martes, 31 de diciembre de 2019

Un número redondo

                                                                  código de barras correspondiente a 2020




Parece mentira que se haya acabado el año en que supuestamente transcurre Blade Runner. Cada vez que termina un año marcado por la literatura futurista como testigo de increíbles avances o siniestras calamidades, como 1984, 2001 o el mismo Blade Runner, me doy cuenta de lo generosa que es la imaginación de los escritores de ciencia ficción con las capacidades humanas.
Ahora entramos en 2020, que si fuera un número de lotería, diríamos que se trata de un número “muy bonito”, un extraño capicúa binario, redondo, sin esquinas, no hay nada impar ni primo en su composición, parece un año de diseño. Precioso, los dígitos que no son circunferencias perfectas (una forma positiva de ver al cero, que no es ni positivo ni negativo), son las estilizadas siluetas de dos elegantes cisnes. Dos doses y dos ceros, empate por todos los lados, el equilibrio perfecto, sencillez rotunda, salvo si queremos expresar su ordinal que es para pensárselo unos segundos antes de soltarlo: dosmilésimo vigésimo; hasta ahí no llegaron en el colegio.
Me gusta 2020, es el número de las parejas según la numerología más básica que amplia el concepto y dice que representa intuición y vulnerabilidad. ¿Por qué representa intuición y vulnerabilidad? Porque la numerología es así de caprichosa y suelta la primera chorrada que le parece oportuno sobre cualquier número, no es como las matemáticas en que no cabe la interpretación. O la física, que nos dice que 2020 caballos es lo mismo que 1485,51 kilovatios, ni medio vatio más. Por ejemplo.

Nos vamos a quedar con que el nuevo año es un número “muy bonito” y yo os deseo a todos que además sea muy bueno. Muy bueno con cada uno de nosotros y nos colme de dicha y estupendos momentos.


¡feliz 2020 amigos!










sábado, 21 de diciembre de 2019

Con mis mejores deseos







Ahí los tienes, no falta ni uno. Con certeza no lo sé, claro, pues son muchos, pero es de suponer que están todos; tan monos, tan ricos, tan igualitos, aunque tan distintos entre sí, con ese aspecto de insoportable inocencia que creen tener. ¡Inocencia, ja!  ¡Menudos pajarracos están hechos!, por su culpa un montón de gente lo pasa mal, se angustian, sufren, se arriesgan, y aunque haya muchas personas, las más atolondradas, que se divierten con ellos y les hace ilusión que vengan todos los años, otros más, muchos, saldrán perjudicados con su presencia, una presencia casi impuesta a la fuerza.
Yo sé que les caigo mal a todos ellos, sobre todo a uno en particular, el que parece el jefe de la banda. Es una lástima, pues aunque ellos no me gustan (tampoco es que los odie, que conste, simplemente no me gustan), no me importaría nada caerles bien, sobre todo al puto gordinflas ese, al jefe. Pero ése es precisamente el que más manía me ha cogido, de toda la vida, y me odia tanto que sus amigos más cercanos, los que también cortan el bacalao, me tienen la misma tirria. Se creen geniales, pero en el fondo son unos niños mal criados, caprichosos, sin el menor sentido de la justicia ni de la empatía, su crueldad puede ser terrible y origen de grandes decepciones.
No, no me gusta nada esa panda de endiosados seres que por estas fechas son venerados por todos, y al que menos soporto es al gordo, al que todo el mundo persigue con aborregada entrega y jamás son correspondidos. El muy arrogante solo complace a una mínima, minimísima parte de su numeroso club de fans, que hay que ser tonto, joder.

En fin, supongo que este año mi número de lotería, al que he apostado cerca de trescientos euros, tampoco saldrá premiado, ni con el gordo ni con ningún premio menor, ni siquiera la pedrea. Panda de mamones, otro año con la enorme desilusión de ver cómo he tirado mi dinero a la basura.

Os deseo mejor suerte, pero si os toca, no me lo digáis por favor, no podría soportarlo.











miércoles, 4 de diciembre de 2019

Javier Zamarrón Moreno








En estos momentos de extrema vulgaridad en casi todos los ámbitos, y particularmente en las relaciones que mantienen los políticos entre sí, donde la ausencia de buenas formas es la norma,  el insulto sucede a la descalificación, la chulería reemplaza a la elegancia y la testosterona rezuma incluso entre algunas políticas, ellas, las más bellas, la aparición de figuras como Agustín Javier Zamarrón Moreno, se agradece como si fuera lluvia en el desierto. Y con los mismos efectos: en cuanto deja de llover, vuelve la aridez, pero esa es otra cuestión.
Como ya sabemos todos desde abril pasado, cuando lo descubrimos la mayoría, Javier Zamarrón Moreno es el diputado de más edad, y en virtud de su veteranía ha de presidir la sesión constitutiva de la Cámara Baja y poner orden en las votaciones para la formación de los miembros de la Mesa del Congreso. Solo por escuchar su cálido y envolvente verbo, cargado de formalismos decimonónicos y un agudo sentido del humor hasta donde la severidad del acto permite, merece la pena tragarse el tostón del acto que en ninguna otra legislatura se me ha ocurrido  a mí seguir. No es que desprecie el espectáculo de ver cómo trajeados electos se lanzan a la carrera en pos de unos sillones en los que solo podrán acomodar sus posaderas en esta sesión constitutiva, que también tiene su gracia, ni otros atractivos de la retransmisión, como el lío que se hizo Ciudadanos en su intento de que los anteriores atletas no llegaran a ocupar cacho en la Mesa, pero nada de eso se puede  comparar con ver y escuchar a este elegante señor de barba que le cae a chorros como a Valle Inclán. Y no solo por los aspectos formales, impecables, sino por los conceptuales, sobre todo por los conceptuales. “Estoy cojo, como el resto del Parlamento, unos inválidos y otros cojos”, dijo, y dijo bien, porque la mayoría de sus señorías son unos inválidos en el sentido de que valen menos de lo que deberían valer.
Al final, Agustín Javier Zamarrón Moreno, pidió disculpas al Pueblo Español por seguir a estas alturas sin gobierno, y en señal de sincera  consternación inclinó la cerviz. Esto es algo que deberían haber hecho todos los parlamentarios y nadie, hasta ayer, hizo.
No es por fomentar enfrentamientos generacionales, pero coño, la diferencia que hay entre el más viejo de los diputados, y la mas joven, esa criatura con camiseta inventada para la ocasión que parece sacada de un botellón más que de las filas de un partido político, es tan abrumadora, que no cabe pensar que pertenezcan al mismo gremio.
Me quedo con don Agustín Javier Zamarrón Moreno, y no debería ser así, lo lógico sería que los que vienen nuevos superen a sus predecesores en todo; es la clave para que la evolución funcione con éxito.

Esta es la triste conclusión, mi triste conclusión de todo lo que vi ayer: que claramente vamos a peor.