miércoles, 24 de agosto de 2016

Harold Bell Wright







El 8 de junio inauguré una sección dentro de La tertulia perezosa con el nombre de Galería de personajes irrelevantes. La idea es hablar de diferentes individuos que por una u otra razón merezca la pena sacar su historia a relucir, sin saber si realmente existieron o no; a fin de cuentas eso es lo de menos.

Harold Bell Wright, es un caso extraordinario pues muy pocas personas han oído hablar de él, y es algo tan incomprensible como si hubiera alguien que no conociera la existencia de Hemingway, Faulkner, Joyce,  Virginia Woolf o de T.S. Eliot. Sobre todo es extraordinario porque con toda seguridad Harold Bell Wright vendió muchos más libros y ganó más dinero que todos los anteriores escritores juntos. Si eso nos parece extraordinario lo es aún más el hecho de que no aparezca en Google ninguna referencia suya escrita en castellano (en este momento me imagino que todo el mundo está tecleando en el buscador el nombre de Wright, de modo que no es necesario insistir para convencer a nadie de la injusticia).

Harod Bell Wright fue el primer escritor americano en vender más de un millón de ejemplares de una novela y desde luego el primero en ganar más de un millón de dólares como consecuencia de haberla escrito, y teniendo en cuenta que estamos hablando de principios del siglo pasado, tal cantidad de dinero resulta increíble. Un escritor injustamente olvidado, aunque muchos sin saberlo hemos disfrutado de sus historias interpretadas por Gary Cooper o John Wayne, pues algunas fueron adaptadas al cine. Cierto es que en su época gozó de bastante fama, incluso hubo varios hoteles, escuelas y un aeródromo  con el larguísimo nombre de The Winning of Barbara Worth, el título de una de sus novelas, escrita en 1911.

¿Por qué un escritor tan importante, autor de nada menos que de 5 bestsellers, esté en estos momentos compartiendo espacio en la memoria colectiva con Anton Limat, Severo Pointcarré y Azucena Ciempiés, autores todos ellos inventados por mí en este preciso instante? Quizá se deba a la intranscendencia de sus historias, todas simplísimas, según algunos críticos de la época. Wriht escribía historias sentimentales en las que alguien sufría una barbaridad y cuando parecía que todo se iba a ir a la porra, de repente, a base de esfuerzo y trabajo duro, todo acababa felizmente y en ocasiones con alguna protagonista femenina cantando salmos de agradecimiento. Posiblemente su propia vida, muy dura al principio, marcó el carácter de sus libros. Su madre murió cuando él tenía solo 9 años, momento que aprovechó su padre para salir corriendo y no volver nunca más al hogar familiar. Wriht se crió con distintos parientes que se lo iban pasando unos a otros sin que al parecer ninguno se decidiera a quedárselo de forma permanente. Tuvo varios trabajos, bastante raros algunos, que le permitían vivir debajo de un puente hasta que llegó un momento en su vida en que se hizo pastor; pastor de una iglesia cristiana. En aquella época, aprovechando que su congregación no tenía más remedio que tragarse todo lo que le dijera desde el púlpito, escribió una historia melodramática titulada Ese impresor de los Udell, y cada domingo, en misa de nueve, les leía un capítulo. Su feligresía recibía los extraños sermones con desigual entusiasmo pero siempre profundamente sorprendida.

Wriht estuvo varios años predicando la palabra del Señor por diferentes iglesias hasta que empezó a forrarse a base de escribir novelas de ficción, momento en que abandonó su actividad apostólica.

Después, atacó de forma despiadada en sus libros la hipocresía de la iglesia demostrando un gran conocimiento de causa.

Finalmente en 1944, con 72 años y  los pulmones hechos puré, acabó sus días en un hospital de La Joya. Sus restos descansan en un cementerio de San Diego, ya que pillaba al lado del hospital.

Es posible que el próximo personaje de esta sección sea también un escritor, exactamente Harry Sinclear Lewis, que obtuvo el premio Nobel de literatura en 1930, y sobre el que Hemingway comentó: “si yo escribiera de forma tan torpe y asquerosa como ese capullo, podría escribir cincomil palabras al día”. Se ve que lo admiraba.


Nota: buscando datos biográficos de Harold Bell Wright, me he encontrado con Hemingway y algunas de sus opiniones sobre la literatura de su época, y como se puede ver, no son despreciables.






miércoles, 17 de agosto de 2016

Operación burkini








Antes de nada, definamos qué es un burkini: se trata de una prenda para bañarse (las mujeres, claro) que cubre todo el cuerpo excepto cara, manos y pies. No voy a entrar en lo extremadamente deseable que puede resultar para cualquier mujer libre lucir semejante modelo, sobre todo para las jóvenes, ni lo cómodo que sin duda es, especialmente mojado, que lo supongo varías horas una vez que se ha sumergido en el agua una vez. Creo que está fuera de toda duda lo irresistible que resulta, y es obvio que quien lo usa lo hace convencida de sus ventajas. La polémica está en su prohibición, no en sus evidentes mejoras sobre cualquier otro tipo de bañador. Principalmente en Francia, Italia y Belgica, es un asunto que suscita encendidos debates. Valls apoya los vetos que se han dictado en varias localidades y lo hace quizá influenciado por los últimos atentados que han ocurrido en Francia; supongo que es inevitable  ver la sombra negra del radicalismo religioso en ese negro también modelo de bañador. Yo no soy partidario de las prohibiciones, pero por supuesto, ya sin ironías, considero un atentado contra la dignidad femenina obligarlas a vestir de esa manera, y que nadie me diga que las hay que lo hacen de manera voluntaria porque sencillamente no me lo creo. No me creo que haya una sola mujer en su sano juicio que sin el lastre de una educación extremadamente machista, castradora, y destinada a ver como natural la distinción con el genero masculino y su sometimiento a él, opte voluntariamente por estar todo el día en la playa vestida de tal guisa, no me lo creo. El hecho de que solo las mujeres musulmanas hagan uso del burkini, apoya mi falta de fe en esa posibilidad, si seré tonto. Y lo usan porque no les queda más remedio y quienes dicen que lo hacen porque les gusta, son rehenes de su educación o bien mienten, porque eso no le puede gustar a nadie, mienten como esas pobres mujeres que dicen que su marido en el fondo las quiere, aunque de vez en cuando unos dedos marcados en su rostro indique que las bofetadas no les son desconocidas.
Pero de todo lo que he leído este verano sobre este asunto, me llama sobre todo la atención que los musulmanes declaren que se sienten muy incómodos con esta prohibición. ¿Un musulmán se siente incómodo con las prohibiciones? Sorpresa. Por un momento creí  que la existencia del burkini era consecuencia de que la religión musulmana prohibe a las mujeres mostrar su cuerpo en la proporción, lugar y circunstancias que consideren oportunas, y resulta que no, que los clérigos musulmanes se sienten incómodos prohibiendo. Entonces  es solo una moda. La misma moda que ha creado el burka que cubre todo el rostro o el niqab que solo deja ver los ojos. Una moda que hace irresistible a cualquier mujer y por eso la lucen voluntariamente y encantadas. Claro.
Lo dicho, yo no soy partidario de prohibir, pero tampoco puedo aceptar la imposición y me temo que tanto el burkini, como los velos en todas sus modalidades, son imposiciones, imposiciones de una religión que desprecia a la mujer, la relega a un segundo plano, la cosifica y la somete. Yo no prohibiría el burkini pero sí le pediría a la mujer que no lo acepte y desde luego lo que sí haría sería apoyarla para que no se sienta sola y mucho menos amenazada.

Por cierto, el burkini existe desde el año 2003 y empezó en Australia. Lo diseñó un libanés que vivía allí. Antes de ese año, las musulmanas no tenían ni eso, se ve que se están haciendo más tolerantes. No sé a donde vamos a llegar, como siga la cosa así acabaremos viendo burkinis en vivos colores y hasta estampados.

