Un año más os voy a dar la lata con mi cuento navideño. Os deseo a todos un futuro lleno de felicidad y prosperidad y el mejor momento para empezar es ahora, en Navidad.
PAVOS NEGROS
En mi casa, cuando llegaban las navidades nos
reuníamos todos alrededor de un pavo inmenso que traía mi abuela y nos
pasábamos horas mirándolo. Un rito que repetíamos año tras año fascinados por
el porte del animal, tan digno y soberbio a pesar de su cara de gárgola, o
quizá por eso. Éramos cinco hermanos y dos primos, los siete bajo la tutela de
mi abuela, que aunque no venga al caso se llamaba Dora. Se sigue llamando Dora,
pues con sus 103 años está más viva que nunca. No como mis padres que murieron,
según dice mi abuela, sin ninguna justificación.
La abuela Dora es una de esas personas que uno nunca
sabe cuando va a sacar un hacha y se va a liar a destrozar todo. También da la
sensación de que en su composición interviene como material fundamental la
madera. Su cara parece esculpida en un tronco de roble, sus manos parecen
raíces de olivo y el resto del cuerpo a saber, pues siempre va oculto en un
vestido negro que la cubre en casi su totalidad. Las piernas permanecen
embutidas en unas medias gruesas de lana, también de color negro, y todos
suponemos que son leñosas y con muchos nudos. Mi primo dice que una vez vio que
le salía una ramita de ébano por el tobillo, pero se la debió de
podar enseguida porque yo nunca se la vi. Da igual que sea verano o invierno, siempre va
así, de negro. Como el pavo, que también tiene los muslos de madera.
Mañana ya no habrá pavo y de los cinco hermanos y dos
primos, el único que queda soy yo. Mirar el pavo solo, sin la compañía de los
demás, no es lo mismo, pero por seguir la tradición, aquí estoy; mejor dicho,
aquí estamos, niño y pavo, uno
enfrente del otro, contemplándonos sin recato. Os contaré qué fue de mi
familia.
Las últimas siete navidades han sido las siete
navidades más tristes de la historia, siendo cada cual peor que la anterior.
Primero fue Carlota, la pequeña de mis hermanas pero sin ninguna duda la más
gorda. Desapareció de forma misteriosa el día anterior a noche buena. Es decir,
un día como hoy, 23 de diciembre. Estábamos los siete contemplando el pavo y en
un momento de descuido ya no estaba ni el pavo ni Carlota. El pavo apareció al
día siguiente en la cena de Navidad, asado y relleno de castañas hechas de madera, pero de mi hermana
nunca más se supo. Nos comimos el pavo y por cierto no sobró absolutamente
nada, tal como había venido sucediendo siempre.
Después de mi hermana la gorda, en la siguiente
navidad, desapareció de la misma forma, Darío, mi primo mayor que no era gordo
pero era alto y fuerte como un oso. Conviene que aclare que donde todos
nosotros vivíamos, y aún sigo viviendo yo, los osos no son osos normales, esos
temibles animales que hay en otras partes del mundo donde hay osos, no.
Nuestros osos jamás pasan de los 80 kilos de peso y aunque son muy fuertes no
resultan peligrosos. A veces, incluso, entran en las casas buscando un poco de
calor y un vaso de leche, pues les encanta la leche. En cierta ocasión, cuando
éramos pequeños casi todos (mi primo mayor nunca fue pequeño, no sé por qué),
entraron en casa dos osos de aspecto inofensivo, más bien con cara de lechuzos
y justo cuando les íbamos a dar un cuartillo de leche con unas galletas, llegó
la abuela Dora quien los puso en espantada a escobazos. Este suceso sirvió para
que mi abuela dijera que a Darío, igual que a mi hermana la gorda, se los había
llevado un oso.
Al año siguiente de desparecer Darío, el oso se llevó
a Carmelo, mi hermano gemelo que se parecía a mí como un huevo a una castaña.
Nos comimos el pavo igualmente, sin que nada sobrara.
Luego siguieron la misma suerte, Adela, Pablo y el
primo de pega, que lo llamábamos así porque en realidad no era primo nuestro,
sino un vecino que cuando éramos todos muy pequeños lo trajo su madre a mi casa
para que jugáramos todos juntos, y jamás volvió a recogerlo. Total, que nos lo
quedamos. El primo de pega y yo éramos los más esmirriadillos, él un poco menos
que yo y precisamente el último en desaparecer.
Hoy es el día anterior a navidad y estoy yo solo
mirando el pavo. Se que de un momento a otro vendrá la abuela Dora y se lo
llevará. Lo cocinará para la cena de mañana con castañas hechas de madera y no
sobrará nada.
Echo de menos los momentos en que estábamos todos en
este mismo lugar contemplando maravillados al pavo.
No se por qué pero tengo miedo.