Hablar de pérdida era incorrecto pues no dejaba de
tenerla muy dentro de él. No pasaba un solo día sin pensar en ella, aún,
después de tanto tiempo. La seguía amando con todas sus fuerzas a pesar de
todos los pesares y pesares había muchos. En cualquier sitio, fuera por donde
fuera, siempre encontraba algo que inmediatamente le recordaba a ella. Si se
trataba de un lugar en el que ya habían estado juntos, el dolor de su ausencia
lo sentía cómo un miembro amputado, y si era la primera vez que pasaba por allí,
se imaginaba que la tenía a su lado, descubriéndolo juntos, y la tortura
también se hacía insoportable.
Se sentía atrapado en una celda ínfima sin lugares a
donde ir, y si el espacio había desaparecido, el tiempo no digamos. Cualquier
cosa que hiciera le trasladaba a otros momentos, a los días en que habían
compartido todo. No existía futuro solo estaba presente el pasado.
Jamás se acostumbraría a ser la mitad de lo que había
sido.
Ahora, una vez más, estaba despierto en una noche
enemiga y eterna en la que añoraba no solo los placeres de su cuerpo, sino
también los que de forma continua le había proporcionado su alma. Echaba de
menos sus constantes lecciones de vida, su forma de encarar los problemas y su
optimismo constante. Ella era una sonrisa abierta al universo.
En la soledad de la noche volvía a transitar con el
recuerdo por los sensuales caminos que habían recorrido en sus más atrevidas
locuras, añoraba las poesías que juntos habían escrito con la lengua, frases
hechas de besos duraderos e inolvidables. De todos los lugares que había visitado, los
más hermosos estaban en el cuerpo de ella, de su amada, su desaparecida, su
mujer, la mujer de su vida... ahora su recuerdo.
No hubo un solo día en todos los años que habían
pasado desde que lo dejó tirado como a una colilla que no pensara que iban a
volver a estar juntos. Siempre tuvo la esperanza de que en algún momento ella
aparecería de nuevo ante él, vestida con un velo de seda blanco, transparente, mínimo,
sonriendo con sus tentadores labios que eran como solomillos en su recuerdo, y
que extendiendo sus brazos largos y pálidos le diría: “qué tonto eres, cariño
mío, cómo te has podido creer que iba a dejarte. Esto solo ha sido una broma”.
Claro que una broma que se mantenía durante tanto tiempo era demasiada broma, incluso para ella, que tenía un finísimo sentido del
humor. Aún así, él seguía esperando ese momento, ya sabemos que el amor crea
ilusiones que engañan a los más listos, imagínate a los más tontos.
Pero los días pasaban y esa posibilidad cada vez la
veía más lejana. Sí.
Hasta que hoy, porque esta historia es en tiempo real
para mayor dramatismo, hasta que hoy, decía, 14 de febrero, día de san
Valentín, por fin él se ha dado por vencido. Esta mañana me ha llamado
angustiado, con un nudo en la garganta y me ha dicho que se rendía, que
abandonaba la batalla y que la daba
por perdida. Yo me asusté pensando que haría una locura, pero en seguida
me tranquilizó. Simplemente ya no volvería a malgastar un solo día más pensando
en ella, me dijo, y todo lo que iba a hacer era escribirla una carta breve,
sentida, sin rencores ni victimismos, una carta de despedida deseándole lo
mejor. Pero ¿cómo se despide uno de la mujer de su vida? ¿cómo dices adiós a tu
amor verdadero?, le pregunté yo. Me las apañaré, me contestó, simplemente
tienes que evitar que las lágrimas caigan sobre el teclado del ordenador porque
hacen mayores estropicios que la cocacola, imagínate. Fue todo lo que me dijo.
Yo me compadecí de él. Una víctima del amor siempre
da pena, incluso a veces un poquito de asco, pero esta es la historia más
triste de las que he sido testigo nunca. Lo conozco desde hace mucho tiempo; a
los dos, también la conozco a ella. No me cabe la menor duda de que sigue
enamorado de su mujer, más enamorado que nunca si vamos a eso.
Hace apenas una hora me ha vuelto a llamar.
-Tengo dos grandes dudas –me ha dicho trémulamente.
-Intentaré ayudarte –Le he dicho con voz de abuela. En general soy
comprensivo, más aún con un amigo que sufre, y cuando soy comprensivo se me
pone voz de abuela.
-¿Cómo encabezo la carta? ¿querida, amada, eterna flor de mis días…?
Medité unos instantes antes de contestar.
-Simplemente pon su nombre y a continuación escribe lo que te dicte el
corazón.
-Ahí está la otra duda. No me acuerdo de cómo se llama. ¿me lo puedes
decir, por favor?
Me quedé mudo sin saber qué responder, ¿no se acordaba de su nombre?
-¿Paloma?¿Marta?¿Laura? –mi amigo recitaba nombres al buen tuntún por si
uno repentinamente le sonaba más que los otros- ¡Ya lo tengo, no te preocupes!
Pongo María que es el nombre con el que más probabilidades tengo de acertar,
¿no te parece?
Después escuché cómo colgaba el teléfono. En vano
grité el nombre de su eterna amada; no llegó a escucharme.
pues será triste pero a mí me ha hecho mucha gracia. ¿O es que no es triste?
ResponderEliminarEn efecto, no trata de ser triste. Es una broma simplemente
ResponderEliminarNo acordarse de su nombre fue el mejor indicativo de que ya había pasado página, ¿no?
ResponderEliminarA mí me pasa un poco lo mismo, aunque reconozco que lo mío es más grave. Me presentan a una persona y en menos de dos segundos, y sin que me haga nada, olvido su nombre. Yo creo que ha de ser alguna deficiencia mental que arrastro, porque no acabo de explicármelo.
eso me ocurre también a mí, y es terrible, lo paso fatal porque es síntoma de que la otra persona no te importa demasiado. Yo trao de retener los nombres de las personas que conozco pero ... luego las llamo de otra manera y quedo de pena.
Eliminar