Otro día hablaré sobre los fundamentalismos, asunto muy relacionado, pero como avanzadilla diré que el término fue acuñado a principios del siglo veinte por los protestantes norteamericanos. Querían volver a los “fundamentos” del cristianismo pues consideraban que otros grupos más liberales se estaban alejando de forma alarmante de la fe cristiana.

Seguiremos, el asunto es fascinante.






martes, 9 de agosto de 2016

La abuela Dora. Último capítulo



Hoy termina la azarosa historia de Evaristo, qué le vamos a hacer. No ha sido nada sencillo pues como me temía he sufrido todo tipo de ataques y sortilegios por parte de las brujas que querían evitar su publicación. De hecho estoy escribiendo esto gracias al sistema de escritura por voz, pues me han convertido en pomelo. Espero que el hechizo pierda efecto antes del desayuno.














RESUMEN DE LO ANTERIOR: EVARISTO, EL BEBÉ LOBEZNO, TRAS DESTROZAR LA CASA DE OLIVIA Y ALLISON DICK, SE HA ESCAPADO POR LA CHIMENEA. LAS HERMANAS PAJARITO HAN HUIDO ESPANTADAS ANTE LO QUE HAN VISTO.


 Al día siguiente, bajaba yo del monte de haber estado hablando con mi amigo el cabrero Rufus, cuando vi a las hermanas pajarito que salían de su casa con aspecto de no haber pasado muy  buena noche. Me pareció bastante extraño el nuevo color de pelo que se había puesto Flora aunque tuve que reconocer que el blanco le favorecía mucho. Ellas ni me saludaron. Yo creo que estaban sufriendo mucho por algo y que ese sufrimiento las proporcionaba una fuerza irresistible, pues dentro de su expresión de profundo disgusto se percibía el brillo de la determinación. En esta ocasión decidí no perderlas de vista.

*
Es cierto que algunas personas se crecen ante la adversidad y no se amilanan si el reto que creían ya alcanzado las sorprende con nuevas pruebas de difícil solución, bien porque necesitan el fustazo del infortunio para alcanzar el pleno rendimiento de sus facultades, o sencillamente, como en el caso de las pajarito, porque temen por su vida si no consiguen lo que se habían propuesto. Las hermanas Pajarito sabían lo que las podía pasar. Wanda las había pagado por adelantado y no era de esas personas que te dicen “oh, vamos, no te preocupes, en serio, qué más da que te hayas quedado con toda la pasta que te di por hacer un trabajo que no has hecho. Además, tampoco me importa tanto presentarme al Rito de Iniciación Núbil, por mí lo puede ganar Janet, que en el fondo es una buena amiga”. No, Wanda, más bien, pertenecía al grupo de brujas que te miran fijamente, luego te dicen lo que piensan de ti de tal manera que helaría la médula de los huesos a un toro, y a continuación observas que te has convertido en sandia.
    -El Gran Aquelarre es el día 12, teniendo en cuenta que estamos a 9, aún nos quedan tres días para conseguir un nuevo niño –Flora trataba de ser positiva hasta en la expresión de su cara que la mantenía con una sonrisa forzada que la daba cierto aspecto de estúpida-. Es muy sencillo, ¿no te parece?
    -Ya lo creo, no hay nada de lo que preocuparse. Por cierto, ¿por qué no evitas sonreír de esa forma? das un poco de pena.
    -¿En serio? pensé que resultaba irresistible.
    En ese momento pasó mi madre que iba con un capazo lleno de plastas de vaca para echarlas en el laurel.
    -Buenos días vecina –saludó Flora de lo más cortés-. Tienes muy buena cara.
    -Muchas gracias, tú también –mintió mi madre-. Bueno, quizá sin esa sonrisa tal vez estuvieras mejor, claro que con ese nuevo color de pelo tampoco queda tan mal.
    -¿Te has fijado? es de lo más fashion, ¿no crees?
    -Me lo has quitado de la boca. Bueno os dejo –mi madre cambiaba de tema de conversación con agilidad de barbero- que tengo que abonar el laurel y después le voy a dar la teta a Evaristo.
    -¿Le vas a dar la teta a Evaristo, tu hijo? –preguntaron en sincronizada coreografía las pajarito.
    -Claro que le voy a dar la teta a Evaristo, mi hijo, no se la voy a dar a Evaristo mi suegro, ¿no os parece? que además lleva cuatro años muerto.
    -Qué tontería, por supuesto, lo que pasa es que pensábamos que le dabas otras cosas, no sé...
    -Acaba de cumplir casi un mes, qué queréis que le dé para comer, ¿berzas con chorizo?
    -Ja, ja, no, claro,... –Flora trataba sin ningún éxito aparentar que la conversación se desarrollaba dentro de los términos habituales de naturalidad- ¿y qué tal está? el niño, quiero decir.
    -¿No os habéis enterado? se escapó hace tres días de casa, pero ya ha vuelto. Esa sonrisa Flora, te está cambiando –mi madre, además de ser una maestra en pasar de un tema de conversación a otro, de la misma forma dominaba el cambio de tono en acotaciones que hacía dentro de sus monólogos-. Llegó esta madrugada y él solito se metió en su cuna a dormir. Me pregunto qué habrá estado haciendo toda la noche por ahí,...en fin, estos hijos, en cuanto crecen un poquito no dejan de dar disgustos. Os dejo que tengo tajo.
    Una vez que se hubo marchado mi madre, a las pajarito sólo les faltó dar un salto y chocar las manos en el aire. Habían pasado de verse convertidas en calabacín o algo peor, a notar el sabor dulce del éxito con sólo sacar la lengua. Rápidamente tramaron un plan para volver a secuestrar a mi hermano que lo llevaron a cabo esa misma noche, ante mis vigilantes ojos. Lo hicieron de la misma forma que la vez anterior, entrando por la ventana a la habitación de mis padres y volviendo a salir por el mismo sitio con el monstruo debajo del brazo. Yo no di la alarma, pues como ya he dicho, por lo que a mí concernía se lo podían quedar para siempre, pero eso no era óbice, cortapisa ni valladar para que no estuviera interesado en ver a qué se debía todo este trasiego de niño para arriba, niño para abajo, que tengo al niño, que dejo de tenerlo,... en fin, que tenía el gusanillo por saber a qué se debía todo este lío. Y también tenía mis planes, claro.
   
*

   -¡Mi higo se ha vuelto a escapar de casa! ¿Os lo podéis creer? ¡La tercera vez en un mes!
   -¡Tabernero, cómo van esas pintas que te pedimos hace veinte segundos, vienen o qué!

