relaciones entre las personas son como las plantas. "Como" sin acento, no me refiero a que según cómo las plantes, así saldrán, aunque también, sino que guardan muchas similitudes con las plantas. 

Algunas dan frutos, dulces, amargos, agrios, podridos... o no dar nada, ni sombra, que ya es cicatería. Las hay que requieren más cuidados, delicadas que son, otras aguantan aunque azoten vendavales; las hay  comestibles y también carnívoras. Las hay aburridas, como musgos, aunque más aburridas son las setas a pesar de que las setas no son plantas. En realidad la setas no son ni plantas ni nada, son... setas. En algún sitio leí que las setas son la parte visible de los hongos, pero entonces ¿qué son los hongos que se ven a simple vista? Un lío. Hay hongos que ocupan territorios extensísimos, hasta 15 hectáreas y vivir mil años. Otros son unicelulares y a la semana ya han palmado, sino antes, así son las levaduras. Y las relaciones humanas.

Me estoy yendo por las ramas porque realmente quería hablar del silencio, exactamente del silencio que se produce en las parejas. A medida que la pareja cumple años, NO LOS EMPAREJADOS: LA PAREJA, el silencio va ocupando cada vez más espacio en su relación. Esto no es malo en modo alguno, el silencio tiene un valor idéntico a los no silencios y si no mira la música. También se aprecia el valor de los silencios en la oratoria, quién los maneja con soltura es más convincente. Las pausas dramáticas son esenciales para decir más de lo que estás diciendo. 

Miremos un queso gruyere, ¿qué vemos? Un queso estupendo gracias a sus silencios que lo hacen perfecto. Esos agujeros característicos, ojos los llaman, que no son otra cosa que silencios en su composición, aportan textura, facilitan la masticación, el bocado entra generoso pero parte es aire con lo que se produce una reacción química que estimula las papilas gustativas hasta el punto de hacernos pensar que nos estamos comiendo un queso estupendo. Porque admitámoslo, si no tuviera esos agujeros, el gruyere sería del montón, no como el emmental que lo es a pesar de que también tiene agujeros.

Dejemos a los quesos y volvamos a las personas. El silencio en una pareja que ya no tiene que estar pendiente de decir nada, lo cual es un alivio, es delicado asunto sobre el que conviene ser diestro, más aún, maestro. De esa habilidad depende que estar juntos sea una gloria o una incomodidad. El silencio en las parejas es una enorme responsabilidad que afecta a los dos pues la felicidad depende de que esos momentos de aparente vacío fluyan con elegancia y estimulen el amor escondido. 

Hablar es cansado, el silencio relaja; hablar es el precio que hay que pagar para llegar al sexo, el silencio es una casta forma de floración del amor.

Por si no ha quedado claro, soy partidario de estar calladito. 

Es imposible arrepentirse de lo que nunca has dicho, como ejemplo de las ventajas del silencio, y como ejemplo aún mejor, el silencio en los necios los hacen pasar por sabios.

Lo que no entiendo es a qué venía lo de las plantas.



Leoncio López Álvarez

sábado, 4 de septiembre de 2021

Botellón a botellazos

 




Me da mucha pereza escribir lo que voy a escribir. En realidad últimamente me da mucha pereza todo, particularmente escribir, señal inequívoca de que me estoy convirtiendo en algo parecido a escritor, quizá alguna mutación estrafalaria, como esas truchas que crecen en los desagües de las centrales nucleares. Los escritores son las únicas personas que escriben conscientes de lo difícil que es. En general todo el mundo escribe convencido de que lo hace bien; si pueden hablar ¿qué motivo hay para no saber escribir? Un escritor, sin embargo, cada texto que sale de su lo que sea (iba a decir pluma pero creo que ya nadie la usa), lo repasa veinte veces, aunque se trate de la lista de la compra. ¿Por qué? porque sabe que siempre hay una manera de decir las cosas que queda mejor, y esa idea le obsesiona. Obsesión que nadie más la tiene, ni siquiera los que escriben novelas y las autopublican.

Después de estas reflexiones catárticas que me han ayudado a vencer la pereza inicial, voy a decir lo que pensaba decir al principio. 

Pero vamos a ver, ¿qué cojones está pasando en nuestra sociedad? Por centrar más el tiro, ¿qué cojones está pasando en la juventud? Todos los días es noticia su comportamiento vandálico que previa borrachera colectiva acaba en enfrentamientos con la policía. Eso de que les digan que no se pueden reunir mil personas en un sitio público, llenándolo de sus basuras, metiendo tal jaleo que nadie puede dormir en los alrededores y encima sin mascarillas ni guardar distancias de seguridad pandémica, lo consideran de una injusticia atroz y se revelan ante las fuerzas opresoras como sólo la juventud sabe hacer. Esto está ocurriendo en todas las ciudades españolas, o al menos ha ocurrido durante las no celebraciones de las no fiestas. 

Me voy a poner en plan abuelo cebolleta, que ya voy teniendo méritos: antes se salía a la calle pidiendo amnistía y libertad. Ahora solo libertad, aunque estamos hablando de distintas libertades. Antes, en cuanto la policía gritaba por sus megáfonos disuélvanse, ya sabías lo que iba a pasar y salías corriendo; ahora también, pero en dirección hacia la policía para enfrentarse a ella. He visto imágenes de policías, asustadísimos con toda la razón, acorralados por unos jóvenes que les lanzaban todo tipo de objetos, hasta vallas de esas amarillas que pesan una barbaridad. ¿Estaban indignados por alguna injusticia? No lo sé, pero lo que sí sé es que estaban borrachos.

Recuerdo que una vez en el vestíbulo de la Facultad de Químicas nos encontrábamos dos estudiantes, sólo dos, cuando entró la policía, los temibles grises, y con muy malos modos nos gritaron: ¡disuélvanse! A nosotros la orden nos pareció inapropiada fuera del laboratorio, aún así nos disolvimos inmediatamente sin que quedaran resto de lo que fuimos. 

Eso sí eran tiempos felices, no como ahora. Felices para la policía, naturalmente. A mí nunca me ha pasado, pero saber que das miedo, tiene que proporcionar cierto tipo perverso de felicidad. Yo creo que la felicidad así, la que roza las perversiones, es más satisfactoria que por ejemplo, la que se siente haciendo la compra los viernes. 

Quién sabe, es posible que los jóvenes que se enfrentan a la policía experimentan alguna forma perversa de felicidad porque en lo más íntimo de su ser saben que no van a tener ninguna otra fuente de satisfacción. 

Tienen un futuro muy negro y se vengan de la única manera que se les ocurre. Quizá no sea la peor de todas.



Leoncio López Álvarez