Mimosa atristaba el borloro, lo cual no le impedía
contemplar el espejo con cierta cautela pues algo había en él que le avisaba de
extraños poderes. Acertada intuición pues repentinamente se vio al otro lado,
aún con el borloro entre sus brazos. Pronto aparecerá un conejo gigante, se
dijo, un gato o quizá cosas peores por lo que mejor será no perder la calma.
Era joven, casi una niña, todo lo que tenía que hacer
era buscar un anciano venerable que le diera un buen consejo, así que sin
perder más tiempo se encaminó en su búsqueda. Atravesó un bosque que parecía
encantado, subió a las montañas más altas desde donde se podía contemplar el
inicio del universo y bajó a profundos valles donde había aldeas cubiertas de
nieve que se acumulaba en las esquinas de las calles, formando remolinos cada
vez que soplaba el viento. Un búho desde lo alto de una rama se fijaba en todo
lo que sucedía más abajo. Miró a la joven con interés hasta que decidió que era
preferible emprender el vuelo. Sonó como una manta que se sacudiera desde un
balcón cuando se elevó por encima de las copas de los árboles. La niña no se
sobresaltó pues había otras cosas más inquietantes aún que acaparaban su
capacidad para atemorizarse.
Sin que hubiera ninguna posibilidad de justificar su
presencia apareció ante ella, Kandal, un guerrero de estirpe de héroes, que era
cazador, juez y sacerdote. El jefe de la tribu, el espíritu que camina en la
noche con luz propia. Llegó a su silbido un brioso caballo alazán de patas
livianas y grupa redondeada que abría los ollares buscando todo el oxigeno
posible para la carrera que sabía que iba a emprender. Pronto se convirtió en
un punto en la lejanía seguido de una nube de polvo. Kandal ya era historia.
El venerable anciano que daba sabios consejos a los
jóvenes, además de sabio era bondadoso, por eso, además de consejos, también
daba otras cosas. A su edad no había otra opción que la generosidad si quería sobrevivir más tiempo. Incluso,
esa estrategia no garantizaba el éxito.
Pronto apareció el inconfundible penacho de humo de
la vieja locomotora. Un tren al que estaba obligado a subir para hacer el
último viaje. El maquinista era la Gran Dama, tan negro su manto como el carbón
que alimentaba la caldera. La vida es un río que desemboca en el mar que
representa la muerte, así ha sido y así será a pesar de los intentos de Anton
Limat, el científico loco, tan loco que pensó que podía encontrar remedio para
aquello que no lo tenía. Toda su vida estudiando para no conseguir nada. Para
eso, podía haberse ahorrado el esfuerzo y ser como Daniel, el cabrero del
pueblo, que era solitario, casi olvidado, callado observador y que jamás hizo
algo distinto que flautas talladas en madera o en los huesos de las ovejas
despeñadas. Al menos su obra perduraría más tiempo.
Los sótanos estaban llenos de esqueletos, un marinero
harto de ron llevaba sobre su hombro un monito vestido de bandolero español. La
pequeña damita seguía tocando el piano y el joven petimetre la adoraba sin
atreverse o mover un músculo no se fuera a descomponer su porte.
Otro marinero, también borracho, cruzó navajas con el
del monito. Los tres perecieron.
El perro salvó a su dueño y el delfín devolvió a la
playa a los náufragos, mientras los esclavos se hacinaban en la bodega del
barco que crujía a cada embate del mar.
¡No podía ser! Ahora entraba en un capítulo donde un
dragón alicatado con escamas de turmalina tenía prisionera a una gentil
princesa.
Devolvió, cansado, el volumen a la librería de roble
y buscó otro libro pero sabía que todas las historias estaban ya escritas y que
jamás encontraría una que fuera significativamente diferente a las ya leídas.
La noche extendió su manto y dentro crepitaba la leña
en la chimenea, mientras el hombre más viejo del mundo dejaba de ser feliz en
la biblioteca de Babel.
Curioso. Lewis Carroll, sí... Pero también "Mimosos se atristaban los borloros", un relato de Henry Kuttner. Me he vuelto loco hasta que lo he recordado. Ese verso, ese título, me ha transportado en el tiempo (como una magdalena mojada en te). Al pasado lejano.
ResponderEliminarUn post surrealista y triste. Curioso otra vez.
Prodigiosa tu memoria. Y tu sensibilidad, pues sí se trata de una historia triste, sí. Aunque pensé que no sería evidente.
Eliminar¿Un paseo por los t´opicos, o los esterotipos,...?
ResponderEliminar... pues en cierto modo, aunque dudo que entiendas por qué.
EliminarAnónimo, una pregunta: si no te gusta lo que escribe Samael, ¿por qué vienes por aquí? Ah, ya, porque eres un troll. Un troll un poco burro, por cierto, porque "estereotipo" y "tópico" son sinónimos, así que podrías haberte ahorrado la redundancia. Pero claro, un gilipollas cobarde que se ampara en el anonimato para intentar herir qué sabrá de redundancias.
ResponderEliminarme alegra ver que tengo amigos que compensan a los enemigos. No sé si mis amigos son merecidos, pero estoy convencido de que mis enemigos, no. No al menos éste. Que yo sepa.
Eliminarmercés (en catalâ).