miércoles, 30 de enero de 2019

Meditación







Este año me he metido en un curso de meditación. En otro, es la segunda vez en mi vida que lo hago; la primera tuvo escasos resultados por culpa de mi inconstancia. También por culpa de mis prejuicios. También por culpa de mi sentido crítico. También por culpa de que tenía una lesión de rodilla y no podía sentarme en posición de loto. También porque me quedaba dormido. Creo que aún intervinieron más razones para que no consiguiera alcanzar el buscado mindfullness, pero en esta ocasión me lo estoy tomando mucho más en serio y no voy a permitir que nada, ni yo mismo, me impida por fin ser un maestro de la meditación. De momento llevo cuatro sesiones (sin dormirme, palabra) y estoy muy ilusionado. También algo perplejo, pero empecemos por el principio.

¿Por qué un curso de meditación? Cada animal de este planeta, a lo largo de millones de años de evolución, ha desarrollado y perfeccionado su estrategia de supervivencia, su especialidad que permite a sus egoístas genes ilusionarse con la inmortalidad. Todo bicho viviente tiene su ”truco” para mantenerse vivo el mayor tiempo posible, truco que transmite a las siguientes generaciones. Precisamente el truco de nuestra especie, consiste en tener un cerebro capaz de suplir la carencia de garras, potentes mandíbulas, formidables piernas que nos permitieran alcanzar velocidades impresionantes, alas para salir volando, o cualquier otra habilidad que han adoptado otros animaluchos. Es decir, nuestra especialidad es pensar, dar vueltas a las cosas hasta conseguir entenderlas y una vez entendidas, seguir dándole vueltas hasta que además se nos ocurra como dominarlas, evitarlas o poseerlas.

Eso, claramente es meditar, ¿no?, entonces, por qué tienen tanto éxito los cursos de meditación. Es como si los guepardos se metieran en cursos de correr rápido o los lenguados en otros de cómo pasar desapercibidos en el fondo arenoso de los mares.

Aquí hay algo que no encaja, ¿por qué sentimos la necesidad de hacer cursos sobre algo que es precisamente nuestra especialidad? Esto me lleva a pensar, en una primera meditación, que algo estamos haciendo mal, muy mal, en esta sociedad que hemos creado, que necesitamos parar veinte minutos al día para hacer lo que se supone que nos tiene que salir como los trinos a un jilguero, así, de forma natural y sin cursos ni preparación.

El caso es que después de cuatro sesiones, solo cuatro sesiones, veo que estos cursos de meditación son fundamentales, funcionan, todo el mundo debería hacerlos,  y que realmente ayudan a que el día transcurra de una forma más agradable y placentera. No es broma. Esto significa, que yo en particular, estaba haciendo algo rematadamente mal. Ahora que ya sé meditar, me doy cuenta.

Allá vosotros.








viernes, 18 de enero de 2019

Años vacíos








No hay nada más atrasado que el periódico del día anterior, dicen. A mí siempre me ha parecido una exageración, aunque entiendo perfectamente la idea que se quiere transmitir de fugacidad de la actualidad. Y es verdad, el presente solo dura como presente un instante, inmediatamente pasa a ser pasado, pero si un diario al día siguiente de su publicación ya nos parece que pertenece a la historia, qué pasa con algo que abarque un periodo de tiempo mayor a un día. Un año, por ejemplo.

Hoy es día 18 de enero y aunque ya me he acostumbrado perfectamente a que estamos en el año 2018, perdón, 2019, aún tengo morriña del anterior, y la morriña, ya se sabe, nos lleva a rebuscar entre papelotes. No solo fotos, también papelotes, y entre los papelotes que he rebuscado de repente ha aparecido un sobre bastante gordito con algo en su interior que hace que sea eso, gordito. Lo he abierto, sorprendido por no haberlo hecho en todo un año, y ¿qué me encuentro en su interior? Pues nada más y nada menos que un calendario de mesa, sin estrenar, aún con su envoltorio de plástico transparente, del año 2018. Yo, como todo el mundo, recibo varios calendarios y siempre utilizo uno, solo uno los otros los tiro, para anotar las cosas que tengo pendientes para hacer cada día, de modo que todos mis calendarios al final de año son un follón de notas que se superponen unas a otras. Pero este calendario que me he encontrado en su sobre, estaba inmaculado, impecable, virgen... coño, sin estrenar, ya lo he dicho. Esto tiene mayor alcance de lo que parece a simple vista. Es toda una metáfora. Un calendario del año anterior, vacío, con todos sus días en blanco, representa un año que no se ha utilizado. Un año que se ha tirado a la basura, tal como yo acabo de hacer con el que me he encontrado de 2018 en su envoltorio. 365 días idénticos, ninguno con nada destacable que hacer, son 365 días desaprovechados, un desperdicio. Tenemos que ser más cuidadosos y tratar de dar contenido a cada día que tenemos por delante, llenarlo de anotaciones, es la única manera que conozco de estar vivo. Esa es nuestra responsabilidad. No es necesario organizar expediciones a Alaska los martes, bajar a un volcán los miércoles y dar de comer a los tiburones los viernes, basta con pequeñas cosas que hacer, un simple paseo puede valer, o visitar a un amigo o ir a ver un espectáculo.

Ahora mismo, para reafirmar todo lo que he dicho, voy a coger mi recién estrenado calendario del 2019 y al buen tuntún voy a anotar en un día cualquiera, salir a dar un paseo largo por el campo. Espero que llueva pues me encanta andar bajo la lluvia.