La mejor manera de encontrase con uno mismo es
encontrase con alguien al que hace mucho tiempo que no ves, y fue muy amigo
tuyo. Es como mirarte en un espejo de azogue, y digo de azogue porque la imagen
reflejada parece ser de otro tiempo. Te miras ahora y lo que ves es de hace
muchos años, a veces, hasta te ves virado a sepia, o incluso en blanco y negro.
Esos espejos cuando se rompen, es como si rompieras con tu pasado. Yo tengo una
caja, de esas antiguas de Colacao (que eran de lata), llena de trozos de
espejos de azogue que he ido rompiendo a medida que me miraba en ellos. No a
propósito (bueno, algunas veces he de reconocer que sí), sino porque se me caía
de las manos por el susto de verme tal cómo era entonces. Lo malo, es que los
espejos siguen siendo espejos aunque estén rotos, y cada uno de esos trozos me
devuelve a mi pasado de forma testaruda y cruel.
Como decía al principio, que enseguida se me va el
santo al cielo, la otra forma de encontrarte con el que fuiste hace tiempo, es
encontrarte con un viejo amigo, y desde luego, el efecto es aún más demoledor
que con el espejo de azogue. Se conocen casos de gente que se ha topado con
amigos de la infancia y que han sido encontrados al día siguiente balanceando
debajo de una viga. Yo no llego al
extremo del ahorcamiento, pues para empezar, llevo desde hace mucho tiempo una
cápsula de cianuro (o de arsénico, ya no me acuerdo) en el hueco de una muela
para casos desesperados. Espero poder utilizarla algún día antes de perder la
chaveta, pues una vez que la pierdes (y sé de qué hablo), te conviertes en un
despojo humano que nada tiene que ver con lo que fuiste (otra vez volvemos al
principio) y lo único que haces es parar el mundo de los que tienes a tu
alrededor. Yo no quiero hacer eso, de querer para algún mundo sería el mío, no
el de los demás.
Bueno, el caso es que como decía, hace poco me
encontré con un amigo al que no veía desde la universidad (lo que en mi caso
abarca un periodo de tiempo exagerado) y tras una conversación que
paulatinamente se fue convirtiendo en una declaración de principios vitales, me
di cuenta de que el que fue mi gran amigo, en realidad era un tipo vulgar,
ramplón, soso hasta la nausea, aburrido, sin sentido del humor y a pesar de
todo, un pedante, como si un tipo así tuviera derecho de presumir de algo. El
pobre. Entonces me dije: si hubo un momento en que éramos muy amigos significa
que éramos iguales, y o mucho ha cambiado él, o mucho he cambiado yo, o bien… y
aquí es donde se me heló la sangre: o bien, yo ahora también soy un tipo vulgar, ramplón, soso hasta la
nausea, aburrido, sin sentido del humor, probablemente un pedante, y cosas
peores que ya había advertido en mi amigo, por la sencilla razón de que así he
sido siempre.
Al despedirnos, mi amigo me pidió el número de mi móvil,
riéndose a mandíbula batiente sin
que nadie pudiera detectar algo mínimamente gracioso, y sin parar de darme
palmetazos en la espalda. Yo le di un teléfono falso y salí corriendo en
dirección contraria a mi casa no fuera a seguirme.