En estos
momentos de extrema vulgaridad en casi todos los ámbitos, y particularmente en
las relaciones que mantienen los políticos entre sí, donde la ausencia de
buenas formas es la norma, el insulto
sucede a la descalificación, la chulería reemplaza a la elegancia y la
testosterona rezuma incluso entre algunas políticas, ellas, las más bellas, la
aparición de figuras como Agustín Javier Zamarrón Moreno, se agradece como si
fuera lluvia en el desierto. Y con los mismos efectos: en cuanto deja de
llover, vuelve la aridez, pero esa es otra cuestión.
Como ya sabemos
todos desde abril pasado, cuando lo descubrimos la mayoría, Javier Zamarrón
Moreno es el diputado de más edad, y en virtud de su veteranía ha de presidir
la sesión constitutiva de la Cámara Baja y poner orden en las votaciones para
la formación de los miembros de la Mesa del Congreso. Solo por escuchar su
cálido y envolvente verbo, cargado de formalismos decimonónicos y un agudo
sentido del humor hasta donde la severidad del acto permite, merece la pena
tragarse el tostón del acto que en ninguna otra legislatura se me ha
ocurrido a mí seguir. No es que
desprecie el espectáculo de ver cómo trajeados electos se lanzan a la carrera
en pos de unos sillones en los que solo podrán acomodar sus posaderas en esta
sesión constitutiva, que también tiene su gracia, ni otros atractivos de la
retransmisión, como el lío que se hizo Ciudadanos en su intento de que los
anteriores atletas no llegaran a ocupar cacho en la Mesa, pero nada de eso se
puede comparar con ver y escuchar a este
elegante señor de barba que le cae a chorros como a Valle Inclán. Y no solo por
los aspectos formales, impecables, sino por los conceptuales, sobre todo por
los conceptuales. “Estoy cojo, como el resto del Parlamento, unos inválidos y
otros cojos”, dijo, y dijo bien, porque la mayoría de sus señorías son unos
inválidos en el sentido de que valen menos de lo que deberían valer.
Al final,
Agustín Javier Zamarrón Moreno, pidió disculpas al Pueblo Español por seguir a
estas alturas sin gobierno, y en señal de sincera consternación inclinó la cerviz. Esto es algo
que deberían haber hecho todos los parlamentarios y nadie, hasta ayer, hizo.
No es por
fomentar enfrentamientos generacionales, pero coño, la diferencia que hay entre
el más viejo de los diputados, y la mas joven, esa criatura con camiseta
inventada para la ocasión que parece sacada de un botellón más que de las filas
de un partido político, es tan abrumadora, que no cabe pensar que pertenezcan
al mismo gremio.
Me quedo con don
Agustín Javier Zamarrón Moreno, y no debería ser así, lo lógico sería que los
que vienen nuevos superen a sus predecesores en todo; es la clave para que
la evolución funcione con éxito.
Esta es la
triste conclusión, mi triste conclusión de todo lo que vi ayer: que claramente
vamos a peor.
Gracias Joaquín.
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