Armando Crespo es uno de los protagonistas de Muerto dos veces, mi ultima novela que
presentaré el miércoles 13 de diciembre en el bar Río Tormes que está en la calle Zurbano 84. Otro de los
protagonistas principales de la novela es la misma muerte, pero mis intentos
por hacerle una entrevista sin morir en el intento han resultado infructuosos.
Insistía en que tenía que ser en su casa.
Armando, ya lo conoceréis quienes estén dispuestos a
hacerlo, es una persona inteligente, amable y educada y no ha puesto ningún
reparo cuando le he propuesto ser entrevistado, a pesar de que lo he citado en
El Bombardier, un lugar que él odia profundamente. Y no es para menos, en su
interior se reúne toda la variedad de pijos que de forma generosa siempre ha
suministrado Madrid, junto a famosos y famosillos del momento, asiduos todos a
la feria de vanidades y cazadores de sitios de moda.
Cuando llego, él está en un rincón de la barra, en una
enorme banqueta sobre la que podrían sentarse dos personas sin tocarse,
haciendo ascos a una copa de cocktail a la que mira como si fuera una rata
muerta.
En cuanto me ve, su expresión cambia radicalmente y me
recibe con una enorme sonrisa al tiempo que se desmonta de la enorme banqueta
para darme un cordial y decidido apretón de manos.
-No te pidas un daikiri – me advierte sin soltarme la mano-. Es pura
melaza.
Tras una breve charla sobre lo mucho que necesitamos la
lluvia, entramos de lleno en materia. Bueno, quien entra en materia soy yo.
-¿Qué piensas de la muerte? –pregunto según hago señas al camarero para
que me ponga lo mismo que a Armando.
-Lo que decía woody Allen: no es tan terrible si te pilla con la corbata
adecuada.
-¿Por qué “morir dos veces”?
-Porque es inevitable –me responde con aplomo.
Yo lo miro fijamente sin decir nada, tratando de ver
qué se esconde detrás de su mirada, a la espera de que siga hablando, de que él
mismo complete la respuesta. Es un viejo truco de entrevistador que aprendí de
Jesús Quintero, aunque creo que él abusaba en exceso de este recurso.
Los segundos pasan y da tiempo a que el camarero me
traiga mi daikiri. Armando sigue callado con una leve sonrisa. Por fin se
decide a hablar.
-¿Tú crees en la vida después de la muerte? –me pregunta.
No tengo que pensar mucho la respuesta. Niego con la
cabeza en silencio, al tiempo que elevo una ceja con estudiada
teatralidad. Creo que estoy
demasiado influido por Jesús Quintero, voy a cambiar de estrategia, me parece.
-¿Vida después de la muerte? –digo como si saliera de una pasajera
somnolencia- No, la verdad es que desde que dejé el colegio, dejé de creer en
esa posibilidad y ya lo siento.
-Pues ahí lo tienes –responde con
seguridad-. En tal caso todo lo te que va a pasar después de muerto es lo mismo que ya te pasó antes de nacer:
nada. Estaremos tan muertos después de haber vivido como lo estábamos antes de
haber nacido, es decir: cuando nos muramos, en realidad será la segunda vez que
nos ocurra lo mismo.
-Pero la novela no va de eso –protesto.
-No, claro que no, no tiene nada que ver, pero yo no he venido aquí para
hablar de mi libro.
Yo lo miro tratando de no parecerme en absoluto a
Jesús Quintero y doy un trago a mi daikiri. La verdad es que es una mierda,
está demasiado dulce.