*

Yo no perdía de vista a las pajarito ni un solo momento del día. Bueno, en realidad, lo que no perdía de vista era su casa pues desde que volvieron a secuestrar a Evaristo no salieron de ella hasta que por fin, pasados tres días, vi que salían vestidas con sus mejores galas y con un fardo bajo el brazo, que evidentemente contenía a mi  hermano. Olía a distancia. Con paso presuroso enfilaron por el viejo camino del chorrillo, llamado así, por lo caudaloso del río que discurría en paralelo por uno de sus lados y rápidamente se internaron en el bosque. Las seguí por sitios en los que no había estado en mi vida, por desfiladeros, cañadas, hoces,... fue un repaso por todos los accidentes geográficos posibles que me dejó exhausto en los primeros diez kilómetros, pero que una fuerza de voluntad impropia para mi edad me mantuvo con las energías suficientes para seguir tras ellas por aquellos lugares ominosos. Finalmente, con mis piernas azotadas por miles de arbustos, algunos de ellos urticantes, y la fatiga oprimiendo mis pulmones, llegamos a un calvero al fondo de un valle en el que ya había reunidas unas veinte personas, brujas todas, vestidas de forma bastante estrafalaria, aunque estoy convencido de que ellas pensaban para sus adentros que iban de lo más elegantes. Habían formado un círculo perfecto y, de forma destacada, estaba la Gran Bruja Maestre Comendadora de Hechizos bajo un enorme chincapín dorado, de hojas, algunas oblongas y otras lanceoladas. Llevaba su ridícula máscara, para mi gusto bastante mal hecha, tan grande que no se le distinguían ni brazos ni piernas ni nada. Era pura máscara. Cuando llegaron las hermanas pajarito fueron directamente al círculo y se pusieron en un hueco que había claramente reservado para ellas. Yo me oculté detrás de una roca rarísima que parecía una mesa de granito y que sin duda era el escondite perfecto, pues podía ver y oír todo lo que pasaba sin ser descubierto. De repente me llevé un gran sobresalto cuando de forma inesperada se puso a mi lado una lechuza desplumada de mirada aviesa que me resultaba de lo más familiar. Me tranquilizó el hecho de que me mirara con gesto de complicidad, si eso es posible en una lechuza con piel de pollo. Al poco tiempo la máscara levantó los brazos para acallar los típicos comentarios de la gente que se vuelve a encontrar después de haber pasado una buena temporada sin verse, y con solemne autoridad empezó a hablar con una voz de pito que no le pegaba nada:
    -Brujas y hechiceras de todos los confines del valle, y de más allá de las montañas heladas –un silencio que se podía apartar con las manos siguió a estas primeras palabras-. Una vez más estamos convocadas por el poder de la noche para poner a prueba nuestras más siniestras habilidades en el arte de la taumaturgia, la nigromancia y demás conocimientos arcanos que no voy a enumerar pues no estoy de humor, para ver quien es la más poderosa y temible de todas las brujas presentes.
    Un ligero revuelo se levantó entre las participantes mirándose unas a otras como galgos antes de empezar la carrera.
    -Este año, como todos los anteriores, a parte de ver quién prepara la mejor sopa de alas de murciélago y mongoladas por el estilo, la gran expectación está centrada en el Rito de Iniciación Núbil –en este momento todas las brujas se removieron inquietas en sus asientos murmurando entre ellas vete a saber qué-. Espero que como novedad sobre años anteriores en esta ocasión haya alguna de vosotras capaz, no ya de hacerlo mejor que sus competidoras, sino simplemente capaz de hacerlo –aquí fijó su mirada sobre el grupo donde estaban sentadas las hermanas pajarito-. Porque a muchas de nosotras nos gusta mucho presumir, y luego nada de nada, ¿verdad Wanda, Janet y compañía?
    Hay momentos en que la intuición ayudada por ligerísimos indicios juega un papel muy importante en tu forma de interpretar la realidad que te rodea. Sin darte cuenta llegas a unas conclusiones que una vez que las haces pasar por el tamiz de la razón, siguen siendo perfectamente válidas y encajan dentro de la lógica más aplastante. Para mí, éste fue uno de esos momentos de iluminación subliminal. Inmediatamente me di cuenta del papel que jugaban las hermanas Pajarito en toda la farsa, pero sobre todo percibí que el papel protagonista corría a cargo del monstruo. Mi hermano Evaristo iba a formar parte de ese rito que decía la máscara. Miré a la lechuza y de la forma en que me devolvió la mirada, supe que ella pensaba exactamente igual que yo, lo cual es muy meritorio por mi parte, y de estar en lo cierto, más aún por la suya.
    -Así pues –la máscara hizo un pequeño gallo con la voz de lo más ridículo-, ¿alguna de vosotras es lo suficientemente bruja para participar en el Rito de Iniciación Núbil, o pasamos directamente al concurso de tartas y ese tipo de sandeces con las que nos amuermamos cada año?
    Tal como me imaginaba, las hermanas pajarito y Wanda  se levantaron orgullosas de sus asientos y ante las miradas de admiración y envidia de todas se dirigieron hacia el centro del círculo.
    -Gran Bruja Maestre Comendadora de Hechizos, compañeras asistentes al Gran Aquelarre Interprovincial –Wanda hablaba con pompa y solemnidad sabedora de que era el foco de la admiración y envidia, sobre todo envidia, de todas las participantes, y en particular de Janet-. Mis dos colaboradoras, y  sobre todo yo, Wanda de Ojoseco, estamos en condiciones, por conocimientos, entrega y amor a nuestra profesión, de practicar el Rito de Iniciación Núbil, por primera vez en la historia de la brujería de nuestro gran país para mayor gloria de nuestra hermandad y para que sirva de ejemplo a futuras brujas que ya tienen en quién fijarse para alcanzar cualquier meta que se propongan -Wanda hizo una pausa en su perorata que aprovechó para lanzar una mirada de suficiencia a Janet que estaba de un preocupante color verde bilis-. Ya sé que todas os alegráis por nuestro inminente éxito, pues aunque el mérito sea exclusivamente mío, y algo de estas dos, supone un nuevo logro en la práctica de nuestro arte que a todas nos beneficia, pues de todas...
    -Por el amor de Lucifer, Wanda –interrumpió la máscara para satisfacción de todas las asistentes-, deja la retórica autocomplaciente para cuando hayas terminado la prueba. Pasemos a la ara de los sacrificios, a ver si la estrenamos de una vez, maldita sea.
    Dicho esto, todas las brujas se levantaron del círculo y en disciplinada formación se pusieron en marcha, con la máscara en cabeza para dirigirse, oh cielos, hacia donde estábamos la lechuza y yo. No había escapatoria posible, así que me arrebujé todo lo que pude detrás de la roca. Se detuvieron a unos tres metros por el otro lado, de forma que no podían verme, pero que si afinaban el oído podrían oír cómo mi corazón trataba de salirse de su sitio. Afortunadamente iban murmurando extrañas salmodias que ocultaban el batuqueo cardiaco que casi hacía mover la roca.
    -Manu, manis, manere volutum ergo pifia tania –decía Wanda.
    -Ya, ya, venga –apremió la máscara, que por lo que se ve no era tan ritualista.
    A continuación pude oír que se acercaba una de las hermanas pajarito hasta la roca y se tendía cuan larga era sobre ella.
    -¿Que Flora es virgen? –preguntó alguien con cierto pitorreo.
    Después, Wanda desenvolvió a Evaristo y lo puso sobre la pajarito, y aquí vino lo bueno. La máscara al ver a mi hermano clamó como una posesa con un tono de voz que para nada era la ridícula vocecilla de antes. Se ve que había impostado una voz de pito para ocultar su potente vozarrón con el que podría poner en espantada a una manada de búfalos.
    -¡Pero que carajo hace aquí mi nieto!
    Wanda casi se cae del susto ante el bramido que aún vibraba por todo el valle.
    -¿Este crío tan pestilente es tu,... su nieto, oh Gran Bruja Maestre...?
    -¡Si, maldita sea, ese niño cagado es mi nieto y nadie va a degollarlo, especie de Circe con cara de mono!
    -Pero,... ¿y el Rito de Iniciación Núbil?
    -A la mierda con el Rito de Iniciación Núbil. Me llevo al crío y tú estás despedida de nuestra organización, privilegio que hago extensible a esas dos pajarracas, que sois más feas que una lechuza desplumada.
    Mi compañera de escondite no recibió de muy buen agrado este último comentario y protestó con unos estridentes graznidos que nos delató a los dos. Todas se asomaron a ver qué era aquello y de repente me convertí en el ser más observado por un tropel de brujas,  bastante sorprendidas de antemano, pero mucho más ahora.
    -¿Y eso?
    -¡Por todos los diablos! ¡Ese es mi otro nieto!
    -¿Pero esto qué es, un aquelarre o la visita a la abuela?
    Mi abuela Dora fulminó con la mirada a la autora del comentario, la despidió también de la organización, y sin hacerme el menor caso cogió a Evaristo y se marchó todo lo dignamente que le permitía la máscara que aún llevaba, seguida por la lechuza que por fin parecía algo más contenta. Yo la seguí a cierta distancia pensando que aunque mi hermanito me había robado mi puesto y que no me apetecía nada compartir las atenciones de tía Flavia y del resto de la familia con él, tampoco se merecía lo que habían estado a punto de hacerle. Además, yo tenía mis propios planes para deshacerme del intruso. Mi amigo el cabrero Rufus necesitaba un buen perro lobo para guardar su rebaño y pronto iba a tener el mejor cachorro. Exactamente dentro de 24 días.





