miércoles, 4 de diciembre de 2019

Javier Zamarrón Moreno








En estos momentos de extrema vulgaridad en casi todos los ámbitos, y particularmente en las relaciones que mantienen los políticos entre sí, donde la ausencia de buenas formas es la norma,  el insulto sucede a la descalificación, la chulería reemplaza a la elegancia y la testosterona rezuma incluso entre algunas políticas, ellas, las más bellas, la aparición de figuras como Agustín Javier Zamarrón Moreno, se agradece como si fuera lluvia en el desierto. Y con los mismos efectos: en cuanto deja de llover, vuelve la aridez, pero esa es otra cuestión.
Como ya sabemos todos desde abril pasado, cuando lo descubrimos la mayoría, Javier Zamarrón Moreno es el diputado de más edad, y en virtud de su veteranía ha de presidir la sesión constitutiva de la Cámara Baja y poner orden en las votaciones para la formación de los miembros de la Mesa del Congreso. Solo por escuchar su cálido y envolvente verbo, cargado de formalismos decimonónicos y un agudo sentido del humor hasta donde la severidad del acto permite, merece la pena tragarse el tostón del acto que en ninguna otra legislatura se me ha ocurrido  a mí seguir. No es que desprecie el espectáculo de ver cómo trajeados electos se lanzan a la carrera en pos de unos sillones en los que solo podrán acomodar sus posaderas en esta sesión constitutiva, que también tiene su gracia, ni otros atractivos de la retransmisión, como el lío que se hizo Ciudadanos en su intento de que los anteriores atletas no llegaran a ocupar cacho en la Mesa, pero nada de eso se puede  comparar con ver y escuchar a este elegante señor de barba que le cae a chorros como a Valle Inclán. Y no solo por los aspectos formales, impecables, sino por los conceptuales, sobre todo por los conceptuales. “Estoy cojo, como el resto del Parlamento, unos inválidos y otros cojos”, dijo, y dijo bien, porque la mayoría de sus señorías son unos inválidos en el sentido de que valen menos de lo que deberían valer.
Al final, Agustín Javier Zamarrón Moreno, pidió disculpas al Pueblo Español por seguir a estas alturas sin gobierno, y en señal de sincera  consternación inclinó la cerviz. Esto es algo que deberían haber hecho todos los parlamentarios y nadie, hasta ayer, hizo.
No es por fomentar enfrentamientos generacionales, pero coño, la diferencia que hay entre el más viejo de los diputados, y la mas joven, esa criatura con camiseta inventada para la ocasión que parece sacada de un botellón más que de las filas de un partido político, es tan abrumadora, que no cabe pensar que pertenezcan al mismo gremio.
Me quedo con don Agustín Javier Zamarrón Moreno, y no debería ser así, lo lógico sería que los que vienen nuevos superen a sus predecesores en todo; es la clave para que la evolución funcione con éxito.

Esta es la triste conclusión, mi triste conclusión de todo lo que vi ayer: que claramente vamos a peor.





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