Me encanta escuchar conversaciones ajenas. Muchas veces entro en una cafetería exclusivamente porque veo un grupo de personas hablando y un hueco cerca desde donde puedo satisfacer mi condenable manía. Prefiero las parejas a grupos mayores, es una forma de evitar conversaciones sobre fútbol, que me trae sin cuidado lo que se diga.
Tengo que aclarar que muchas veces me he encontrado con parejas que no se dicen nada, y eso para mí tiene el mismo valor que si no pararan de hablar. Mi afán no es el cotilleo sino la observación de las conductas humanas, y no hablarse forma parte del estudio. A veces, me resulta más sencillo sacar conclusiones de los silencios que de la efusividad; soy un experto y sé cómo hacerlo.
El otro día, me aposté (lo que yo hago en las cafeterías, más que ponerme en la barra es apostarme en la barra) muy cerquita de una pareja joven, de esas que aún ignoran qué es el hastío. Hablaban con faltas de ortografía, pero esos errores, imperdonables leyendo, son más llevaderos escuchando, de modo que no me importó y seguí atento a lo que se decían.
Mantenían una conversación de cafetería, muy apropiada para el entorno, pero la cosa fue derivando de lo general a lo particular. Pronto dejaron de hablar de trivialidades y pasaron al terreno personal en el que es imposible moverse sin que aparezcan los reproches. En un momento dado, la chica le dijo: es que tú siempre estás sospechando. El chico se puso a la defensiva, negándolo todo, pero estaba claro que efectivamente siempre estaba sospechando. Estaba claro para mí, que como ya he dicho soy un experto, y estaba claro para la chica que estaba harta de que sospechara de ella.
A los seres humanos lo que más nos gusta hacer es sospechar. Siempre estamos sospechando, pero gracias a esta obsesión, progresamos. La chica no lo sabía, pero es así. Por ejemplo, si Golgi no hubiera sospechado que algo tenía que pasar con las proteínas y los lípidos dentro de las células, no sabríamos dónde se produce la síntesis de polisacáridos de la matriz extracelular, cuya importancia doy por descontado que no es necesario explicar.
Hemos llegado a la Luna y más allá, traspasado los límites de nuestro sistema solar, gracias a las sospechas sucesivas que Newton, Kepler..., Braun y otros inminentes científicos y matemáticos tuvieron en un momento de sus vidas sobre el comportamiento del mundo que los rodeaba. Queda claro que las sospechas conducen al progreso, no es necesario buscar más ejemplos.
Pero sí, qué caramba, sigamos con ejemplos: el genetista y biólogo John Burdon Sanderson Haldane, dijo y luego lo escribió, porque si no, no sabríamos que lo había dicho: Mi sospecha es que el universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, sino más extraño de lo que podemos suponer.
Esta frase me encanta porque topológicamente es como la botella de Klein, se contiene en sí misma, y aunque vista de lejos parece normal, si te acercas te das cuenta de que se trata de una superficie no orientada abierta cuya característica de Euler es igual a cero, es decir que no tiene ni interior ni exterior. El ejemplo más recurrido de este tipo de superficies es la cinta de Moebius, éste de la botella es para nota.
Pero volvamos a la pareja con problemas que tenía delante de mí mientras pedía mi cuarto tortel para disimular. ¿Qué sucede cuando las sospechas aparecen dentro del ámbito de la pareja? Pues en general acaban destruyéndola, lo cual no contradice sino refuerza mi tesis: las sospechas conducen al progreso. En este caso por oposición, prescindiendo del que sospecha. Si esa chica quisiera progresar tendría que deshacerse cuanto antes del sospechador.
Antes de que pudiera pedir mi quinto tortel ya habían hecho las paces y los arrumacos sucedieron a los reproches. Esa pareja jamás iba a progresar, pensé; pagué y me fui con el estómago lleno de cabello de ángel,... con lo poco que me gusta.
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