Cuando yo iba al colegio, en literatura se enseñaban
muchas cosas, y entre ellas, la generación del 98, y recuerdo que había algo en
esa lección que llamaba muchísimo mi atención aún infantil y dispuesta a
sorprenderse por cualquier cosa que me pareciera llamativa. Era,
y se me ha quedado como un epitafio, la frase: “el pesimismo de la generación
del 98”. Según lo repetía una y otra vez el profesor, “el pesimismo de la
generación del 98”, yo me imaginaba una España con todo el mundo deprimido,
andando cabizbajos por las calles con una pena inmensa en su corazón, incapaces
de ver las cosas buenas de la vida. “Sentíamos el destino infortunado de
España, derrotada y maltrecha, más allá de los mares”, escribió Azorín. “España
me duele” añadió Unamuno por si quedaba alguna duda del trago que estaban
pasando las criaturas. Dudas no cabían: los españoles estaban tristes. Una pena
que cíclicamente se repite, y ahora estos pensamientos me llevan a otros.
Cada persona es de una manera y los cambios que sufre
(o disfruta) se producen a lo largo de mucho tiempo. Normalmente son muy
pequeños, a veces más perceptibles, pero vamos, que en general, no cambiamos
tanto. ¿Esto es bueno? Pues por un lado sí, porque nos reafirma en lo que
somos, nos dota de identidad y de esencia, que dicen los filósofos, y nos
define; claro que a veces, eso es un maldito inconveniente porque hay algunos
que más les valdría dejar de ser como son y que cambiaran un poco. En cualquier
caso no es algo que esté a nuestro alcance, pues si los cambios inconscientes
son tenues, los que nos proponemos son imposibles. El que es vago lo va a seguir
siendo por mucho que madrugue; quizá durante los primeros días de haber hecho
el propósito de cambio, se muestre más activo, pero poco a poco volverá a su
ser, regresará a su esencia que siguen diciendo los filósofos, ya que estos
tampoco cambian. De esta forma tenemos personas que SON antipáticas, otras
cariñosas, tacañas, ambiciosas, sensibles, generosas, depresivas, expansivas,
sociales, hurañas, maleducadas, mentirosas, francas, sinceras, embaucadoras,
honradas, criminales, pacíficas, violentas… una variedad que por ejemplo no se
da en las cornejas, que vista una, vistas todas. ¿O quién diferencia un pulpo
de otro?
Es lo que tenemos los humanos: complejidad. Pues
bien, y aquí entran las matemáticas sin que tenga que irse la filosofía: las
personas, cuando se juntan por debajo de una cantidad, que vamos a llamar masa
crítica, conservan cada una su personalidad intacta, con el resultado de que ese grupo es
amorfo, heterogéneo y sin ningún rasgo que lo diferencie de otro grupo que esté
formado también por un número por debajo de la masa crítica, pero… y aquí viene
lo bueno porque a las matemáticas y filosofía se une la sociología: cuando el
número de miembros del grupo es francamente grande y excede en mucho a esa masa
crítica, el grupo se ve dotado de una personalidad propia y exclusiva que lo
distingue de otros grupos también formados por un número exagerado de personas,
y curiosamente, esa personalidad única que adopta el grupo, como grupo, no es
necesariamente la suma de las personalidades individuales de las personas que
lo componen, pues cada cual tiene la suya propia aunque, y esto es lo malo,
parte de la personalidad del grupo trasciende al individuo. Este hecho resulta fascinante, pues
explica que los españoles sean diferentes a los ingleses, los italianos a los
alemanes y los cubanos de los franceses, sin que elimine la posibilidad de que
un español determinado sea exactamente igual en su comportamiento que un
canadiense dado, o un australiano igualito que un noruego.
Ahora vamos a añadir la química a todo este follón que ya tiene filosofía, sociología y matemáticas:
¿un grupo grande, por encima de la masa crítica, tiene las mismas propiedades
que una parte muy pequeña del grupo, incluso una molécula, es decir una
persona? (una molécula de agua tiene las mismas propiedades químicas que un
océano, por ejemplo) Pues me temo que sí, y esto significa que si las personas
no podemos cambiar, los grupos de personas, tampoco pueden hacerlo, de modo que
por mucho que se empeñen, los ingleses van a seguir siendo como son, y también
los italianos van a seguir siendo como han sido hasta ahora y los alemanes
serán alemanes por muchísimo tiempo, y todos, todos mantendrán su esencia. Esta
es una regla a la que tampoco podemos escapar nosotros, los españoles. Por
mucho que lo intentemos.
Ahora viene lo gordo y que enlaza con el inicio de
este artiblog. ¿Cómo somos?
Que cada cual se responda a si mismo.
Nota: tengo por norma hacer artiblogs muy cortos, y
en esta ocasión me he excedido. Es lo que tienen los momentos bajos, que no
atinas.