En estos momentos de desatino general, cuando más
consciente soy de mis errores, más estoico me vuelvo.
Lo bueno que tiene la filosofía es que siempre puedes
encontrar la que mejor se adapta a tus circunstancias, la más conveniente según
cómo te encuentres. ¿Que te levantas optimista, con un entusiasmo desmedido?
Pues es el momento de estar de acuerdo con Russeau convencidos de que el hombre es bueno, y así estás hasta que te
percatas de que tu optimismo es infundado y entonces te deprimes con Hobbes y te das cuenta de que el hombre es un lobo para el hombre.
El escepticismo lo puedes, y debes, tenerlo siempre interiorizado, y si te lo
puedes permitir, dale bien al hedonismo. Mi recomendación de postura
filosófica, sin ninguna duda, es el epicureísmo, una recomendación basada en su
práxis. Lamentablemente llega un momento, cuando mejor te lo estás pasando siendo un
epicúreo de pro (al menos a mí siempre me pasa), que la realidad te lleva a la
resignación escolástica. Cuando te ocurra eso lucha con todas tus fuerzas para
salir inmediatamente de ese pozo de amargura, la revelación religiosa del
cristianismo no es nada divertido, busca al hombre nuevo, lee a Nietzsche. Una
buena salida es precisamente el estoicismo, la búsqueda de la
imperturbabilidad.
¿Pero qué es realmente el estoicismo? Años y años de
estudio de esta filosofía, miles de tesis doctorales sobre Zenón de Citio,
investigaciones sobre la obra de Crisipo de Solos y otros tantos que aparecen
en mi valioso diccionario de Ferrater Mora, de cuatro gruesos volúmenes, se
pueden resumir en una simple frase: me importa todo un huevo.
Me importa todo un huevo. Esta es la gran verdad que
debemos difundir como un legado de infinito valor. Incluso, para que no se
tergiverse el mensaje en su transmisión, yo propondría que alguien fundara una
sociedad iniciática para asegurar que este conocimiento alcance a futuras
generaciones sin alteración. No lo fundo yo mismo porque eso supone un
esfuerzo que va en contra, precisamente, del principio fundacional. Ya sabemos
que cualquier esfuerzo conlleva una preocupación, o al menos, existe el peligro
de que aparezca, de modo que lo mejor es alejarse de todo lo que suponga
compromiso. Nada de trabajo, nada de atadura con lo material y lo emocional
también sobra, y si sobra lo material y lo emocional, pues ya me contarás tú,
ya no queda nada más por lo que preocuparse, de modo que a partir de ese momento,
viva la Pepa.
Espero que mi testamento filosófico aproveche a todo
aquel que lea estas líneas, y si no, la verdad es que me da igual.
Recordad, el mensaje es muy sencillo de seguir: me
importa todo un huevo.
Personalmente, me inclino por el marxismo, escuela Groucho.
ResponderEliminarTambién es una buena escuela, sin duda. En lugar de alimentarse de higos, se propone el huevo duro, que ya sabemos que quien lo aprecia es gente de elevados pensamientos.
Eliminarjajajajaj, creo que en todas las facultades de filosofía se debería enseñan el estoicismo contigo de ejemplo. Ni Zenón ni Crisipo ni Cleantes, ni Posidonio... !Joaquín!
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