El hombre estaba
sentado en su sillón preferido. No leía, sólo pensaba. Miró hacia la ventana y
vio una borla erizada de sol
jugando en el cristal. El viento, suave pero insistente, creaba una coreografía
haciendo que pequeñas cosas que nunca había visto se movieran levemente.
También la cortina bailaba a su son inaudible. Entonces el hombre se fijó en
algo que había sobre la mesa; era una caja de madera de sándalo, o quizá de
cedro, abierta, mostrando su interior vacío a excepción de una pequeña figurita
de porcelana que apenas era visible. Representaba a un pato, hecho en barro y
coloreado de forma admirable para el tamaño que tenía. No sabía quien podía ser
el propietario de la caja, nunca la había visto ahí. Entonces se le ocurrió que
podía ser de un ángel. A fin de cuentas, nunca se había oído que los ángeles no
pudieran tener cajas de sándalo o de cedro.
El hombre, que
jamás había sentido plenamente la felicidad, tan solo estremecedores momentos,
casi eléctricos, y siempre muy distantes entre sí, supo, en cuanto vio la caja con la figurita en su interior,
que ahí podía guardar uno de esos instantes y conservarlo para siempre. De esta forma, cuando quisiera sentirse feliz, bastaría con abrir la tapa y elegir el momento que quisiera.
Entonces se abríó una gran zanja delante de él. Si saltaba al otro lado sin
caerse ... podría alcanzar la caja. Midió sus fuerzas y se levanto de su sillón
preferido con decisión.
Afuera, el sol
seguía en el cielo en compañía del viento. El ángel miraba pero no hacía nada
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario