Hasta hace muy poco yo escribía puntualmente por estas fechas un cuento de Navidad movido por un sentimiento difícil de entender, quizá porque es difícil de explicar. Una iniciativa, atribuible a mi colección de contradicciones, que he mantenido durante veintiún años (el primer cuento fue en el año 2.000, fecha imposible de olvidar) de la que no me arrepiento en absoluto, pero que en modo alguno pienso continuar.
Muchas personas escribimos cuentos de navidad en Navidades, como otras asisten a cenas de empresa. Falta reflexión, lo hacemos sin querer, así, sin pensar. Un día nos anuncia el jefe que el 17 es la cena de empresa y ni nos planteamos no ir. Normalmente cuando un amigo nos propone cenar juntos, consultamos la agenda, decimos, "vale pero no sé si podré, se lo diré a Laura..., nos llamamos", o directamente nos inventamos una excusa ... ¿Pero la cena de empresa? A esa acudimos como zombis, sin que medie nuestra voluntad, nos han dicho el 17 y ni miramos si teníamos otro compromiso o es el aniversario de nuestra boda.
Pues lo mismo pasa con los que escribimos cuentos. En cuanto llega la primera semana de diciembre ya estamos dándole vueltas al puto cuento de ese año. En realidad a mí eso me sucedía el mismo día 23 de diciembre, es decir, que siempre me pillaba el toro.
Tengo que decir en honor de la verdad, que ya el año pasado fue un año sin cuento. Lo que más me duele es que nadie lo echó de menos, a pesar de que siempre había alguien que me preguntaba por el cuento, que cuándo pensaba escribirlo, incluso este año. Se ve que lo preguntaban por cortesía, simple educación, pero luego ni se lo leían. Esa es la razón por la que cuando un amigo me propone ir a cenar el 17, busco una excusa, sospecho que es de los que no se leían mi cuento de Navidad.
Lo fácil sería pensar que lo que ocurre es que no me gusta la Navidad, pero eso no es cierto, al menos no es del todo cierto. Por supuesto que hay cosas de la Navidad que detesto profundamente, pero hay otras que me tienen pillado por las pelotas, expresión de indiscutible falta de finura pero de no menos indiscutible precisión en lo que trata de decir.
Es lógico, la Navidad es una parte imborrable en nuestra cultura, y eso atrapa, aunque carecería de importancia si no fuera porque sobre todo es una parte imborrable de nuestra infancia. Una parte en la que éramos felices. De niño no había ni un solo día de las navidades que no fuera de auténtica dicha. Todos tenían algo, en cada momento se producía el chispazo mágico de la felicidad. Aún hoy, que he dejado de escribir cuentos de Navidad, mantengo vivo ese recuerdo general, un aroma inconfundible grabado cuando más profundas quedan las marcas.
De todos mis recuerdos hay un lugar que se mantiene prácticamente tal cual: la Plaza Mayor de Madrid. Todos los años acudo espoleado por la llamada de... yo qué sé, pero el caso es que voy. El resto de sitios de entonces han dejado de existir o siguen existiendo tan cambiados que, como dijo Alfonso Guerra, no los reconocería ni la madre que los parió.
El año pasado no fui por temor a que entre las figuritas de navidad se escondiera el Caganer del maldito virus, y este año me temo que tampoco iré. Pues mira, no me había fijado, pero a lo mejor esa es la razón por la que ya no escribo mi cuento de Navidad, por no ir a la Plaza Mayor.
Cachis.
Mira por dónde, al final lo has escrito...
ResponderEliminarpues sí, pero ha sido sin querer ;-))
EliminarMe pasa lo mismo: tengo un enganche con la Navidad insano para un convencido creyente en el ateísmo.
ResponderEliminarY no sé cómo desengancharme, sigo intentando organizar cenas, comidas, lo que sea, con mi familia. Sobre todo la más cercana.
Tampoco me ayuda nada que NocheVieja coincida con mi onomástica, mi cumpleaños para que tú lo entiendas.
Últimamente ya ni eso, aunque cada vez me parezca más milagroso poder seguir comiendo las uvas sin tener un colapso laringeal.
Algo me sigue atando a la Navidad, aunque no tanto como hace años, una de las tradiciones entrañables, más que el caganer: la lotería
pues lo que te pasa es exactamente lo mismo: la infancia. Si no soportas la tentación de organizar una cena a base de percebes y tonterías de esas y al final sucumbes, puedes llamarme. Iré aunque caiga en 17. Besotes ;-))
ResponderEliminar