Parece mentira
que se haya acabado el año en que supuestamente transcurre Blade Runner. Cada
vez que termina un año marcado por la literatura futurista como testigo de
increíbles avances o siniestras calamidades, como 1984, 2001 o el mismo Blade Runner, me doy cuenta de lo generosa que es la imaginación de los escritores de
ciencia ficción con las capacidades humanas.
Ahora entramos
en 2020, que si fuera un número de lotería, diríamos que se trata de un número
“muy bonito”, un extraño capicúa binario, redondo, sin esquinas, no hay nada
impar ni primo en su composición, parece un año de diseño. Precioso, los
dígitos que no son circunferencias perfectas (una forma positiva de ver al
cero, que no es ni positivo ni negativo), son las estilizadas siluetas de dos
elegantes cisnes. Dos doses y dos ceros, empate por todos los lados, el
equilibrio perfecto, sencillez rotunda, salvo si queremos expresar su ordinal
que es para pensárselo unos segundos antes de soltarlo: dosmilésimo vigésimo;
hasta ahí no llegaron en el colegio.
Me gusta 2020,
es el número de las parejas según la numerología más básica que amplia el
concepto y dice que representa intuición y vulnerabilidad. ¿Por qué representa
intuición y vulnerabilidad? Porque la numerología es así de caprichosa y suelta
la primera chorrada que le parece oportuno sobre cualquier número, no es como
las matemáticas en que no cabe la interpretación. O la física, que nos dice que
2020 caballos es lo mismo que 1485,51 kilovatios, ni medio vatio más. Por ejemplo.
Nos vamos a
quedar con que el nuevo año es un número “muy bonito” y yo os deseo a todos que
además sea muy bueno. Muy bueno con cada uno de nosotros y nos colme de dicha y
estupendos momentos.