jueves, 30 de noviembre de 2017

Entrevista a Armando Crespo



         




Armando Crespo es uno de los protagonistas de Muerto dos veces, mi ultima novela que presentaré el miércoles 13 de diciembre en el bar Río Tormes que está en la calle Zurbano 84. Otro de los protagonistas principales de la novela es la misma muerte, pero mis intentos por hacerle una entrevista sin morir en el intento han resultado infructuosos. Insistía en que tenía que ser en su casa.

Armando, ya lo conoceréis quienes estén dispuestos a hacerlo, es una persona inteligente, amable y educada y no ha puesto ningún reparo cuando le he propuesto ser entrevistado, a pesar de que lo he citado en El Bombardier, un lugar que él odia profundamente. Y no es para menos, en su interior se reúne toda la variedad de pijos que de forma generosa siempre ha suministrado Madrid, junto a famosos y famosillos del momento, asiduos todos a la feria de vanidades y cazadores de sitios de moda.

Cuando llego, él está en un rincón de la barra, en una enorme banqueta sobre la que podrían sentarse dos personas sin tocarse, haciendo ascos a una copa de cocktail a la que mira como si fuera una rata muerta.
En cuanto me ve, su expresión cambia radicalmente y me recibe con una enorme sonrisa al tiempo que se desmonta de la enorme banqueta para darme un cordial y decidido apretón de manos.
    -No te pidas un daikiri – me advierte sin soltarme la mano-. Es pura melaza.
Tras una breve charla sobre lo mucho que necesitamos la lluvia, entramos de lleno en materia. Bueno, quien entra en materia soy yo.
    -¿Qué piensas de la muerte? –pregunto según hago señas al camarero para que me ponga lo mismo que a Armando.
    -Lo que decía woody Allen: no es tan terrible si te pilla con la corbata adecuada.
    -¿Por qué “morir dos veces”?
    -Porque es inevitable –me responde con aplomo.
Yo lo miro fijamente sin decir nada, tratando de ver qué se esconde detrás de su mirada, a la espera de que siga hablando, de que él mismo complete la respuesta. Es un viejo truco de entrevistador que aprendí de Jesús Quintero, aunque creo que él abusaba en exceso de este recurso.
Los segundos pasan y da tiempo a que el camarero me traiga mi daikiri. Armando sigue callado con una leve sonrisa. Por fin se decide a hablar.
    -¿Tú crees en la vida después de la muerte? –me pregunta.
No tengo que pensar mucho la respuesta. Niego con la cabeza en silencio, al tiempo que elevo una ceja con estudiada teatralidad.  Creo que estoy demasiado influido por Jesús Quintero, voy a cambiar de estrategia, me parece.
    -¿Vida después de la muerte? –digo como si saliera de una pasajera somnolencia- No, la verdad es que desde que dejé el colegio, dejé de creer en esa posibilidad y ya lo siento.
     -Pues ahí lo tienes –responde con seguridad-. En tal caso todo lo te que va a pasar después de muerto es lo  mismo que ya te pasó antes de nacer: nada. Estaremos tan muertos después de haber vivido como lo estábamos antes de haber nacido, es decir: cuando nos muramos, en realidad será la segunda vez que nos ocurra lo mismo.
     -Pero la novela no va de eso –protesto.
    -No, claro que no, no tiene nada que ver, pero yo no he venido aquí para hablar de mi libro.
Yo lo miro tratando de no parecerme en absoluto a Jesús Quintero y doy un trago a mi daikiri. La verdad es que es una mierda, está demasiado dulce.









   

4 comentarios:

  1. interesante introduccion

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  2. No conozco mucho a Armando (de hecho, no le conozco de nada), pero espero no equivocarme al intuir que no le pirran demasiado los combinados. Al menos coincidimos en ese aspecto. Y no me gustan por dos razones: la primera porque, como ya he comentado alguna vez, soy alérgico al alcohol destilado. Si lo pruebo, aunque sólo sea un sorbo, me ilumino como si fuera un gusiluz y sufro la desagradable sensación de arderme todo el cuerpo. Algo así como lo que experimentan los vampiros al exponerse a la luz solar. Y encima luego, cuando a los veinte minutos se me apagan las brasas corpóreas, me deja el estómago revuelto. Y la segunda razón es porque no entiendo cómo a alguien se le ocurre estropear, con aromas rancios a madera de roble, esa fórmula, tan secreta como exquisita, que nos ofrece una buena coca-cola. No tiene ninguna lógica.
    Por suerte, un libro nunca puede combinarse con alcohol, así que lo podré leer sin peligro. Aunque, ahora que lo pienso, y tras desvelar mi punto débil, podrías pedir que los operarios de la imprenta mojaran las esquinas superiores de las hojas con vodka. Así, cuando pasara las páginas cual monje franciscano de Humberto Eco en “El nombre de la rosa”, lograrías intoxicarme para... bueno, ahora mismo no se me ocurre para qué. La verdad es que no se me dan muy bien las conspiranoias. De todas formas, y por lo que pueda ocurrir, me sentaré a leer tu libro al lado de mi perro y, cada vez que saque la lengua, aprovecharé para humedecer el pulgar con su saliva. Sólo espero que no me lo emborraches, porque si ya es pesado por sí mismo, no quisiera tener que soportarlo desinhibido. Confío en el buen trato que siempre has tenido con tus lectores. ¡Ah!, y también con sus perros.

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  3. jajaj, gracias por atreverte a leer mi novela a pesar de los peligros que entraña. Puedes despreocuparte, no untaré de alcohol ninguna página, pero que sepas que lo hago solo por tu perro. ;-))

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