lunes, 20 de noviembre de 2017

El gran dictador







Hoy se cumple el aniversario de la muerte del dictador que más tiempo se ha mantenido en el poder en Europa, y yo creo que de todo el mundo, en el siglo pasado. Un hombre malo que entraba en las iglesias bajo palio, privilegio reservado exclusivamente a la Sagrada Forma. Precisamente la suya, su forma, no tenía nada de divina. Eso sí, guardaba a la perfección los cánones exigidos a los barriles pequeñitos.

Este señor, lo digo para los jóvenes que no han tenido ocasión de estudiar en los libros de texto sus proezas y para los rufianes que lo comparan con personajes actuales, mandó a España a la cola de los países modernos, tan a la cola, que no era nada moderno.

Lo llenó de caspa en cantidad tan abrumadora, que aún podemos observarla sobre los hombros de muchos individuos que la siguen luciendo orgullosos, sin que nadie les recomiende un buen champú ni les diga nada. Más bien, todo lo contrario, parece que tengan gracia: existe una fundación de lo más activa que lleva su nombre; el Valle de los Caídos se mantiene en pie para peregrinación de ultras, quedan calles que lo recuerdan, y en el Pazo de Meirás se explica a los visitantes que su antiguo morador era un salvador de la Patria. Nadie, ningún partido ni ningún político, ha puesto en su sitio a este terrorífico personaje que con el fin de perpetuarse en el poder una vez conquistado, alargó innecesariamente una guerra que pudo haberse librado en pocos meses. Una guerra cuanto más larga, más muertos produce, más dolor, mayor sufrimiento y más fácil le resulta luego al vencedor  gobernar sin que nadie le discuta, aclamado solo por sus seguidores,  en un régimen de terror

En ningún libro de texto se cuenta lo que hizo, los métodos que utilizó para hacerlo, y cómo consiguió anular todo intento de oposición. No se habla de la represión que hubo en todos los terrenos ni de la DGS ni de su afinidad con el enemigo número uno de Europa, Adolf Hitler.

En Alemania está prohibida la exhibición de símbolos nacis, nadie se puede tatuar una cruz gamada en su musculado biceps y mientras tanto aquí, Antonio González Pacheco, uno de los sádicos policías del dictador, apodado Billy el Niño, sigue campante sin muestras de arrepentimiento por haber sido un torturador y lo que es peor, sin que nade, la Justicia, le haga pagar por ello.



Ahora, lo que se cuenta, es otra historia.




3 comentarios:

  1. Siempre me ha parecido extraño que se conmemore el fallecimiento de tal o cual persona relevante. Sobre todo cuando se trata de personas que aportaron su granito de arena para mejorar nuestro mundo. No hay nada que celebrar el día en que, por ejemplo, murió Mozart. O Cervantes, o Luther King. En cambio, cuando se trata de personas que, de forma evidente, atentaron contra la civilización, aterrorizaron a la gente o, sencillamente, asesinaron los derechos fundamentales, no me parece mal celebrar el día de su muerte. No por el simple hecho de que dejaran de existir, que eso no se lo deseo a nadie, sino más bien porque, la mayoría de veces, su obra abominable se extinguió con ellos. Y eso, sí que merece una celebración.

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  2. es un punto de vista que no se me había ocurrido, la verdad. Lo que pasa es que cuando "celebramos" la muerte de Mozar, por seguir con tu mismo ejemplo, no no lo hacemos con el sentido de "celebrar" una boda o cualquier otro suceso alegre, sino como conmemoración o recuerdo. No es el caso de la gente que fue nefasta en vida, que cuando se muere, no hay nada que celebrar en ese mismo sentido de conmemoración, más bien en el otro. Parece que celebrar es una palabra con dos significados opuestos, es curioso, sí. Es la polisemia extrema.

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  3. Muchas gracias Joaquín. Espero que te guste y si no es así, dímelo pues nuestro pacto era que en tal caso no me quedaría más remedio que devolverte el importe. Al menos la parte que a mí me corresponde que es exactamente 1,52€ Un abrazo

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