martes, 17 de enero de 2012

Uno mismo

Es terrible darse cuenta de lo poco que duramos siendo nosotros mismos. La típica expresión que a menudo oímos de “he cambiado tanto que ni yo me reconozco”, es lo más acertado que podemos decir de nuestra persona, término que se queda totalmente desdibujado, pues a qué persona nos referimos, a la que somos ahora o a la que fuimos hace cinco años. Cambia nuestra forma de pensar y con ello cambiamos nosotros. Muchas veces, nos parecemos más a un desconocido que a lo que hemos sido en un tiempo pasado. Un bebedor, mujeriego y amigo de broncas, se puede convertir en un tranquilo, fiel y abstemio marido.

Lo mucho que cambiamos físicamente es muy evidente, pero los cambios que se producen en nuestro interior son aún más notorios y también más terribles, pues afectan a nuestra propia esencia poniendo en duda incluso que exista algo parecido a una esencia de nosotros. Ni siquiera es necesario haber tenido recientemente experiencias resaltantes (volverse abstemio, votar al partido que siempre nos ha caído fatal…) para que surja la evidencia de lo efímero de nuestra mismidez.

Si a todo esto le sumamos que ninguna de las moléculas que componen nuestro cuerpo físico, formaban parte de nosotros quince años atrás, salvo, por lo visto, algunas que tenemos en los huesos, la certeza de que cambiamos tanto que dejamos de existir en vida para convertirnos en otros seres, es ya total.

Y para terminar con el galimatías, ¿qué ocurriría si replicáramos molécula a molécula nuestro cuerpo físico? Naturalmente es pura conjetura, pero en el terreno teórico nada nos impide copiar nuestro cuerpo colocando los mismos átomos que lo componen en las mismas posiciones, con lo que obtendríamos, no ya una copia de nosotros, sino que también seríamos nosotros. Con los mismos derechos a ser llamados por nuestro nombre. Incluso, si eso ocurriera, seguro que responderíamos. O responderían, porque ya no sé si seríamos nosotoros o no. Entonces, ¿podemos haber varios “yo”? La misma formulación de la pregunta parece un error sintáctico de lo absurdo que resulta, pero insisto en que en el plano teórico es posible. Quizá algún día, la forma habitual de viajar sea introduciéndonos en un desmaterializador en el punto A, y surgiendo en un materializador en el punto B, de forma que vamos de A hasta B, en fracciones de segundo. Y sin tener que quitarnos los zapatos en la aduana, pues en realidad, nos quitarían todo, hasta el cuerpo.

Presumimos de poseer una identidad clara y de que cada uno de nosotros tiene su propia personalidad y resulta que eso no es más que otro deseo producido por nuestra vanidad. Estoy seguro de que el futuro nos pondrá en nuestro sitio, ya veréis.

Pero ahí no acaban las malas noticias para los que se creen únicos y creadores de su propia genialidad que los distingue del resto. Hace poco se ha realizado un estudio en el Instituto Karolinska de Estocolmo que revela que el éxito o fracaso del hombre en su matrimonio viene determinado por un gen. Si tienes ese gen, ya puedes ir preparando los papeles del divorcio y más vale que no te metas en hipotecas para toda la vida con tu pareja. Por lo visto actúa sobre una hormona del cerebro llamada vasopresina. Según los investigadores, dos de cada cinco varones poseen el gen de marras, lo que no contradice en modo alguno las estadísticas sobre divorcios con la corrección necesaria de que muchos hombres, a pesar de sentir la llamada de la naturaleza para divorciarse no lo hacen por motivos que creen ser personales, pero que seguro que aparecen motivados por otro gen.

Hace ya algunos años se descubrió que también un gen era el causante de la ludopatía. Si seguimos así, seguro que existe otro gen que nos hace ser del Real Madrid o del Atlético, otro que nos define claramente como coleccionistas de cucharillas de ciudades del mundo y ya puestos, algún gen habrá que sea el responsable de que haya personas que no soportan el cante jondo, como es mi caso, y que tanto me gustaba comentar entre los amantes del flamenco para hacerme el interesante.

Resulta que todas nuestras capacidades, gustos, perversiones, aficiones, preferencias, tendencias, manías, sicopatías, y demás rasgos de personalidad, están determinados por grupos de moléculas, muy semejantes a las que puedas encontrar en la parte más oculta de una acelga.

Somos pura química, y por tanto no hay sitio para el orgullo desmedido. Cristales evolucionados, eso es lo que somos. Pues vaya.

