Todas las noches me acuesto con el pesar de no haber
hecho durante el día una cosa que tengo pendiente desde hace seis años (todas
las noches desde hace seis años, se entiende). Después, ese pesar se convierte
en discreto insomnio que me dura desde las tres de la madrugada hasta las tres
y media, para recordarme que debo hacerlo al día siguiente; me prometo a mí
mismo que me pondré a ello nada más despertarme, y en cuanto abro los ojos, ya
ni me acuerdo, de modo que pasa otro día sin hacer lo que tengo que hacer, desde hace seis años, para mi
vergüenza. La jornada transcurre sin que en ningún momento se me pase por la
cabeza dedicar mi tiempo a esa vieja tarea pero por la noche, cuando me
acuesto, después de leer un buen rato y apagar la luz, la oscuridad me trae de nuevo el recuerdo del deber
y se repite el ciclo. Así, durante seis años.
Una tortura que no me deja otra opción que reconocer
que sólo soy responsable y consciente de mis obligaciones en dos momentos del
día, antes de dormirme, de doce a doce y media de la noche, y luego de tres a
tres y media de la madrugada. En total, una hora al día, ese es el tiempo en
que me preocupo por mis cosas. Durante las otras 23 horas, se puede decir que
soy un pasota redomado.
Pero esto se va a acabar, mañana sin falta me encargo
de mi tarea pendiente porque he observado que los remordimientos de conciencia
me están destruyendo sin que yo me de cuenta, a la chita callando. Es que mi
conciencia no está en mi consciente, dónde me daría cuenta de todo lo que me
dicta, sino en mi inconsciente, lugar al que no tengo acceso directo, tan solo
a través del psicoanálisis. Pero que no me de cuenta inmediatamente de lo que
ahí se cuece no significa que no sufra los efectos de sus sanciones. Y son terribles. Por ejemplo, ahora me
siento perseguido por metáforas. Me acosan.
Mi subconsciente, que me conoce
bastante bien, es consciente de cómo actuar para que sus mensajes me lleguen
netamente, sabe que con las metáforas no falla porque soy especialmente
sensible a sus significados, a veces nada evidentes, de modo que me bombardea
con unas cuantas. Hoy, por ejemplo, antes de comer he recibido el impacto de
dos metáforas seguidas que me han conmocionado, y de la misma forma que cuando alguien
ha tenido un cólico nefrítico, barrunta cuando se va a producir el siguiente,
ahora me temo que antes de que den las ocho de la tarde, recibiré otro
metaforazo en pleno rostro. Así, plas. Por eso, prometo solemnemente, me
prometo a mí mismo, que de mañana no pasa (ahora ya es un poco tarde para
ponerme a hacer nada).
Sí, mañana dedicaré el día entero a hacer lo que
tenía que haber hecho hace seis años. A ver si me acuerdo de qué se trataba.
buf, espero que salgas con bien de entregarte a las metafísicas manos de tu inconsciente...;-)) En mi siguiente artiblog comento los "metaforados" que he recibido. Un ataque despiadado, te adelanto. Abrazo.
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