F i n 






sábado, 6 de agosto de 2016

La abuela Dora. Segunda parte




RESUMEN DEL CAPÍTULO ANTERIOR:


El Rito de Iniciación Nubil, el gran jolgorio de las brujas de la comarca, se va a celebrar en un fecha próxima aunque aún no determinada. Wanda y su equipo, fomado por las hermanas Pajarito (Flora y Fina), compite con su archienemiga Janet y sus dos brujas, Olivia y Alison Dick. Ambos equipos necesitan un bebé para ser sacrificado sobre los pechos de una virgen el día del Rito de Iniciación Nubil.




Ahora os dejo en el último párrafo de la entrega anterior.

     Yo me seguía meciendo empujado por la suave brisa del atardecer sin hacer ningún movimiento que delatara mi presencia, pues aunque no entendía nada, mi intuición, una vez más, me decía que se trataba de algo que ellas preferían mantener en secreto.

*

     -Chicas, el mes que viene es la gran competición, ¿cómo va lo del niño? Creo que Fina y Flora ya tienen uno para la asquerosa de Wanda.
     -¿El niño? Ou,... esto...
    -Por favor Olivia, no agaches el sombrero,... quiero decir que no agaches la cabeza. ¿Qué me decías del niño?
    -¿Sabemos ya qué día será la celebración?
    -No, Alison Dick, no,... sabes perfectamente que de la fecha exacta no nos enteramos hasta unos días antes, vía lechuza mensajera. Así han sido todos los años y no existe ningún motivo para suponer que este año sea de forma diferente. ¿Lo del niño cómo va?
    -Pues no estaría de más que La Gran Bruja Maestre Comendadora de Hechizos se enrollara y nos dijera cuando es el gran aquelarre con tiempo suficiente par prepararnos, hummm, y tener todo listo.
    -Claro, claro,... el caso es que no se enrolla nada. ¿Y lo del niño, me cisco en todo lo que vuela, cómo va lo del maldito niño?
    -El año pasado fue a finales de mes, con lo cual nos da un margen de tiempo que se puede aprovechar para rematar los últimos detallitos, esas pequeñas cositas que sin ser fundamentales siempre se dejan para el final.
    -Olivia, Alison Dick, me estáis hinchando las narices –Janet hablaba ahora con los dientes apretados, sin separar las dos mandíbulas-, habíamos quedado en llevarnos bien. Yo estoy cumpliendo con mi parte pero exijo que también cumpláis vosotras con la vuestra –repentinamente, Janet cambió el tono, impostando otro de exagerada dulzura-. ¿Seríais tan amables de ponerme al corriente sobre vuestras, sin duda merecedoras de homéricos elogios, gestiones para conseguir el material imprescindible que nos llevará a vivir momentos de gloria imposibles de olvidar?
     -Ah, sí, claro, ¿con lo del material imprescindible te refieres a lo que comentamos un día sobre un niño que teníamos que robar o no sé qué?
    -Exacto. Contadme, contadme, ¿cómo va todo? ¡Y haced el favor de no bajar las cabezas, maldita sea!

*

 Yo seguía penduleante, colgado de mi árbol, dándole vueltas a lo que había oído a las hermanas pajarito a cerca de matar a un mono, o no sé qué otro animal pero que finalmente era un niño y estaba realmente intrigado, pues no podía imaginar a ninguna de las dos matando a nadie. El caso es que esa misma noche cambié de opinión.
    Aunque parezca mentira, llevaba cerca de cinco horas colgando del árbol sin que nadie me echara de menos. Estaba claro que Evaristo me había destronado. Cansado y humillado, a las once de la noche decidí pedir auxilio, pues hasta entonces había esperado en silencio la reacción de mi familia ante mi desaparición. Suponía que estarían algo preocupados, intranquilos,... no sé,
tampoco es que esperara que de repente se organizaran multitud de grupos de búsqueda con toda la población de la comarca haciendo cola para alistarse, pero al menos que alguien saliera al jardín llamándome con cierta insistencia y cierto disgustillo. El caso es que nada. Así, que como digo, empecé a llamar a gritos a la tía Flavia sin obtener ninguna respuesta. Tampoco mi madre se dio por enterada, ni nadie de la casa, en vista de lo cual, decidí bajar del árbol por mis propios medios, tarea nada sencilla, pues me desollé enterito con el tronco según caía abrazado a él, hasta que una rama con multitud de protuberancias se interpuso en mi entrepierna y me paró de una forma que jamás pude imaginar tan dolorosa. Cuando recuperé la respiración, que no entiendo como se me cortó si el impacto fue donde fue, seguí destrozándome de otras fantásticas maneras. Finalmente aterricé en el suelo y medio arrastrándome me dirigí hacia mi casa con un tobillo dislocado, las meaderas tumefactas, y probablemente con la mitad de la sangre necesaria para mantener las constantes vitales constantes. Quizá por eso perdí el conocimiento a escasos metros de la puerta de entrada al lado de un arbusto de laurel que mi madre abonaba rodos los días con plastas de la vaca. Lo recuperé ya muy avanzada la noche, serían las dos o tres de la madrugada, y ¡oh, sorpresa! Semiconsciente vi que las hermanas pajarito salían de la habitación de mis padres con un extraño bulto en las manos saltando por la ventana. Luego, con pasos rápidos desaparecieron en la oscuridad de la noche camino de su casa, pero aún pude ver como se metían en un cobertizo donde guardaban todo tipo de archiperres inverosímiles que usaban para curtir pieles y hacer todo tipo de prendas con variable resultado estético. Después volví a perder el conocimiento.

*

    -Bueno, entonces nos lo cargamos ya, ¿no?
    Flora hizo la pregunta mientras afilaba con movimientos mecánicos y precisos un cuchillo curvo y pequeñajo, como una gumia rechoncha.
    -Ya sabes cuál es mi opinión. Yo creo que deberíamos dejarlo con vida y confiar en que la celebración no sea en noche de luna llena, pero si crees que es demasiado arriesgado, entonces, cuanto antes lo hagamos, mejor, pues antes se le pasará la rabieta a Wanda y nosotras tendremos más tiempo de buscar un sustituto.
    -Pues hala, ponme al gazapín encima de la mesa que lo voy a pelar.
    -Pero mira que eres bruta, hija. Se trata de que Wanda crea que el crío  ha amanecido muerto y si se lo llevamos hecho unos zorros, ¿qué la decimos?: “mira, no tenemos ni idea de lo que le ha pasado, suponemos que habrá sido una cagalera,... ya sabes lo que pasa con los bebés cuando te salen delicaditos”, ¿no?, y mientras, la enseñamos el niño sin piel, como un tomate escalfado.
    -Uy, sí, qué tonta, tienes razón pero es que ya sabes lo que me gusta a mí desollar. Amor al trabajo, ya me conoces.
    -Anda, anda, acércame ese trapo que voy a hacer las cosas profesionalmente: tratamiento por asfixia, ya verás.
    -Ya, pero donde esté un buen desollamiento...
    Fina cogió el trapo que le dio su hermana y cuando  lo puso sobre la cara del pobre Evaristo, algo chocó violentamente contra el ventanuco del cobertizo. El golpe se volvió a oír y  las dos hermanas se miraron perplejas tratando de adivinar qué podía ser lo que seguía aporreando de forma insistente, y por tanto molesta, en su tejado. Abrieron el ventanuco y una lechuza con cara de corazón partido por la mitad, y blanca como un queso de oveja, es decir, no demasiado blanca, se coló rápidamente dentro del taller y fue a posarse precisamente al lado del bebé. Estaba algo magullada y probablemente mareada de los trastazos contra el ventanuco pero sabía mantener el tipo con dignidad.
    -¡La lechuza mensajera, La lechuza mensajera! –gritaron las dos al mismo tiempo.
    Rápidamente se lanzaron sobre ella y levantándola por el pescuezo cogieron el mensaje que llevaba enrollado en una de sus patas. Según lo iban leyendo sus caras se abrían en una amplia sonrisa cada vez más llena de dientes hasta que finalmente empezaron a bailar una especie de polca improvisada,  presas de un júbilo sin precedentes en su habitual forma de recibir mensajes. La noticia que las había puesto de tan sandunguero humor venía de la Gran Bruja Maestre Comendadora de Hechizos, comunicando la fecha de la celebración del aquelarre, el doce de octubre que, según sus precisos cálculos, caía cuatro días más tarde de luna llena, es decir, en luna menguante, es decir, que mi hermano había salvado el pellejo de momento.
    -Bien, querida hermanita, somos muy afortunadas. Tenemos al candidato ideal para el Rito de Iniciación Núbil, y Wanda encantada con nuestro trabajo. Todo lo que tenemos que hacer es esconder al interfecto hasta el doce de octubre que lo llevaremos al gran aquelarre para que con su colaboración involuntaria ganemos la competición y por tanto, el prestigio y reconocimiento de toda nuestra alegre comunidad de brujas colegiadas.
    -¿Puedo desollar  la lechuza para celebrarlo?

