Todos nosotros, y cuando digo nosotros incluyo a más
de dosmil millones de personas, cuando nos levantamos por la mañana y elegimos
la camisa que nos vamos a poner, tenemos diferentes opciones. De los pantalones
no hablo, pues es más normal repetir los del día anterior. Centrémonos en la
camisa, y tampoco hagamos caso de los calcetines, ropa interior y otras prendas
que no vienen al caso. Como media, cada uno de nosotros (ahora voy a ser más
restrictivo en el conjunto formado por nosotros y lo voy a reducir a bastante menos
de la mitad), tiene veinte posibilidades para escoger, entre camisa, polo o
camiseta, que también cuenta. Pues bien, ¿por qué seleccionamos una prenda
determinada y dejamos las otras diecinueve colgadas sin titubear? Es que ni lo
dudamos. Muy sencillo, porque no depende de nosotros sino de nuestro estado de
ánimo. Elegimos al dictado de nuestro humor. No voy a poner ejemplos, porque no
son necesarios. Tanto es así lo que digo, que se ha creado un protocolo social
para vestirse de determinada manera según sea el acontecimiento al que nos
veamos obligados asistir y que presupone un estado de ánimo muy concreto que
hay que seguir y no tratar de mostrar otro diferente. Ahora sí voy a poner un
ejemplo aunque sigue sin ser necesario: a nadie se le ocurre ir a un entierro
con bermudas, chanclas y camisa hawaiana. ¿Acaso porque al difunto no le
gustaban las mencionadas prendas, lo cual sería muy comprensible? No,
sencillamente porque todo el mundo da por hecho que estás abatido por su
desaparición y sin que nadie te lo imponga, tu estado de ánimo te ha obligado
por la mañana a vestirte de una forma acorde con la tristeza. Te has levantado
deprimido (se supone) y si te levantas deprimido no te pones una camisa
hawaiana. De hecho, nadie debería ponerse una camisa hawaiana en ningún caso,
pero ese es otro asunto.
Pues bien, de la misma forma que nuestro estado de
ánimo determina qué camisa nos vamos a poner, determina otra infinidad de cosas
de las que no somos conscientes. En un mal día, no cantamos en la ducha (o si
cantamos buscamos una melodía triste), no nos mostramos muy habladores y cuando
hablamos lo hacemos de forma monocorde y sin elevar la voz, reír es una
posibilidad bastante lejana,… Esto es obvio, me diréis. Pues sí, es obvio, pero
todavía no he terminado.
El fenómeno estriba en algo que no resulta evidente
para todo el mundo: resulta que es un proceso reversible. Es decir, podemos
alterar nuestro estado de ánimo haciendo cosas que haríamos con un estado de
ánimo diferente. Este hecho ofrece un mundo infinito de posibilidades. Basta
con ponerte una camisa hawaiana, cantar a voz en grito y reír como un
energúmeno, para pasar inmediatamente de un estado de abatimiento a otro de
euforia y alegría tremendas. Esto significa que de la misma manera que elegimos
una camisa para pasar el día, podemos elegir un estado de ánimo. Se trata de
invertir el proceso causa efecto, y seleccionar primero el estado de ánimo que
nos apetece llevar y en consecuencia buscar algo a juego. Es más, si por la
mañana hemos “sacado” un estado de ánimo nostálgico, porque en ese momento es
lo que nos apetecía, nada nos impide a media tarde ir a casa a cambiarnos por
otro de desbordante entusiasmo, si tenemos un compromiso social que exija estar
radiante.
Ser consciente de esta realidad comprobable, puede
cambiar la vida a mucha gente que se resigna a estar varios días usando el
mismo humor, que por otro lado, no deja de ser una tremenda falta de higiene
mental.
Por hacer la prueba no se pierde nada. Bueno, sí, que
alguien te vea con una camisa hawaiana.
El hábito no hace al monje, ¿o sí?
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con lo que planteas, siempre que tengas el estado de ánimo suficiente como para imponerte el que quieras sacar de paseo.
Estoy de acuerdo con que ciertas cosas condicionan, ya sea el hábito o los hábitos..., o los nombres.
por ejemplo el mío. Ya sé que muchos lo envidiáis, porque llamarse Félix es como condicionar tu ánimo a la felicidad, de forma sencilla, casi gatuna.
A diferencia de otros, Tito, César, que os hace sentiros más majestuosos, imperiales..., pero no confiarse que todos los imperios acaban cayendo, mientras que los gatos, como las cucarachas, podemos resistir más fácilmente los holocaustos nucleares. Lo que no estoy consiguiendo resistir son los embates que me están perpetrando últimamente...
Tengáis buen día y elegid camisas de colores (es lo que yo hago, aunque sea para ir a entierros, que aquí hay muchos)
Te haré caso y buscaré, a pesar de mi firme oposición, una camisa hawaiana. Creo que para estos momentos es lo más apropiado. Eso sí, una camisa hawaiana de corte principesco.
