He de confesar que como animal social fallo mucho,
mejor dicho, fallo muchísimo; una barbaridad, vamos. De hecho la única persona
con la que me llevo más o menos bien es con mi vecino, ese del que ya he
hablado en otras ocasiones. Está tan loco que es imposible tratarlo como a los
demás, y dado que a los demás no los trato de ninguna forma, la única manera de
diferenciarlo del resto es tratándolo de alguna manera.
Es que tiene cada cosa… el otro día
vino a mi casa para lo típico.
-¿Tienes un limón? –me preguntó según se colaba dentro de mi casa.
-No, lo siento, terminé ayer el último kilo preparándome unos daikiris
para antes de cenar.
-Pues dame… azúcar, dame una tacita de azúcar, ya te devolveré la taza.
-¿Te da igual un limón que azúcar?
-Sí, cualquier cosa, el caso es charlar contigo. En realidad no necesito
nada.
Mal asunto. La última vez que no necesitaba nada me
tuvo toda la tarde tratando de evitar que se suicidara.
-Necesito una dosis grande de autoestima; mi último desengaño amoroso me
ha dejado hecho una braga –me dijo como si la autoestima la tuviera yo en la
despensa al lado de los limones y el azúcar.
-¿Vas a suicidarte?
-Naturalmente.
-¿Entonces para qué quieres la autoestima? Si tienes decidido
suicidarte, que me parece muy bien –yo con tal de quitármelo de encima estaba
dispuesto a no discutirle nada esta vez-, lo que tú necesitas no es autoestima,
sino autodesprecio.
-No me líes. He venido a verte porque la última vez que quería
suicidarme conseguiste convencerme de que no lo hiciera, precisamente
inculcándome una esperanzadora sobredosis de autoestima.
-Entonces, por lo que veo, no quieres quitarte la vida, lo que tú
quieres es darme el coñazo.
-No entiendes la psicología del suicida, amigo.
Me quedé mirando a mi vecino con la expresión de
“bueno, vale, no entiendo la psicología del suicida, ¿y ahora qué? Estoy
fenomenal con ese vacío en mis entendederas, ¿algo más?”. No sé cómo, él
interpretó perfectamente mi gesto porque sin decir nada salió a la calle. Una
vez allí trepó por el canalón hasta la terraza de la primera planta. Vivimos
dentro de una urbanización en casas extremadamente sencillas de asaltar por lo
que esta operación es muy sencilla. Luego siguió trepando hasta subirse al
tejado.
-¿No me creías verdad? –gritó desde las alturas- ¿Y ahora qué?
-¡Ahora salta! –devolví yo el grito haciendo un gesto con la mano para
que se tirara.
Me miró algo desconcertado y a continuación se lanzó
al vació. El muy imbécil se tiró de verdad.
Esto demuestra claramente lo que yo decía al
principio. Que como animal social fallo mucho.
Si no te cayó encima no hay problema.
ResponderEliminares justo lo que le dije a su desconsolada viuda
Eliminar¿Cuántos daiquiris te tomas antes de cenar? jajajajajaj
ResponderEliminaryo creo que lo normal, lo que todo el mundo ;-))
Eliminar¿Y ahora que nos hemos quedado sin vecino? Tremendo vacío...
ResponderEliminarasí entre nosotros, yo tengo la esperanza de que se recupere. Tiene bastantes huesos que no se han roto del todo
EliminarEstá claro que tu vecino se quería suicidar. A mí es lo primero que me viene a la cabeza cada vez que me quedo sin limones; y si luego agravamos este hecho con la falta de azúcar... pues es obvio que ya no existe más remedio que el suicidio. Al parecer el hombre te conocía bien, ya que acudió a ti por segunda vez para llevar a cabo sus planes. Deberías sentirte honrado por la confianza depositada. Igual suena un poco bestia, pero que la primera vez le salvaras la vida solo demuestra que cualquiera podemos tener un mal día. Alégrate por el trabajo bien hecho, seguro que para el próximo suicido vuelve a llamar a tu puerta.
ResponderEliminarSí, no entiendo como tardó tanto en subirse al tejado, debería haberlo hecho en cuanto escuchó que ya no me quedaban limones.
EliminarSí Mazcotsa, algo me dice que para el próximo suicidio, volverá a llamar a mi puerta ;-)))
Pizpireta y jacarandosa la viuda pasea por el tejado...
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