domingo, 26 de abril de 2020

El misterioso caso de mi confinamiento










Siempre que he tenido ocasión he dicho, sacando pecho, que a mí el confinamiento no me produce ningún tipo de malestar especial. Da gusto presumir de mesura y cordura cuando ves que todo el mundo no para de quejarse y de dar muestras de estar a punto de perder la cabeza. Y es verdad, de momento hago un numero razonable de bizcochos, no he ganado ni medio gramo de peso, veo exactamente la misma televisión que antes, poca o muy poca; mi consumo de series se mantiene igual que siempre y sólo sigo las muy, pero que muy recomendadas, y tampoco leo más libros que leía antes de la cuarentena.
Esta confesión da lugar a pensar que yo no salgo de casa de forma habitual, ni ahora que no se puede ni antes que sí se podía, sin embrago eso no es cierto. Más bien todo lo contrario, mi podómetro demuestra que la media diaria de distancia recorrida hasta el día del inicio de la alerta nacional, era de seis kilómetros.
¿Qué sucede entonces? Esto es como ese juego en que aparece un puzzle con doce piezas ocupando un cuadrado perfecto, luego se deshace y se reordena de manera distinta, y observas sorprendido que se ha formado el mismo cuadrado pero sin utilizar una de las piezas. En el caso del puzzle yo sé donde está el truco, pero en mi forma mágica de aprovechar el día antes y después de la cuarentena, no tengo ni idea. Además debo añadir que me falta tiempo para hacer lo mismo que hacía antes, lo cual hace que aumente el misterio y el desconcierto.
Lo primero que se me ha ocurrido para explicar el fenómeno es que se trata de una consideración puramente subjetiva, y que en realidad yo jamás he salido de mi casa, ni antes ni ahora y que mi podómetro no funciona, atascado en los seis kilómetros desde hace años. De ser así estaría todo explicado, no sobraría ninguna pieza en el puzzle y lo que ocurriría es que efectivamente yo me he chiflado y el confinamiento me hace recordar una vida de intensa actividad que jamás he llevado.
Nada mejor que recurrir a hechos constatables y datos fiables para salir de dudas y por esta razón he mirado mi agenda, cerebro insustituible que recuerda todo sin que se le escape, al menos en mi caso, ninguna tarea pendiente. Pues bien, consultado el oráculo, la conclusión es que no se trata de una percepción. Yo antes no paraba, mi agenda está abarrotada de citas, compromisos, comidas, dentistas, revisiones médicas, visitas, cumpleaños, excursiones, reuniones, charlas, exposiciones… Además he mirado los gastos de mi tarjeta de crédito y en gasolina se va una considerable parte, por no hablar de otros consumibles que implican irremediablemente estar fuera de casa.
El puzzle está perfectamente montado ocupando el mismo cuadrado pero la pieza vuelve a sobrar. Y yo sigo sin ver el truco.
Curioso, muy curioso, creo que como siga esta situación me voy a volver majara.








jueves, 23 de abril de 2020

Sobre el Día del libro



                                                             



Hoy es el día del libro, como todo el mundo sabe, y he de decir que para mí no tiene nada de especial y lamento que sí lo tenga para la mayoría. Lo lamento porque dedicar un día en concreto al libro, es dar carácter de excepcionalidad a algo que debería ser de todos los días, cotidiano, derivado de cuotidie (o cottidie) “cada día” en latín ( quotus “cuán numeroso” con dies “día”). Una vez que he demostrado mi habilidad consultando el Corominas, seguiré con mi argumento. Resulta, según he escuchado en la radio, que el quince por ciento de las ventas que realizan las librerías se producen en este día precisamente, y en algunas, ese porcentaje llega al veinte por ciento. No creo que este dato sea algo para estar muy contentos, porque además de revelar que normalmente no nos acordamos de la existencia de las librerías, deja claro que a pesar de la enorme cantidad de libros que se venden este día, no llegan a enganchar a su afición a nadie, pues al año siguiente se repite el mismo panorama. ¿Se imaginan que esto sucediera con cualquier otra cosa? Por ejemplo, que hubiera que instaurar el Día del pantalón ante la falta de asistencia durante todo el año a las pantalonerías. Triste espectáculo ver a todo el mundo circular en ropa interior salvo el Día del pantalón, ¿no? Pues cambiad pantalón por libro y es lo mismo.
Otro detalle que también se desprende de este Día especial,  es que la mayor parte de los libros que se venden son para regalar, de  modo que podemos contar con que un enorme porcentaje no será jamás leído.
Aún así, a pesar de todo lo dicho, me alegro de que exista esta costumbre, es una bonita costumbre que habría que extender a todo el año, pero al menos… un día es un día.

