Mi amigo Vicente padece una extraña alergia (todas
las alergias son extrañas) a los crustáceos, pero solo a la parte de fuera; es
decir, no los puede tocar porque se le ponen inmediatamente los dedos de color
azul y al doble de su tamaño normal, pero sí se los puede comer sin que le pase
nada de nada. Naturalmente, necesita un voluntario que los pele por él. Hace
bastante tiempo que no veo a Vicente, pero antes, cuando íbamos a comer juntos,
el muy cabrito siempre se pedía gambas. Cuando tenía el plato delante, alzaba
las manos en claro gesto de impotencia, me miraba como un perro pachón y a
continuación yo le pelaba las gambas que él esperaba con la boca abierta. La
escena resultaba bastante confusa y creo que se prestaba a todo tipo de
interpretaciones.
Me he acordado de Vicente porque la semana pasada me
encontré con un amigo al que no veía desde hace mucho tiempo, y después de
ponernos al día, se despidió de mí pidiéndome un extraño favor... parecido al
de pelar gambas.
Me contó que era escritor, lo cual no me extrañó en
absoluto pues siempre había dado muestras de una extraña variedad de
desequilibrio mental. Me dijo que llevaba escritas más de veinte novelas, y una
cantidad incalculable de artículos y cuentos. Esto último lo dijo según juntaba
las puntas de los dedos y los separaba repetidamente para dejar claro, también
por señas, que la gran abundancia de artículos y cuentos escritos era
inabarcable. Yo, por agradarle, lo felicité, pues era obvio que eso era
exactamente lo que esperaba. Recibió la felicitación con orgullo, aunque yo
creo que esperaba algo más de admiración en mis palabras y aproveché para
decirle que yo también había escrito seis novelas y algunos cientos de
artículos y cuentos. Su reacción tuvo dos fases: primero me miró como si le
acabara de robar la cartera, había algo que le molestaba en el hecho de que yo
también me declarara escritor, y luego esa desconfianza fue sustituida por una
expresión difícil de interpretar. Sus ojos brillaron como los de un cuervo ante
un collar de esmeraldas. Se aclaró la voz y me preguntó si tenía blog.
-Naturalmente –respondí.
-Naturalmente, no, hay gente que no puede tener un blog.
-¿En serio? ¿Y qué razón hay para que alguien que lo desee no pueda
tener un maldito blog?
Mi amigo se revolvió incómodo pero dispuesto a
confesar los arcanos secretos de la incapacidad bloguera.
-Alergia –dijo con timidez-. Alergia a los blogs, los malditos blogs
como tú dices.
Mi expresión de incredulidad lo estimuló para documentarme
sobre la extraña alergia con más datos.
-Muchas personas se ponen enfermas en cuanto tocan un blog, de modo que
no solo corren peligro leyendo los ajenos, sino que tampoco pueden tener uno
propio. Un calvario.
-¡Menuda estupidez! –respondí de
inmediato.
Mi amigo bajó la cabeza algo avergonzado, y casi en
un susurro me confesó que él padecía esa alergia cuya existencia yo ponía en
duda. Finalmente, y después de enumerarme los terribles padecimientos que
afligían a los que ponían sus manos en un blog siendo alérgicos a ellos, se atrevió a
hacerme la pregunta que yo ya me estaba viendo venir.
-¿Te importa publicar en tu blog un artículo mío?
-¿Cómo es de largo? –le pregunté solidario con su terrible
desgracia, dando por hecho que sí lo haría.
Mi amigo me abrazó agradecido de que le hiciera tan magnífico favor y cuando ya nos
despedíamos, me detuvo unos segundos más.
-Por cierto –me dijo-,
jamás me han publicado ninguna de mis veinte novelas.
Mi cara de sorpresa exigía explicaciones.
-Verás, es que también tengo alergia a las editoriales, ¿te importa si
me las publicas tú con tu nombre?
Yo lo miré compasivamente y sin pensármelo dos veces
le prometí que haría todo lo que estuviera en mi mano.
Nada más llegar a casa llamé al editor de tres de mis
seis novelas y me dijo que se lo pensaría, que de momento le mandara el
manuscrito.
En esas estamos ahora, como siempre, esperando el
juicio inapelable de un editor. Yo con la misma impaciencia como si la novela
fuera mía. Vaya vida más rara, de verdad.
Nota: el presente artículo es uno de los que me ha dado mi amigo con
alergia a los blogs para que se lo publique; en absoluto he intervenido yo
salvo para incluir esta nota aclaratoria. Cuando sepa algo de la primera de sus
veinte novelas os lo diré aquí. Supongo que me pasará un artículo comunicando su
aparición en las librerías.
Eso de no pagar está muy de moda, y últimamente, además de no pagar, exigir, también se está imponiendo.
ResponderEliminarLa analogía que has encontrado con escribir sobre música, me recuerda que de vez en cuando traduzco textos del inglés para una revista especializada en estampaciones y grabados. Queda confirmado que soy un onanista. ;-))