*

 Al día siguiente, mientras Fina y Flora celebraban su fortuna, Alison Dick y Olivia  languidecían por el peso del fracaso. También ellas habían recibido el mensaje con la fecha de la celebración y, dado que ya estaban a seis de octubre, las quedaba menos de una semana para conseguir el niño que necesitaba Janet, su jefa, para poder optar al codiciado premio. Después de recorrer toda su comarca en busca del anhelado bebé decidieron bajar al valle vecino, donde estaba mi aldea, para ver si en esos nuevos pagos tenían más suerte. Antes de empezar el trabajo, para aliviar sus penas y de paso darle un gusto al cuerpo, pensaron que sería una buena idea  visitar la taberna y beberse un barril de cerveza entre las dos. Allí se encontraron con mi padre y sus amigotes que también estaban empeñados en la tarea de aliviar penas vía cerveza. Y las penas de unos supusieron la esperanza de otras.
    -Mi higo, ¿te lo puedes creer? ... hips... se ha vuelto a escapar de casa.
    -Y volverá a hacerlo si no tienes mano dura, amigo.
    -¿Mano dura? pero si nació hace veintiséis días...
    No lo he mencionado hasta ahora, pero Alison Dick, la bruja más vieja del país, tenía tres largos pelos en la punta de la nariz que cuando escuchaba algo de su interés se ponían tiesos como el rabo de un perdiguero oliendo su presa. En este momento, al escuchar a mi padre, se le estiraron hasta tal punto que tuvo que hacerse una trenza para no llamar demasiado la atención. Dio un manotazo a Olivia que seguía empinando el codo y se acercaron un poquito más a la mesa donde estaba mi padre con sus amigotes.
     -¿Veintiséis días y ya se ha fugado dos veces?... lo que te decía, ¡mano dura!
    Alison Dick apuró lo que quedaba del barril de un trago y tras soltar un eructo que casi levanta el entarimado del suelo, cogió a Olivia en volandas y juntas salieron de la taberna.
    -Vamos a buscar a ese pequeño aventurero antes de que lo haga el borracho de su padre. Esta aldea sólo tiene cuatro casuchas y no será difícil encontrarlo.
    -¿Y luego volvemos a por un poco más de cerveza?

*

La nariz de Alison Dick, la bruja más vieja del país, además de tener tres insurrectos pelos, estaba dotada de uno de los olfatos más finos del reino animal. Guiándose de tan excelente sistema de detección, y dado que Evaristo llevaba una buena temporada sin que nadie le cambiara los pañales, pronto llegaron al cobertizo donde Fina y Flora, las hermanas pajarito, lo tenían secuestrado. Entraron sin ninguna dificultad por el ventanuco del tejado que tenía las contraventanas totalmente astilladas, y rápidamente se encontraron en el interior del taller, donde una lechuza completamente desplumada las miraba con expresión de profundo malestar. El azar quiso que en ese momento yo estuviera sentado a la puerta de mi casa recuperándome de los quebrantos sufridos el día anterior, y vi perfectamente como las dos brujas salían del cobertizo llevándose a mi hermano debajo del brazo. Detrás las seguía, dando pequeños saltitos, lo que parecía una lechuza sin plumas visiblemente malhumorada. Era la segunda vez que alguien estaba interesado en llevarse a mi hermano y aunque yo veía con satisfacción que desapareciera, no dejaba de intrigarme que tanta gente quisiera hacerme el favor. Si no fuera porque había quedado con Rufus, el pastor más animal de todo el valle, las hubiera seguido para enterarme de qué iba todo el misterio, pero una cita es una cita.

*

 Ni que decir tiene que el disgusto que se llevaron las hermanas pajarito cuando se dieron cuenta de que les habían robado el niño, fue colosal. Del cobertizo llegaban, arrastradas por el viento, terribles maldiciones que proferían entre sollozos y lamentaciones. Estaba claro que querían muchísimo a mi hermano y que lo echaban de menos, pero, la pregunta que yo me hacía es, si tanto lo querían, ¿por qué lo habían robado también ellas?. No sé, el caso es que después de estar toda la noche encerradas en su taller, al día siguiente desaparecieron sin dejar ningún rastro. Partieron hacia lo que ellas llamaban “territorio enemigo”, al otro lado del valle, donde vivían Janet, Olivia y Alison Dick, la bruja más vieja del país. Lo supe porque me lo dijo mi amigo Rufus, el pastor.

