Últimamente cada vez que pongo las noticias veo a
alguien pidiendo perdón, generalmente un político. De repente, en este país, los chorizos y sus
amparadores han dejado paso a los penitentes en las cabeceras de las noticias.
Podíamos organizar partidos de fútbol la mar de vistosos:
chorizos contra penitentes. La recaudación obtenida serviría para ayudar a las
personas desahuciadas por culpa de un sistema legal que permite la existencia
de prestamistas particulares con intereses de usura. Unas leyes que dan por
bueno que se acepte como aval (de un préstamo al 25% de interés) la vivienda habitual, lo cual es una barbaridad, más si se trata de la vivienda habitual de
una anciana; es el caso de Carmen Martínez Ayuso. Sin embargo ese mismo sistema
para dejar clara su eficacia como garante del cumplimiento de las leyes, castiga
al bombero que se negó a colaborar en el desahucio de la anciana Aurelia Rey,
en la Coruña. El bombero, entre otras cosas, ha tenido que pagar una multa de 600
€ más las costas del juicio.
Pero volvamos a los pedidores de perdón. Ayer, el
último arrepentimiento que se ha dado por la tele, venía además escenificado de
maravilla; todos vimos nada menos que al arzobispo de Granada, monseñor
Francisco Javier Martínez, tirado en el suelo cuan largo era, sin levantar la
cabeza en señal de sincera contrición, acompañado de otros atormentados por el
dolor del pecado. Quién iba a decir que veríamos algo así. Hoy, además, el juez encargado de investigar el caso ha ordenado
la detención de los curas pederastas. Bravo. Los tiempos de solucionar el
problema simplemente trasladando a los implicados a otro internado o a otra
parroquia han terminado. Todo gracias a que por fin hay un papa que se toma en
serio el problema de la pederastia amparada tras los hábitos y comprende que
además de un pecado es un delito. Ya ha tomado medidas y entre otras
actuaciones ha ordenado el arresto domiciliario, ejecutado por la gendarmería
vaticana, de un exarzobispo al que ya había expulsado del sacerdocio por abusos
a menores. Además, dentro de su cruzada contra la pederastia ha dictado que los
religiosos que vayan a trabajar con niños, además de estar en paz con dios, han
de tener un pasado legal y psiquiátrico intachable. Vuelvo a decir: por fin.
¿Era tan difícil?
Hasta ahora, parecía que se siguiera aplicando la
costumbre que había en el inicio del cristianismo, según la cual, en los ritos de consagración de un nuevo
obispo se le pasaba por los cabellos un peine ritual capaz de eliminar los
malos pensamientos y los demonios. Era la única manera de garantizar que la
cabeza del nuevo purpurado no iba a albergar impurezas.
En España, ya por dar más datos inútiles, su uso fue
aprobado en el IV Concilio de Toledo. Para que luego haya quien diga que la Iglesia
no evoluciona.