Eliminar(ojo con los embates, que a veces hay un perdedor en el embate. be careful)
La ropa habla. Por ejemplo, ahora estoy manteniendo un interesante debate sobre la Estética Trascendental kantiana con mis calzoncillos, aunque mis calcetines se empeñan en intervenir y, justo es decirlo, no tienen ni idea de inmanentismo gnoseológico. Pues bien, si la ropa habla ¿qué dice una camisa hawaiana? De entrada, no le habla a su portador, sino a quienes le rodean. Y lo que les dice es: "Me importa un bledo lo que penséis de mí. Sois tan serios, tan tristes, tan aferrados a las normas, tan inseguros de vosotros mismos, que cuando me veis pensáis 'oig, cuántos colorines, qué poca clase, qué horterada', sin daros cuenta de que lo abiertamente llamativo, lo rabiosamente estrafalario, no puede ser hortera, porque no intenta imitar a nada, no intenta emular a nadie. Lo hortera es ponerse un traje de Cortefiel (o de Hugo Boss, da igual), ir como todo el mundo, no salirse de los cauces, no vaya a ser que alguien crea que piensas por ti mismo, que tienes tu propia personalidad. Eso, ceñirte a las normas sin atreverte a vulnerarlas, sí que es ser hortera. Mis colores, mis abigarrados estampados, son un grito de libertad, son una proclama de buen humor, son un canto a la vida, son un acta de independencia, son la cizalla que rompe las cadenas que os atan a lo políticamente correcto. Ya, ya sé que nunca os atreveréis a llevarme; lo disfrazaréis de buen gusto, pero en realidad no será más que miedo a apartaros del rebaño. Queréis ser ovejitas blancas, como todas las demás; o, si os la dais de rebeldes, seréis ovejitas negras. Pero nunca jamás os atreveréis a ser la ovejita de colores. ¿Buen gusto? No: miedo y vergüenza, eso es todo. Que os den; sois gente gris y aburrida". Sí, eso dicen las camisas hawaianas.
ResponderEliminar¿Queréis comprobarlo? Hagamos un experimento mental. Imaginaos a Franco en un consejo de ministros. Ahora, quitadle mentalmente la americana o la parte superior del uniforme, y ponedle una hawaiana. ¿Sería capaz de firmar sentencias de muerte vestido de tal modo? Puede que sí. Pero, ¿le obedecerían? Puede que también, pero con extrañeza, con no poca reticencia, preguntándose interiormente cómo es posible que un tipo con esa camisa quiera matar a alguien. Y, a la larga, dejarían de obedecer, porque de un hombre con hawaiana se espera una juerga, no una masacre. Los verdugos no llevan hawaianas. Por eso, claro, es tan difícil imaginar a Franco embutido en una alegre camisa de colores. No le pega ni con cola, y eso debería haceros pensar.
Franco nunca se habría puesto una hawaiana. Ni Hitler. Ni Mussolini. Ni Stalin. Ni Videla. Ni Pinochet. Ni el cardenal Rouco Varela (ni el Papa, si vamos a eso). Ni Mariano Rajoy. Ni Francisco Correa. Ni Aznar. Ni César Vidal. Ni Francisco Camps (ése sólo se pone trajes de Cortefiel). Ni Jiménez los Santos. Ni ningún presentador de Intereconomía.
Ahora bien, ¿se habría puesto Einstein una hawaina? No tengo ningún problema en imaginármelo con esos pelos revueltos, la lengua fuera y luciendo una rutilante camisa de colores. Y también se pondría una hawaiana Hemingway (de hecho, hay fotos donde se le ve de tal guisa). Y Groucho Marx. Y Picasso. Y Scorsese. Y Thor Eyerdahl. Y Dani de Vito. Y Woody Allen. Y Vicente Ferrer. Y Forges. Y George Clooney. Y García Márquez...
Pues bien, mi adorable camisa hawaiana os pregunta: ¿a qué bando pertenecéis?
hay gente que se pone muy seria aunque se ponga camisas hawaianas. Por ejemplo, he visto dictadores africanos con camisas floreadas. lo que ya no se es si se cambiaban para comerse el hígado de alguien.
ResponderEliminarMi camisa ha buscado en Internet y, tras revisar cientos de fotografías de dictadores africanos, no ha encontrado ni una en la que un dictador aparezca con algo que se parezca remotamente a una hawaiana. Mi camisa cree que te has confundido y quizá hayas visto a algún dictador africano con el traje regional de su país, pues algunos son muy llamativos (algunos trajes, no algunos dictadores). Los dictadores africanos, según ha podido comprobar mi camisa, van o de Cortefiel, o de militar. Y luego está Bokassa, que iba de emperador. Pero nada de hawaianas.
ResponderEliminarCreo que tu camisa se obsesiona con facilidad. Quizá no era hawaiana, sino regional y llamativa la camisa del dictador al que aludía, y que en ningún caso voy a perder el tiempo en rebuscar por Internet.
EliminarMis disculpas a tu camisa a la que solo le deseo que en la tintorería la traten como a una alfombra que llevé el año pasado, grande como una lonja, y que ahora uso de felpudo.