*

Como cualquier otro gremio, el de brujas y hechiceros tiene su código ontológico que como en cualquier otro gremio no sirve nada más que para decir que lo tienen. Que se sepa ninguna bruja lo ha aplicado a lo largo de toda la historia de la hechicería y las probabilidades de que aparezca de repente alguna, dispuesta a guiarse por él son remotas, pero si además está de por medio la gran competición del aquelarre interprovincial que se celebra todos los años en las inmediaciones de mi aldea natal, el que alguien piense que puede haber una bruja que se comporte deportivamente está tan fuera de lugar que a los niños cuando se caen y se hacen daño les cuentan algo relacionado con esta improbabilidad para que se rían. Tanto como se estaban riendo ahora Alison Dick, la bruja más vieja del país, y su colega Olivia, mientras desenvolvían a Evaristo sobre el fogón de la cocina ante la mirada circunspecta de la lechuza que seguía la acción con el entrecejo fruncido en una clara mueca de desaprobación.  A la euforia por el éxito de su operación, se unían los efluvios de la cerveza, como combustible para alimentar las carcajadas, con el resultado de una mandíbula desencajada para Olivia, y la pérdida de parte de la dentadura para Alison Dick. Cuando finalmente recuperaron la estabilidad emocional y pudieron controlar su desbordante alegría, mi hermano empezó a berrear, quizá para dejar claro, que ahí, no todos compartían los mismos intereses.
    -Demonio de crío, con esos pulmones hubiera sido un monstruo de la canción.
    -O pregonero.
    Las dos brujas volvieron a estallar en sobrecogedoras carcajadas hasta que Alison Dick, guiada por la responsabilidad de ser la bruja más vieja del país, paró en seco sus desbordantes risotadas y levantando una mano como si quisiera detener el mundo, exclamó tan seria como nunca antes había estado:
    -Mañana haremos venir a Janet para que cubra de oro las palmas de nuestras manos.
    -Se va a poner tan contenta que podremos pincharla con nuestros gorros sin que diga nada, ya verás.
    -Sí... de la misma forma que para ella la gran noche será la del doce de octubre, para nosotras será mañana –de repente el tono de Alison Dick cambió por otro de gran autoridad-. Por cierto, antes de irnos a la cama, limpia las cacas a este mocoso porque tengo las narices que me van a estallar.
    Si de repente hiciéramos avanzar el tiempo y nos pusiéramos veinticuatro horas más tarde en el mismo sitio, veríamos exactamente la misma escena pero con más gente. Podríamos ver que Evaristo, flanqueado por Olivia y Alison Dick seguía  en el fogón de la cocina (aún con los pañales repletos de lo más pestilente que se da en materia orgánica, dado que la autoridad de la bruja más vieja del país no fue suficiente para vencer la repugnancia de Olivia),  pero además veríamos que acababa de entrar Janet, exultante, por la puerta de la cocina. Si aún avanzáramos otros diez minutos más, podríamos apreciar que dos figuras con cara de pájaro asustado avanzaban de puntillas, ocultándose entre la maleza, hacia la choza de Olivia y Allison Dick, y que discretamente se asomaban por la ventana de la cocina para ver qué estaba pasando en su interior. Y lo que pasaba es algo que no suele verse todos los días.
    Janet, nada más ver al niño, lo cogió jubilosa en volandas, y haciendo esfuerzos para no sufrir un desvanecimiento por efecto de la corriente de aire apestoso que provocó su entusiasmo, empezó a bailar con él mientras le soltaba frases incomprensibles en un idioma inventado por ella pero que resultaba de lo más efectista. Varias veces incluía la frase “abracadabra pata de cabra” ante el regocijo de sus pupilas que apartaban el aire de delante de sus narices con severos manotazos, al tiempo que pedían a su jefa que dejara de mover al chiquillo como si fuera un botafumeiro de un lado para otro.
   Las dos figuras con cara de pájaro asustado seguían desde el exterior la alegría de sus competidoras, expectantes, pero sin compartirla. Tenían que recuperar al crío como fuera sin excluir la violencia, razón por la que  cada una de ellas había traído consigo distinto tipo de armamento, ligero pero mortífero. Flora, tan aficionada al despelleje, acariciaba agazapada bajo la ventana un enorme escalpelo de hoja ligeramente curva y perfectamente bruñida en la que se reflejaba una luna que empezaba a asomar tras los árboles del bosque. Una luna que según iba saliendo, se iba mostrando más y más grande, y más y más redonda, porque esa noche era noche de luna llena. De repente, Flora vio por el rabillo del ojo el destello brillante que salía de su cuchillo, y sin apenas mover la cabeza, con un simple movimiento de los globos oculares que le quedó de lo más camaleónico, observó por un lado que el disco lunar estaba ya en todo su apogeo arriba, en un cielo que repentinamente pasó del azul oscuro al negro tizón, y por otro lado el interior de la cabaña. Y ella pasó de estar agachada bajo la ventana de la cocina de Olivia y Alison Dick, la bruja más vieja del país, a estar corriendo monte abajo todo lo que daban de sí sus flacuchas piernas. Flora se quedó el tiempo suficiente para encanecer repentinamente. Lo que vio a través de la ventana de la cocina durante décimas de segundo, antes de emprender también la huida tras su hermana, hubiera hecho palidecer de miedo a todos los osos de la comarca. En cuanto la luna logró colarse en todo su esplendor dentro de la cocina iluminando la totalidad de las cosas que había dentro, entre lo que se encontraba mi hermano, el bebé lobezno, la escena fue, por describirlo de una forma sencilla, la repanocha. El único personaje que permaneció inmutable, y con cierta sonrisilla de refocilo, fue la lechuza, que hasta ese momento no se había divertido nada desde hacía tres días. El resultado fue que Janet, Olivia y Alison Dick, la bruja más vieja del país, también se quedaron sin niño para el Rito de Iniciación Núbil. Naturalmente, antes de marcharse por el hueco de la chimenea, Evaristo se permitió destrozar de forma irrecuperable la cocina, el resto de la casa, y cobertizos adyacentes.

*
EL MARTES SABRÉIS EN QUÉ ACABA TODO ESTO PORQUE PONDRÉ EL ÚLTIMO CAPÍTULO. BUENO, AL MENOS ESO ESPERO, PUES ESTOY RECIBIENDO SERIAS AMENAZAS  ADVIRTIÉNDOME DE LO QUE ME PASARÁ SI CUENTO EL FINAL. LAS AMENAZAS SON ANÓNIMAS, PERO NO SÉ, EL HECHO DE VER MULTITUD DE BRUJAS SOBRE SUS ESCOBAS REVOLOTEANDO ALREDEDOR DE MI CASA, AL CAER LA NOCHE, ME HACE SOSPECHAR DE ALGUIEN.
VEREMOS EL MARTES.




miércoles, 3 de agosto de 2016

La abuela Dora. Primera parte

Parece que sigue el verano y las ganas de leer  se mantienen en pleno vigor. Yo he visto por la calle gente buscando en las papeleras y en los cubos de basura cualquier cosa que les sirva para matar el rato leyendo. Les he visto sacar revistas grasientas con la cara iluminada por la alegría, instrucciones de uso de algún aparato, prospectos de medicinas, cualquier cosa que lleve letra impresa puede servir. Yo quiero contribuir a aliviar tanta necesidad de lectura que hay en el mundo con un cuento que escribí hace tiempo. Dada su extensión y por mantener la atención, lo he dividido en tres entregas.
va la primera.






LA ABUELA DORA

(PRIMERA PARTE)



La abuela Dora, que además de abuela era partera, corría de un lado para otro agitando sus regordetas manos por encima de la cabeza en claro gesto de que algo estaba saliendo de forma muy distinta a la esperada.
De la habitación principal salían los gritos de parto de mi madre, que a juzgar por el desgañitamiento, mi nuevo hermano iba a ser tirando a descomunal. Claro, que esa no sería su característica más destacada, pero ya hablaremos más tarde de las rarezas de mi hermanito. Mientras tanto, yo asistía, más bien asustado, al tejemaneje de toallas, baldes con agua hirviendo  y otras zarandajas que las mujeres de la casa se traían entre manos, sin saber exactamente a qué se debía todo ese jaleo.
Aparte de la abuela Dora y mi tía Flavia, estaban dos vecinas con cara de pajarraco asustado y voz acorde con su apariencia de avechucho, cuya única aportación se reducía a entrar y salir de la habitación salmodiando jesuses con las manos al cielo, y a frenéticos santiguamientos descontrolados y convulsos. Se llamaban Fina y Flora, aunque en casa siempre nos habíamos referido a ellas como las hermanas pajarito, incapaces de renunciar a un apodo tan conveniente. De vez en cuando la abuela Dora reparaba en mi presencia como si fuera la primera vez en su vida que me veía, me preguntaba qué diantres estaba haciendo allí, y antes de que pudiera responderle ya me había  dado un par de pescozones con el mensaje de que me fuera a otro lugar lo más alejado posible, lo cual, dadas las dimensiones de mi casa, era absolutamente imposible y me pusiera donde me pusiera, mi abuela siempre acababa pasando por delante de mí, y la escena se volvía a repetir, con pescozones incluidos.
La casa donde vivíamos tenía dos habitaciones: la de mis padres, y la otra; en la otra dormíamos la abuela Dora, tía Flavia, algún huésped si lo hubiera, una cabra y yo. La verdad, es que nunca entenderé porqué teníamos una casa tan pequeña si estábamos rodeados de campo, una cantidad obscena de campo que no era de nadie. Sobre todo, si había tanto campo, ¿por qué dormía también con nosotros la cabra? Mi padre decía que era cosa de mi abuela, que la metía en la habitación para poder decir que ese peculiar olor que todos notábamos era debido al pobre animal. Puede ser.
    Mi hermanito se estaba haciendo rogar demasiado y no acababa de salir para mayor sufrimiento de mi madre que ya estaba hasta la coronilla de empujar, apretar los dientes, chillar y blasfemar como un mulero. Por fin a las doce en punto de la noche empezó a salir, y desde ese momento hasta que terminó de hacerlo diez minutos más tarde, a los chillidos de mi madre se unieron los de las hermanas pajarito, tía Flavia y, lo más increíble, los de la abuela Dora, que era la primera vez en su vida que gritaba sin estar colérica, porque era la primera vez en su vida que gritaba porque estaba asustada.
    Mi padre, con la excusa de que los partos eran cosa de mujeres, se fue a la taberna a beberse un barril de cerveza en compañía de sus amigos. Cuando llegó a casa, mi hermanito ya estaba correteando por el jardín asustando a las comadrejas.    
    -¡Mi higo, quiero ver a mi higo! –farfulló mi padre nada más entrar, con una sonrisa simiesca proporcionada, no por el exceso de alcohol, sino por una coz que le dio una mula cuando era niño -¡Quiero,... hip, ver a mi nuevo higo!
    -Se ha escapado –le dijeron al unísono las hermanas pajarito.
    -¿Eh? ¿quién se ha escapado?
    -Tu higo, perdón, tu hijo.
    -¿Mi higo recién nacido... se ha escapado de casa?
    -Tenías que ver que carácter ha sacado...
    -Sí,... terrible... un demonio de chiquillo...
    -Pero,... a estas horas es peligroso que ande solo un recién nacido por el campo, ¿no?... –razonó mi padre dentro de lo que podía- yo mismo acabo de ser atacado por un perro enano al llegar a casa...
    -¿Negro, muy peludo y con los ojos cerrados? –preguntó la abuela Dora.
    -Sí, no sé, le he dado una patada y me ha mordido en la pierna el muy bestia.
    -¡Tu hijo!
    -¿Dónde? –preguntó mi padre desconcertado, que cada vez entendía menos.
    -Tu hijo es el que te ha mordido en la pierna.
    -¿Mi higo, el que se ha escapado de casa nada más nacer, me ha mordido en la pierna?
    La abuela Dora es de esas personas que no necesitan hablar para convencer. Su elocuencia, que es mucha, nunca se ha basado en un verbo cálido y fluido, sino en su forma de mirar, tajante y definitiva. Ya puede ser el mayor disparate del mundo, que si te lo dice la abuela Dora y eres capaz de mantener su mirada el tiempo suficiente, lo aceptarás con inquebrantable convicción. En esta ocasión, le bastaron veinte segundos para hacer que mi padre saliera a buscar a mi hermanito que del patadón había ido a parar a unas  zarzas, donde lo encontró magullado y desconcertado ante su primera visión del mundo, pero sobre todo, lo encontró terriblemente enfadado.