10 comentarios:

  1. Interesante cuestión, amiguito: la identidad. Es un tema que también he tratado en mi blog. Si mi yo actual es muy distinto a mi yo de hace, pongamos, 30 años, ¿tiene algún sentido decir que yo soy yo? Si mi identidad cambia constantemente, ¿no quiere decir eso que no tengo ninguna identidad? La respuesta está en la continuidad, en que todos esos cambios se suceden sin cortes, de forma fluida. Imagínate que tu vida es un río: naces en las montañas, mueres en el mar y todas esas zarandajas. Pues bien, imagínate que contemplas ese río a los pocos kilómetros de su naciemiento. Es pequeño y con aguas rápidas. Ése es el "yo" del río en ese lugar. Ahora imagínatelo poco antes de su desembocadura. De entrada, el agua no es la misma; además, es mucho más ancho y la corriente más lenta. No parece el mismo río. Pero lo es. Por la continuidad. La identidad del río es todo el río, no una parte de él.

    Lo mismo sucede con nosotros. Para avaluar tu identidad, tu "yo", no debes basarte en el presente, sino en el conjunto de toda tu existencia. Imagínate que, a cada microsegundo que pasa, vas dejando atrás un duplicado de ti mismo congelado en ese instante, como una foto. Al final de tu vida, serás una larguísimo gusano formado por estáticos duplicados que van cambiando poquito a poquito. Ése serás tú, ésa será tu identidad. Porque para establecer la identidad no bastan tres dimensiones; falta la cuarta: el tiempo.

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  2. Ahora examinemos tu ejemplo del duplicador de materia. Si me duplican y de pronto hay dos "yoes", ¿cuál de los dos es "yo"? Volvamos al ejemplo del río. Imagínate que duplicas todo un río y colocas la copia en otro lugar. ¿Tendrás dos ríos iguales? No, porque el río copiado fluirá por un terreno distinto, así que su forma acabará siendo diferente. Con esto quiero decir que te estás basando exclusivamente en la influencia genética sobre nuestro comportamiento, pero hay que tener en cuenta también la ambiental. Somos en parte lo que dictan nuestros genes y en parte lo que las circunstancias de nuestro entorno nos obligan a ser. Sobre esto hay estudios muy interesantes con gemelos idéntioos que han sido separados. Es significativo señalar que los gemelos idénticos (que comparten pues idéntico genoma) tienen diferentes huellas dactilares, pues éstas se forman por factores relacionados con la gestación, no por determinismo genético.

    Volviendo al problema del César dublicado. ¿Cuál de los dos es yo? Pues el original, por la coninuidad. La copia ha surgido de una ruptura y, desde el primer instante de su existencia, es un yo diferente (aunque extremadamente parecido, claro; al menos, al principio).

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  3. Voy a hacer algo que me encanta: contradecirme a mí mismo. He afirmado que la identidad se basa en la continuidad y, desde un punto de vista méramente físico, eso es evidente. Pero ¿qué ocurre con la continuidad mental?

    Nuestra vida, nuestras experiencias, sólo tienen sentido en el contexto de la imagen mental que nos formamos sobre la realidad. Tenemos la sensación de que nuestra identidad permanece constante, registrando segundo a segundo todo lo que siente y le rodea. Pero eso es una falsa impresión. Ciertas funciones cerebrales, como por ejemplo la sensación de identidad o la atención externa, se conectan y desconectan constantemente. Cuando estás muy concentrado en algo, tu sentido de identidad puede desvanecerse por completo durante varios minutos. Lo que pasa es que luego, cuando recuerdas lo que has hecho, le añades la sensación de "yo" que no estaba allí.

    Por otro lado, ¿qué percibes y qué recuerdas realmente? Si rememoras el día de ayer, tienes la sensación de que todo fluyó normalmente, sin interrupciones, que tú estabas ahí en todo momento, percibiendo cuanto ocurría y te rodeaba. Pero ¿es cierto? ¿Podrías contarme todo lo que ocurrió, hiciste o pensaste, minuto a minuto, durante el día de ayer? No, ni de coña; me contarás una versión muy general, con muchos errores y sólo detallada en determinados momentos. Y eso se debe no solo a lo mucho que has olvidado, sino también a lo poco que has registrado.

    En nuestra vida diaria no mantenemos una atención constante. De hecho, nuestra percepción del mundo exterior se desconecta con frecuencia; además, cuando fijamos la atención en algo dejamos de percibir todo lo demás. Con frecuencia no percibimos ni pensamos nada. A lo largo del día, nos vamos conectando y desconectando sucesivamente de la realidad, pero luego, al recordar, le añadimos una falsa sensación de continuidad.

    Así pues, no puede afirmarse categoricamente que nuestra identidad mental sea continua. Al contrario, está llena de rupturas y de espejismos. Por tanto, si realmente existe un "yo", ese "yo" es de lo más nebuloso.

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  4. Por último, algo aún más inquietante. Cuando hacemos algo, por ejemplo mover un dedo, el área del cerebro correspondiente al dedo se activa situándose en un estado de "preparación para la actividad". Supuestamente, la cosa es así: decides conscientemente mover el dedo, en tu cerebro se activa la señal de "preparación" y finalmente el dedo se mueve.

