Normalmente subo una nueva entrada a mi blog, mi maldito blog, cada semana. Llevo 15 días sin hacerlo y se debe a dos motivos, cada uno de ellos suficiente para justificar el retraso, pero de naturaleza totalmente diferente.
El más prosaico de los dos es porque tengo una lesión en mi brazo izquierdo, producida por mi natural tendencia a hacer disparates, que me impide escribir cómodamente con el ordenador. El otro motivo, más enjundioso, sobre el que probablemente hable en otra ocasión, es por exceso de trabajo. Sí, creo que de eso hablaré en otro momento, merece la pena.
Para hacerme todo más sencillo, tal como están las cosas, voy a subir un cuento mío escrito hace tiempo. Forma parte de un libro de relatos publicado por la editorial Galisgam que ha resultado… bueno, digamos que sin saber cuántos libros se han vendido, me siento profundamente decepcionado, de modo que cuando ese dato me sea revelado, mi frustación alcanzará ya niveles incompatibles con el manteniminento de la necesaria paz interior.
Así, que de momento, espero que al menos os guste el relato seleccionado. He escogido uno que entre otras cualidades cuenta con la de la brevedad.
Es peligroso asomarse al interior
Que se sepa, nadie ha visto a Heracles con prisas. Nunca. Por eso me sorprendió tanto ver cómo cruzaba el otro día la calle a paso ligero y dando de vez en cuando grandes zancadas olvidando su proverbial compostura. Él siempre ha mantenido que a no ser que te dediques a ello profesionalmente no existe ninguna razón que te haga correr, ninguna. Y aún va más lejos con esta teoría pues dice que una de las formas más lamentables de perder la dignidad se produce precisamente en el momento en que alguien romper a correr, sobre todo si corre pretendiendo que nadie se da cuenta de que está corriendo. Esta situación se da especialmente cuando has empezado a cruzar una calle y de repente se acerca una avalancha de coches que miras de reojillo sin que se note, con la intención de no acelerar, pero claro, ante el inminente atropello, no te queda más remedio que echar el cuerpo hacia atrás y dar ridículos pasos a una velocidad mucho mayor de la mantenida hasta ese momento. Eso era justo lo que de forma grotesca estaba haciendo mi buen amigo Heracles, por lo que, picado por la curiosidad, corrí tras él para descubrir cuál podía ser la causa de su comportamiento. Le alcancé justo cuando acababa de parar un taxi. Tenía ya medio cuerpo dentro.
-¡Heracles! –resoplé- ¿a dónde vas con tanta prisa?
Heracles se volvió sorprendido.
-¿Eh?, ¡Ah, hola, qué tal! Perdona pero es que voy un poco acelerado.
-No me digas –respondí entusiasmado al ver a mi gran amigo en apuros- ¿te puedo acompañar?
Esta última frase la pronuncié ya dentro del taxi, pues no existe mejor política que la de hechos consumados.
-Claro, claro, pero siéntate a mi lado, no encima.
-Tenías que haberte visto cómo cruzabas la calle, parecía que te perseguía un perro.
-¿Un perro dices?, sí, seguro que también... ¡Coja la Gran Vía, la Gran Vía, por favor! –Heracles estaba fuera de si, gritando al taxista- ¡mejor por la Gran Vía!
-La Gran Vía estará más atascada...pero cuéntame, viejo amigo, por qué huyes de esta manera... ¿quién te persigue?
Heracles se calmó aparentemente y tras intentar respirar a un ritmo normal me dijo de la forma más natural que pudo:
-En este momento andan detrás de mi unos cuantos asesinos a sueldo, los peores y más sanguinarios sicópatas y decenas de piratas entre los que incluyo filibusteros, bucaneros y corsarios. Me quieren dar alcance temibles espadachines borrachos y pendencieros, criminales de todo tipo,... también me persiguen guerreros galácticos, pistoleros salvajes, indios apaches,... ah, sí, y los enanos wanda.
-¿Qué has hecho? –por supuesto, yo no ponía en duda lo que acababa de confesarme Heracles. Él nunca miente.
-Una catástrofe, un accidente,... un accidente doméstico eso es.
Mi cara tenía la severidad suficiente para que sin decir nada, Heracles siguiera dándome explicaciones.
-He tenido un escape. ¿Sabes qué ocurre, por ejemplo, cuando se suelta la manguera del desagüe de tu lavadora?
-Que se sale toda el agua y pone la cocina perdida. Una vez se me inundó a mí y caló hasta tres pisos por debajo del.... –Heracles me interrumpió. No le interesaba mi anécdota particular, simplemente ver que había entendido lo que era un escape.
-Exacto. Pues eso me ha pasado a mí, pero en un libro. Por aquí a la izquierda, por favor –Heracles indicó al taxista el camino hacia donde sólo él sabía que íbamos- Un libro terrible. Se llama “historias de los peores criminales de la literatura”. Lo estaba leyendo tranquilamente y por una maldita estupidez, se me ocurrió arrancar una hoja que tenía medio suelta. Fue como quitar el tapón de seguridad a una caldera. En seguida empezaron a salir todo tipo de personajes en un torrente imparable. Todo el salón de mi casa anegado de maniacos,... yo no daba abasto a recogerlos y cuantos más echaba al cubo con la fregona, más seguían saliendo,... una auténtica inundación que no podía controlar. Se me ha puesto la casa perdida de asesinos y tunantes,... no te puedes hacer una idea. Luego, empezó a salir otro tipo de inmundicias: verbos defectivos, conjunciones copulativas, oraciones de ablativo absoluto, sintagmas de todo tipo,... un auténtico desastre – Heracles hizo una pausa para respirar-. Bueno, al menos, estos últimos según se derramaban por la habitación se quedaban ahí quietos, acumulándose unos encima de otros, sin hacer nada, pero los personajes son todos muy violentos y en cuanto se dieron cuenta de mi presencia empezaron a perseguirme. Bueno al principio se mataban unos a otros, pero luego la emprendieron conmigo... en fin. ¡Pare, aquí es!
Heracles se bajó del taxi tan apresuradamente como había subido y luego desapareció engullido por un oscuro portal. Yo le indiqué al taxista que volviera al mismo punto donde nos había recogido y según nos alejábamos tuve tiempo de ver una placa en el portal que indicaba que ahí vivía un encuadernador de libros. Grimorios, pensé para mis adentros, y por primera vez me di cuenta de lo extraordinariamente raro que puede resultar Heracles a quién no lo conozca.