*

    -Olivia, esto no puede seguir así. Eres el desastre más grande que conozco.
    Cuando hablaba Janet, las otras brujas callaban con la cabeza baja, lo cual ponía aún más furiosa a Janet.
    -Y no bajes tanto la cabeza, que me vas a sacar un ojo con el sombrero.
    -Déjala, es muy joven y tiene derecho a equivocarse.
    -¡Vaya, mira quién habló! Creí que ese derecho era exclusivo tuyo.
    -Bueno, es que las viejas también tenemos derecho a equivocarnos, y si me apuras, más derecho que las jóvenes –se defendió Alison Dick, la bruja más vieja del país.
    -Entonces, si todo el mundo tiene derecho a equivocarse, viva la Pepa, aquí no acierta ni dios, y no pasa nada, ¿no es así?
    -Mujer...
    -Ni mujer ni gaitas, y no agaches tú también la cabeza que entre las dos me vais a dejar ciega.
    -Yo creo que aún nos da tiempo a tenerlo todo preparado para...
    -¡Ni una palabra más! Ya sabéis lo que tiene que hacer cada una de vosotras y esta vez no quiero ningún tipo de fallo, tanto si se debe a la falta de experiencia propia de la juventud que en un alarde de tontería supina sustituye la estrategia por la improvisación, como si es debido al desgaste natural de las piezas que intervienen en la creación del pensamiento lógico, propio de edades más provectas.
    -¿Te refieres a la pérdida de contacto entre la zona terminal del axón de una neurona con el cuerpo celular o la dendrita de la siguiente? –preguntó Alison Dick.
    -Naturalmente, ¿a qué si no?
    -Pues di sinapsis. Es más corto y te entendemos igual.
    -Es verdad, parece mentira lo que te gusta enrollarte con lo antipática que eres. A mí, por ejemplo, si...
    -¡Basta ya! ¡No os soporto! ¿Pero es que no había otras brujas en toda la comarca más que vosotras dos?
    -Eso creo.
    -Y has tenido suerte en poder contar con nosotras.
    -Está bieeeen, vaaaale, las tres hacemos un equipo realmente bueno a pesar de que de vez en cuando tengamos nuestras diferencias, ¿no es así, chicas?
    Janet sabía hasta donde podía llegar con sus dos pupilas y también sabía que ahora las necesitaba por encima de todo. Buenas o malas, las necesitaba.

*

 Al día siguiente del nacimiento de mi hermano la casa empezaba a recobrar cierto especto de normalidad. La abuela Dora preparaba caldo de gallina en la cocina para mi madre, las hermanas pajarito se ofrecieron para echar una mano en lo que hiciera falta, y mi padre seguía durmiendo como un tronco. En cuanto a mí, yo estaba ansioso por ver al recién llegado a la familia y pellizcarle concienzudamente por venir a usurpar mi papel de alegría de la casa, pero sobre todo, tenía curiosidad por ver cómo era, ya que aunque la abuela Dora se hubiera empeñado a base de pescozones en tenerme alejado de la noticia, sabía por los comentarios oídos que no se trataba de un bebé normal. Simplemente el hecho de que cuando mi padre, después de recoger al niño en el zarzal, le dijera a mi abuela que tenía serias dudas sobre si ponerle de nombre Evaristo como el abuelo, o Tarzán, como un perro que tuvimos para guardar el ganado, me inducía a pensar que no se trataba de uno de esos bebés que salen en las cajas de galletas. Además, me tenía fascinado el hecho de que mordiera a mi padre, pues una mordedura siempre implica la intervención de una dentadura, y eso es algo que no está al alcance de cualquier bebé.
    Entré sigilosamente en la habitación de mis padres, aunque yo sabía que no necesitaba ningún tipo de precaución pues a mi padre no lo despierta ni un volcán que entrara en erupción debajo de su cama, y a mi madre, tanto le daba estar despierta que dormida, pues realmente estaba desfallecida que es un estado absurdo en el que te da igual casi todo lo que ocurra a tu alrededor. Es algo así, como para la materia, el estado plasmático. Pues bien, nada más entrar, sin entretenerme en hurgar en los bolsillos de mi padre como otras veces, fui directamente a la cuna donde estaba mi hermanito. Me subí a un escabel para ver mejor, y lo que descubrí durmiendo plácidamente entre las sábanas era lo que menos esperaba encontrar. El sol, tamizado por una persiana de arpillera caía sobre el moisés como una ducha de luz, de gotas muy finas, dando un aspecto lechoso al ambiente, muy apropiado, las cosas como son, para una escena de maternidad. Mi hermanito sonreía beatíficamente al mundo con un gesto apacible sin rastro alguno de tensión. Tenía una piel suave y tirante que se volvía cárdena ante la acción estranguladora de mis pellizcos (es decir, todo normal) y unos rasgos bien definidos que lo catalogaban dentro del grupo de bebés hermosos y guapos. ¿Cómo es posible que esa criatura de rostro angelical fuera la misma que nada más nacer hizo pensar a todo el mundo que un meteorito, algo más grande que el que acabó con los dinosaurios, había caído sobre la Tierra? Sólo un chichón enorme y unos cuantos arañazos distribuidos por su cabecita pelona recordaban a la noche anterior.
    De repente noté la mano huesuda de la abuela Dora sobre mi hombro.
    -¿Te gusta tu nuevo hermanito? –me susurró con su vozarrón de leñador- es mucho más guapo que tú, ¿a que sí?
    -Ya, y yo que creía que era un monstruo, ya ves.
    -Sí, a nosotros también nos decepcionó bastante ayer, las cosas como son, pero fíjate el cambiazo que ha dado en ocho horas.
    -¿Y por qué es distinto ahora? –pregunté yo algo decepcionado de su evidente mejoría.
    -La Luna –dijo tajante mi abuela-, ¿no te fijaste en la luna tan enorme que había ayer? La luna llena lo convierte en... lobezno. Es un bebé-lobezno, y con el tiempo se convertirá en un hombre-lobo.
    -Ah, eso está muy bien –dije yo como si acabara de decirme que mi hermano se haría cirujano o algo por el estilo.
    -No está mal. Ahora más vale que le dejemos dormir pues ha estado toda la noche cazando y está agotado.
    En aquellos momentos yo no sabía lo que era un hombre-lobo, ni había oído hablar nunca de nada parecido, pero estaba tranquilo pues en casa todos se comportaban como si fuera de lo más normal. De hecho, hasta el siguiente plenilunio, como se verá, nadie de la familia se acordó de la peculiaridad exclusiva de mi hermano, incluso le pusieron de nombre Evaristo, como el abuelo. Todos rehuían hablar de lo sucedido en la noche de su nacimiento como si trataran de escapar de una realidad que no apetecía, pero está claro que por mucho que uno se esfuerce en ocultar la verdad, ésta acaba saliendo al exterior por fea que nos parezca. Es como un ahogado, que pasado un tiempo en el fondo del río, tarde o temprano emerge a la superficie mostrando un cuerpo hinchado, podrido y medio comido por peces y cangrejos, y cuanto más tiempo pase en el fondo más repugnante resulta luego cuando sale a flote.