    Pues bien, una serie de experimentos han demostrado que la secuencia no es ésa. En realidad, primero se activa la señal de "preparación", luego decides conscientemente mover el dedo y, por último, lo mueves. Es decir, que algo en tu mente ha decidido actuar antes de que tu yo consciente tome esa decisión. No nos damos cuenta, creemos que la voluntad consciente es quien rige nuestros actos, pero sólo es otro espejismo. En realidad, actuamos movidos por una parte de nuestro cerebro de la que no tenemos la menor consciencia; somos como marionetas incapaces de ver los hilos que las mueven.

    Por tanto, si existe un "yo", lo que es seguro es que no es el "yo" que creo ser, sino otro tipo que vive en mi cerebro y al que no conozco de nada. Manda güevos.

    P.S.: Perdona que no me extienda, pero tengo prisa.

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  5. celebro que haya despertado tu entusiasmo el viejo asunto del YO. Poco más tengo que añadir a tu minuciosa aportación, salvo asentir. Es más, recuerdo que en algún estadio de nuestros respectivos YO hemos hablado del gusano que somos, cuando incluimos el tiempo como otra dimensión a considerar a la hora de definirnos. Lo de la consciencia "alterna" del yo no admite ninguna discusión, pues todos hemos podido observarlo. Yo también había leído en alguna parte que la secuencia de funcionamiento de las decisiones tiene una fase preliminar de "preparación", anterior a tu decisión consciente. Sí, resulta que al final somos como anémonas.
    Así, que de momento, mi YO está plenamente de acuerdo con tu YO. No se que opinará el resto (de nuestros YO).

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  6. A veces he fantaseado, en esos días en que estoy hasta las narices de tener que ser precisamente yo,con la idea siguiente: las personas somos como los electrones en la mecánica cuántica y las personalidades o identidades son como los niveles de energía. Es decir, que yo estoy justo en este momento adoptando la identidad Pascu, pero vengo de ser Mick Jagger y a continuación seré, por ejemplo, vendedor de pañuelos en un semáforo. Entonces, ¿por qué tengo esta fastidiosa sensación de haber sido Pascu toda la puñetera vida y recuerdo cosas de todas sus épocas? Eso es parte del papel, viene con el papel el regalito de meterse hasta las cejas, pero el actor que en realidad soy, es anónimo y completamente amorfo. Lo siento por el siguiente que tenga que interpretar a Pascu, pero yo saltaré en unos instantes y será emocionante descubrir qué identidad me inundará a continuación.

    Otra fantasía: El hombre no es dueño de sus actos, como bien mencionáis. De hecho alguna vez lo fue, pero lleva milenios parasitado por el virus del papiloma humano, del que todo el mundo está infectado, y que es el responsable de que tu dedo decida moverse y rascar esa verruga para extenderse más y seguir contagiándose. La interrupción del pequeño virus en nuestras vidas es mínima, pero decisiva para su beneficio.

    No, ahora en serio, está bien que el inconsciente nos dirija, ya que representa nuestra personalidad en un 90%. La conciencia sería la punta del iceberg, una linternita en las catacumbas. entonces, en mi opinión, el inconsciente le plantea al consciente lo que quiere hacer (preparación), lo mismo que haría un perro o un niño pequeño, y ante la propuesta, el consciente le dice sí o no, como un padre. Y es lo negligente o estricto que sea este consciente que debe ejercer la censura ante los deseos del ser oscuro (más por desconocido que por maligno) el que finalmente es responsable de nuestros actos y nos define como individuos. Un ejemplo muy claro que entenderéis enseguida es el de cuántas veces hemos estado "preparados" para fecundar a una hermosa mujer y hemos tenido que contentarnos con eso, con estar preparados.

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  7. El ejemplo que pones al principio está muy bien, pues realmente somos eso, pura química. Podemos sufrir mutaciones, saltos energéticos, incluso perder un electrón, que no va a ningún sitio, y convertirnos en iones positivos, pero al final, el que ha sido sodio toda la vida, seguirá reaccionando como sodio, y el que es plomo, ni te cuento. Ése, el plomo, cambia menos.
    De todas formas, me siento más identificado con tu último ejemplo.

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  8. Dificilmente puede uno hablar de si mismo ya que nunca somos "el mismo", a cada momento dejamos de ser el que eramos, nunca fuimos el que creemos que fuimos y nunca seremos el que pensamos que seremos. Es una putada pero en realidad no tenemos ni idea de quien somos, en todo caso podemos intuir algo de ese que vemos en el espejo pero en realidad ese que vemos, no existe.

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    1. Existimos en cada momento (lo que decía César del gran gusano que somos si nos contemplamos incluyendo la dimensión del tiempo. Un gusano en el que cada rebanada representa un YO en un momento) Nunca dejamos de existir, pero sí dejamos de ser (lo que los filósofos distinguen entre existencia y esencia). Un follón, para qué nos vamos a engañar.

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  9. ¡ejem, ejem...!
    Perdonen que les moleste con sus elucubraciones, ¿no tiene el blog un botón de ME GUSTA?
    Es que no me encuentro como para añadir algo con sus tancia... :-)

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