Regalad y que os regalen buenos libros y ojalá que una de las primeras cosas que podamos hacer cuando podamos empezar a salir, es visitar las librerías. Yo las pongo en el orden de prioridades por delante de las peluquerías, porque además, soy calvo.




sábado, 4 de abril de 2020

De Quijote, ná de ná




           



Siempre se ha dicho que los españoles, todos, llevamos un Quijote dentro, pero me temo que estamos equivocados a la hora de identificar nuestro relleno. Lo que realmente llevamos dentro es un doctor en medicina, un experto en control de pandemias, un adivino para los paganos y un profeta para los creyentes, y por supuesto, un presidente de gobierno. Hasta aquí nada que objetar, cada cual es libre de imaginarse  ilimitadas capacidades, pero deberían quedarse en el terreno de lo risible sin entrar en el de la ofensa, lo malo es que la mayor parte de las veces su arrogancia la manifiestan de forma muy ofensiva.

Todo lo que el gobierno hace y lo que deja de hacer se comenta de forma faltona, con insultos personales y utilizando un lenguaje soez con abundancia de exabruptos y constante mención a las madres de los implicados. Yo siento vergüenza ajena leyendo ciertos mensajes en redes sociales, enviados por personas que normalmente se conducen con educación, ceden el asiento a las personas mayores en el autobús, eligen vinos estupendos en los restaurantes, van a la ópera y asisten al último blockbuster del Museo del Prado haciéndose los entendidos delante de Las Furias de Tiziano. Pero voy más lejos, los políticos de la oposición hacen lo mismo que sus seguidores seglares, con el mismo tono faltón, la única diferencia es que cuidan más el lenguaje empleado. Además, todos hubieran solucionado el problema en un pispás,  pues todos sabían lo que iba a pasar. Da gusto lo listo que es todo el mundo cuando no tiene ninguna responsabilidad.

Por supuesto, cualquiera  tiene derecho a criticar al gobierno, faltaría más, pero una cosa es eso, criticar, y otra muy diferente declarar una guerra abierta con la intención de crear un estado social de opinión tan ferozmente contraria a cualquier iniciativa que tome el gobierno que parece que busca el derrocamiento, la dimisión o el levantamiento nacional. Además, el armamento utilizado en esa feroz lucha contra un gobierno que ahora no está en condiciones de defenderse, es de guerra sucia, con bulos, noticias inventadas, fotografías falsas… todo vale y todo se hace con rabia y odio, no entiendo por qué tanta saña.

Cuando alguien dice en un intento de moderar pidiendo calma, “vale, el gobierno lo ha hecho mal, pero ahora no es el momento, ya se pedirán responsabilidades cuando esto pase”, nadie, absolutamente nadie de los cizañeros asiente diciendo “tienes razón, ya llegará el momento de pedir que rueden cabezas, ahora lo importante es salir entre todos. Por cierto, ¿qué tal está tu padre?”. No, esa posibilidad no existe para los feroces patriotas que supuestamente  buscan lo mejor para su país.

Creo que ese no es el comportamiento de ningún Quijote, por lo que queda demostrada mi tesis inicial.

Aprovecho para aplaudir a todos los que se están dejando la salud, y la vida, tratando de que este país se salve del horror, personas de todos los partidos, de derechas y de izquierdas que solo tienen como objetivo ayudar en esta feroz cabronada que nos está ocurriendo a todos. Estos sí llevan un enorme Quijote dentro. Bravo por ellos.