martes, 26 de abril de 2022

Lentos, silenciosos y ricos.

 


Todos nos emocionamos cuando vemos los campos coloreados por multitud de diferentes flores, porque  anuncian la llegada de la primavera, ¿y a quién no le gusta la primavera? Correcto, pero, ¿qué pasa con otros indicios de la naturaleza, también con título de pregoneros? Me refiero a mis queridos caracoles. Nadie los tiene en cuenta ni comentan lo bonitas que se ponen las praderas, pletóricas de caracoles, con su rastro de babas brillando bajo el sol.

Es un trato desigual e injusto. Los campos se llenan de estos maravillosos gasterópodos en los primeros días del florido mes de abril, y nadie les presta la mínima atención, salvo los lagartos y tortugas que se los comen. También nos los comemos los humanos, aunque algunos tuercen el gesto solo con imaginárselo. Vale, si no te gustan no te los comas, pero tampoco los desprecies. Por ejemplo, ¿por qué no regalar un ramillete de caracoles por san Jordi? Luego el que se los quiera comer que se los coma y el que no, que los ponga en un florero.

Los caracoles son unos animales con una vida interesantísima y totalmente desconocida. Por ejemplo, su esperanza de vida es de siete años ¡Viven la mitad que un gato! 
Ahora tengo dos gatos, pero cuando era pequeño, recuerdo que una de mis mascotas fue un caracol. Lo tuve durante dos años largos y lo alimentaba con hojas de lechuga. Yo creo que era el caracol más feliz del mundo, y probablemente también el más sorprendido. Lo guardaba en una caja de zapatos (en aquella época todo se guardaba en cajas de zapatos o en cajas de galletas), y una mañana, misteriosamente, apareció con la concha rota. Fue uno de los días más tristes de mi infancia. Al poco tiempo murió. Por supuesto le hice un entierro con gran ceremonia y boato.

Desde entonces, mi amor por los caracoles ha continuado incólume, aunque transformado. Ahora en lugar de cuidarlos en una caja de zapatos, los dispongo en una cazuela con los pertinentes aditamentos, y cuando están en su punto, les rindo merecido homenaje en el altar del sacrificio supremo.

Por cierto, muchos se preguntarán, que dónde se meten cuando pasa la primavera, pues en cuanto empiezan los calores desaparecen del paisaje, como las mismas flores, y hemos quedado en que viven siete años. Pues resulta que los caracoles hibernan, tal como hacen los osos. Vale, hibernan, seguirá  el inquieto lector de antes haciéndose preguntas, pero el invierno empieza en invierno, y en junio ya resulta extraño encontrarte con un caracol, ¿entonces, qué pasa durante el verano con ellos? 

Pues francamente, no tengo ni la menor idea, el caso es que están muy ricos. 



5 comentarios:

  1. Cuando más caracoles he visto en mi vida (fuera de bares y restaurantes) ha sido veraneando en Santander. En cuanto dejaba de llover y salía el sol, salían los caracoles. "Caracol-col-col saca los cuernos al sol". Así que ya sabes: en verano los caracoles deben de emigrar al norte. Lo que me pregunto es cuánto tardan en llegar...

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    1. Es verdad, cuando yo veraneaba en Laredo recuerdo recoger caracoles de los maizales en cualquier día del verano. De paso también recogía lagartos y tortugas, ya que estaba...

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    2. y como dice Félix, los que se arriesgan y quieren hacer el viaje en poco tiempo, lo hacen pegados a una de las ruedas del Alvia. Mejor tomárselo con calma. Hay un refrán caracolero que dice: si a Santander quieres llegar, de las vías del tren te has de alejar.

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  2. Yo recapacitando, me viene a la memoria las veces que accidentalmente he pisado uno, esos días que llueve, sacas al perro y ¡¡¡crashhhh!!! 😱que desazón, que castigo kármico me habré provocado yo solito. Aaaagggg qué fatalidad

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    1. Por favor Marcos, ten cuidado no vayas a pisar a nuestro querido Slurp... sería un día de luto para todo el Mundo de Urg.

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