Este año me he metido en un
curso de meditación. En otro, es la segunda vez en mi vida que lo hago; la
primera tuvo escasos resultados por culpa de mi inconstancia. También por culpa
de mis prejuicios. También por culpa de mi sentido crítico. También por culpa
de que tenía una lesión de rodilla y no podía sentarme en posición de loto.
También porque me quedaba dormido. Creo que aún intervinieron más razones para
que no consiguiera alcanzar el buscado mindfullness, pero en esta ocasión me lo
estoy tomando mucho más en serio y no voy a permitir que nada, ni yo mismo, me
impida por fin ser un maestro de la meditación. De momento llevo cuatro
sesiones (sin dormirme, palabra) y estoy muy ilusionado. También algo perplejo,
pero empecemos por el principio.
¿Por qué un curso de
meditación? Cada animal de este planeta, a lo largo de millones de años de
evolución, ha desarrollado y perfeccionado su estrategia de supervivencia, su
especialidad que permite a sus egoístas genes ilusionarse con la inmortalidad.
Todo bicho viviente tiene su ”truco” para mantenerse vivo el mayor tiempo
posible, truco que transmite a las siguientes generaciones. Precisamente el
truco de nuestra especie, consiste en tener un cerebro capaz de suplir la
carencia de garras, potentes mandíbulas, formidables piernas que nos
permitieran alcanzar velocidades impresionantes, alas para salir volando, o
cualquier otra habilidad que han adoptado otros animaluchos. Es decir, nuestra
especialidad es pensar, dar vueltas a las cosas hasta conseguir entenderlas y
una vez entendidas, seguir dándole vueltas hasta que además se nos ocurra como
dominarlas, evitarlas o poseerlas.
Eso, claramente es meditar,
¿no?, entonces, por qué tienen tanto éxito los cursos de meditación. Es como si
los guepardos se metieran en cursos de correr rápido o los lenguados en otros
de cómo pasar desapercibidos en el fondo arenoso de los mares.
Aquí hay algo que no encaja,
¿por qué sentimos la necesidad de hacer cursos sobre algo que es precisamente
nuestra especialidad? Esto me lleva a pensar, en una primera meditación, que
algo estamos haciendo mal, muy mal, en esta sociedad que hemos creado, que
necesitamos parar veinte minutos al día para hacer lo que se supone que nos
tiene que salir como los trinos a un jilguero, así, de forma natural y sin cursos
ni preparación.
El caso es que después de
cuatro sesiones, solo cuatro sesiones, veo que estos cursos de meditación son
fundamentales, funcionan, todo el mundo debería hacerlos, y que realmente ayudan a que el día
transcurra de una forma más agradable y placentera. No es broma. Esto significa,
que yo en particular, estaba haciendo algo rematadamente mal. Ahora que ya sé
meditar, me doy cuenta.
Mmmm...Creo que "meditar", en el sentido que estás empleando, no es lo mismo que reflexionar.
ResponderEliminarya lo sé.
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