viernes, 22 de julio de 2022

Gana Goliat



 

Se habla del poder de la palabra y se dicen cosas, con una bendita inocencia, que casi resulta  emocionante. Pero es patético. Se le otorga a la palabra, en un intento de equiparla con otras armas, una fuerza de la que en este mundo carece.

 Es comprensible la intentona: el oprimido por poderes realmente temibles, con el propósito legítimo de salvar su dignidad en una lucha desigual, sobrevalora la única arma que tiene, para fingir que sus capacidades de destrucción están equilibradas. Ya, y una mierda así de grande.

Ni las ironías más afiladas (como estiletes, vale) hacen nada contra un navajazo de los que te dejan contemplando tus propios intestinos por ahí desparramados, ni los sarcasmos como postas pueden contra un tiro en la rodilla. Todo esto en el mundo de las analogías, claro, sin entrar en el real, con sangre y eso, pero ya me entendéis.

Por mucho que denunciemos en las redes sociales, o salga en artículos publicados en periódicos de gran tirada o lo que se nos ocurra, incluyendo programas enteros en la cadena SER, líder de audiencia, que no paran de decirlo, si un banco, un operador de telefonía, una compañía de gas y electricidad..., o una corporación gubernamental, abusa de nosotros, abusados quedamos.

Cada vez veo más casos de atropellos sin que el ciudadano atropellado pueda hacer absolutamente nada, salvo patalear indignado, y contárselo a sus amigos más cercanos para que lo acompañen en un pataleo solidario. Una voz robotizada te dice que pongas una queja en el teléfono de atención al cliente, que está atendido por un algoritmo. Ya, pero me gustaría hablar con un operador, lo de la queja también, pero de momento quiero hablar, para chillar, que eso seguro que me relaja. Vale, pues espere. 

Esperas toda la mañana hasta que después de muchas llamadas consigues que alguien, que ni pincha ni corta, te vuelva a preguntar qué te ha pasado. Tú se lo cuentas otra vez, como si tuvieras delante al director general de la compañía, sin ser consciente de que te está atendiendo un currito que no tiene ni idea de qué le estás hablando y además le importa un bledo todo lo que le digas. ¿Qué se quiere dar de baja usted? Por mí como si se la pela. ¿Que va a poner una denuncia a la compañía? Dos, mejor ponga dos, mira tú.

Y tú acabas gritando al currito, y el currito te cuelga sin mayores explicaciones dejándote con el insulto en la boca. 

Y ahí acabó todo el poder de la palabra.



Leoncio López Álvarez








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