*

Las brujas que habitan en la comarca de mi aldea natal aparte de su estrafalario gorro, sólo tienen una cosa en la cabeza: ganar en la competición de brujas y hechiceras que se celebra anualmente durante el mes de octubre con motivo de su gran aquelarre interprovincial. Acuden brujas de todo el país y todas compiten por ser las mejores en sus ritos y hechizos en una lucha feroz y despiadada. Se establecen varios premios divididos en diferentes categorías y el mas codiciado siempre ha sido el de la mejor puesta en escena del llamado Rito de Iniciación Núbil, que básicamente consiste en degollar a un recién nacido sobre los pechos desnudos  de una joven virgen, aunque para no resultar excesivamente crueles, la joven no suele ser virgen.
    Dada la complicación de las pruebas la forma habitual de participación es por equipos, y cada equipo está formado por tres o cuatro brujas, una de las cuales es la jefa del grupo y es quien diseña la estrategia y asume todas las responsabilidades. En general, pasada la competición desaparecen las hostilidades entre las participantes, excepto en el caso de Janet, y su gran enemiga, Wanda, que se odiaban desde que se conocieron, y se conocieron en el parvulario con tres o cuatro años de edad. De la misma forma que hay amores a primera vista, también hay odios a primera vista, pues al fin y al cabo ambas emociones no difieren una de otra más que en la orientación. Si con el amor eres feliz cuando lo es el ser amado y te entristece verlo padecer, con el odio ocurre lo contrario, estás encantado si tu odiado sufre como una perra y te llevas un berrinche si sabes que se lo está pasando en grande. Claro, que en el fondo, sí hay una gran diferencia entre el amor y el odio, una diferencia que hace más perfecto al odio, pues lo convierte en una emoción más completa. La diferencia es que el odio admite diversidad; es decir, mientras que resulta imposible estar completamente enamorado de dos personas a la vez, es muy normal odiar a un grupo de varios individuos simultáneamente, incluso puedes odiar a una señora mayor a su hija y a su nieta en el mismo día sin que nadie piense que eres un pervertido. Pues bien, el caso es que Janet y Wanda se odiaban con verdadera locura desde el primer día que se vieron. Un odio apasionado y puro, un odio, aún después de tantos años, sincero y desinteresado que las hacía competir cada año en el gran aquelarre con la única idea, no ya de ganar, sino de evitar que ganara la otra. Si para conseguirlo era necesario acuchillar a sus propias madres no lo dudarían ni un solo segundo, lo cual da una idea de hasta donde estaban dispuestas a llegar en su empeño. Las dos competían en la prueba de mayor prestigio, el Rito de Iniciación Núbil y a estas alturas, un mes antes de la celebración del campeonato, a las dos les faltaba la parte más importante: un bebé al que degollar. Bueno, la verdad es que Wanda ya contaba con uno aunque todavía no lo había visto, ni sabía nada de él. Resulta que Fina y Flora, las hermanas pajarito, aunque en aquel tiempo yo no lo supiera, eran brujas y pertenecían al equipo de Wanda y en cuanto se enteraron de que su vecina, mi madre, estaba embarazada, ya tenían claro de dónde iban a sacar el bebé que necesitaba su jefa. Claro, que lo que no se podían imaginar es que naciera un bebé-lobezno, y si la celebración caía en noche de luna llena no les valdría de nada, pues en tal caso no era muy probable que se quedara quieto sobre los pechos desnudos de la joven virgen. Por eso las hermanas pajarito, que ya habían recibido parte de la recompensa de Wanda, se mostraban tan nerviosas y andaban de un lado para otro como vaca sin cencerro con gesto de preocupación. La fecha exacta de la celebración nunca se sabía hasta pocos días antes. La decidía la Gran Bruja Maestre Comendadora de Hechizos, alguien que nadie conocía, pues en sus apariciones siempre llevaba una máscara de dudoso gusto hecha de barro, paja y excrementos de murciélago, por lo que a su deplorable especto se unía un penetrante olor a mierda. Naturalmente, nada de todo esto afectaba de momento a Evaristo, mi hermano-lobo, que estaba recibiendo todas las atenciones posibles de la tía Flavia, en menos medida de mi madre, ninguna de mi padre, y por supuesto, la indiferencia de la abuela Dora que en el fondo le traía todo al fresco. A mí me dolía ver que alguien con pinta de chucho callejero (ocasionalmente, ya, pero esa imagen se quedaba grabada de forma indeleble), me robara el poco cariño que mi familia me dispensaba. Sobre todo me molestaba compartir la dedicación de tía Flavia, pues de todas las mujeres de la casa y de todas las de la aldea, era la que mejor me caía. Todos los años, después de las lluvias de otoño, me llevaba a coger caracoles, y aunque no sea una actividad que destaque por lo que une a las personas, yo lo recuerdo como algo grande y este año, que ya había empezado a llover, aún no habíamos salido ningún día porque estaba continuamente con el “otro”. Que pronto se empieza a sufrir en la vida porque somos reemplazados por “otro”, pensé con mis escasos siete años mientras intentaba bajar por mis propios medios del árbol al que me había subido en un intento desesperado de llamar la atención de la tía Flavia. Ella estaba acunando a la bestia en un extremo del jardín y por un momento pensé que estaba preocupada por lo que me pudiera pasar porque se levantó gritando cuando vio que estaba a punto de matarme.
    -Bájate de ahí, desgraciado, que te vas a romper la crisma. Será tonto...
    No la pude hacer caso porque resbalé y me quedé enganchado por los pantalones en una rama sin poder subir ni bajar balanceando como un ahorcado de un lado para otro. Entonces, vi que las hermanas pajarito salían de su casa camino de la mía y se detuvieron justo debajo del árbol del que yo pendía sin advertir mi presencia. Estuve a punto de gritar auxilio cuando una intuición que aún no tenía, me hizo permanecer en silencio. Un silencio que aproveché para enterarme de lo que estaban hablando.
    -Flora, de verdad, a mí me da no sé qué matarlo,... es tan mono.
    -¿Mono? ¡Es un perro! Y es la única solución.
    -Pero hay muchas probabilidades de que sea en una noche normal...
    -Ya y si no, imagínate el numerito. Por eso tenemos que anticiparnos y decirle a Wanda que el niño se ha muerto. Así, que primero lo secuestramos y luego le damos matarile. Ella, al principio no se lo va a creer, pero le enseñamos el fiambre, y ya está, asunto concluido.  Se llevará un disgusto, pero no lo pagará con nosotras, porque es muy normal que un recién nacido la doble inesperadamente.
     Yo me seguía meciendo empujado por la suave brisa del atardecer sin hacer ningún movimiento que delatara mi presencia, pues aunque no entendía nada, mi intuición, una vez más, me decía que se trataba de algo que ellas preferían mantener en secreto.




(CONTINUARÁ, CALCULO YO QUE DENTRO DE DOS O TRES DÍAS)