Tengo la terrible sensación, toda mi vida la he
tenido, de llegar siempre tarde a las cosas buenas. Por ejemplo, cuando había
mili, todos los alumnos de la escuela de ingenieros aeronáuticos automáticamente la hacían en el ejército del aire, mucho más llevadera y encima
con avioncitos alrededor, que la mili normal. Esta costumbre admirable fue
eliminada justo unos pocos años antes de que yo empezara la carrera, qué mala
suerte, con lo cual me perdí una oportunidad fantástica de volar la vieja Bucker,
preferible a perder el tiempo de forma bastante penosa por todos los garitos de
Lérida, casi siempre borracho (Me tocó Lérida, el punto más alejado de Madrid,
de modo que me hubiera venido de maravilla tener un avión a mano). Llegué
tarde, y sin duda este hecho cambió radicalmente mi vida.
Simplemente haber hecho la mili confirma ya el
trágico desfase que tengo con las cosas buenas cuando aparecen, pues a los dos
años de haberla terminado yo, la eliminaron. Lo único beneficioso que hizo
Aznar, a mi me llegó tarde.
Luego empecé a trabajar en publicidad como creativo
publicitario animado por mi eterno amigo César, con el contundente argumento de
que por las chorradas que yo decía gratis, había gente que pagaba mucho dinero
siempre que esas chorradas se ordenaran de la manera adecuada. Pues bien, en
ese fascinante mundo de la publicidad aparecí en un momento que estaba bien,
pero mejor hubiera estado de haber empezado antes; cuando llegué los mejores
anuncios ya los había hecho alguien, qué listos.
Después de haber pasado unos años estupendos
trabajando en las agencias multinacionales más apetecibles y ver cómo
desaparecía de la faz de la tierra la última en la que estuve, me monto por mi
cuenta con otros socios y pasa lo mismo: estuvo bien, pero llegamos un poco
tarde: podía haber estado mucho mejor.
Ahora la mayor parte de mi tiempo la dedico a jugar
al tenis y a escribir. Como tenista, es obvio que tarde es algo que se queda corto; también se queda corto tardísimo,
ni siquiera tardérrimo expresa suficientemente bien hasta qué punto es tarde, y
en cuanto a lo de escribir..., cada vez que lo hago me alegro muchísimo de que mi
ilusión no haya sido nunca ser bailarín. Aunque, ¿quién sabe?
Sólo espero que también llegues tarde, tardísimo, a la última cita.
ResponderEliminarcon lo puntual que soy yo, no sé no sé... Hablaremos dentro de cuarenta años de esto ;-))
EliminarTarde, pronto, ahora o nunca, ayer, mañana, hace treinta años, Me río del que dice que el tiempo no existe. Estás en tu mejor momento y punto!!!
EliminarLas cosas tienen su gracia cuando se hacen; ese es el momento adecuado para llevarlas a cabo, ni antes ni después. Y si no me crees deja de lado el tenis y apúntate a un campeonato de petanca. Te vas a morir de aburrimiento.
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