Interior de la estación de Toledo
Toledo tiene, desde el año 1919, una preciosa
estación de ferrocarril de estilo neomudéjar sorprendente, íntima y acogedora,
que nos anuncia cómo es la ciudad a la que acabamos de llegar. Soy consciente
de que dicho así resulta muy cursi, pero no tengo ganas de darle más vueltas al
asunto y así se queda.
Si luego preguntamos a cualquiera que nos encontremos
en la Plaza de Zocodover o en la Puerta de Bisagra, donde se encuentra la
estación, casi seguro que no tiene ni la menor idea. Esto se debe a que muy
probablemente a quién hemos preguntado no es de Toledo. Nos ocurriría lo mismo
si le preguntáramos dónde está la catedral: giraría sobre sí mismo para
orientarse y luego consultaría su mapa. En Toledo podemos encontrar ciudadanos
de cualquier lugar del mundo y excepcionalmente algún toledano.
He empezado con Toledo porque quiero hablar de la
isla Tristán de Acuña.
Viajar se ha convertido en un movimiento de masas que
en gran parte elimina el placer de descubrir y explorar tierras desconocidas.
Hoy día cualquier sitio al que vayamos está lleno de gente que ha tenido la
misma idea que nosotros. Desde que surgió, a finales del siglo XVII, el llamado
Grand Tour, precedente del turismo,
las cosas se han ido sucediendo de tal manera que hoy podemos asegurar sin
riesgos a equivocarnos que se nos han ido de madre.
El Grand Tour,
que aparece por primera vez mencionado de esta manera en El voyage d’italie, escrito en 1670, era un recorrido por Europa
que los jóvenes aristócratas, sobre todo los jóvenes aristócratas británicos,
realizaban como parte de su formación. Muchos acababan escribiendo su
experiencia dando lugar al libro de viajes, y también a las primeras guías
turísticas. Esta costumbre de viajar se popularizó con la llegada del
ferrocarril en el S.XIX, y ha seguido extendiéndose hasta alcanzar todos los
estratos sociales y todos los lugares habitados. Hoy día todo el mundo conoce
las ofertas de los vuelos low cost,
los pisos turísticos, tan de actualidad estos días, y la variedad de novedosas
formas que ofrece Internet para que viajar no resulte un privilegio.
Está bien porque a todos nos gusta viajar pero no
está bien porque entonces todos viajamos, y los sitios se ponen imposibles. A
veces, incluso, los habitantes de los destinos turísticos tienen que tomar
iniciativas para defenderse de la invasión de visitantes que en nada recuerdan
a los primeros viajeros del Grand Tour, que querían empaparse de la cultura
clásica visitando la Italia del renacimiento. Ahora buscan empaparse de cerveza
en la plaza del pueblo.
Descartando lugares inhabitables, he buscado el lugar
menos visitado, y naturalmente se trata de una isla, realmente un pequeño
archipiélago británico, situado en el Atlántico Sur. Se llama Tristán de Acuña,
y tiene una población total de 270
personas concentradas en la única localidad poblada que se llama
Edimburgo, en honor del Príncipe Alfredo, hijo de la reina Victoria y duque de
Edimburgo, que la visitó, no se sabe con qué fin, en 1867. Se dedican
principalmente a la agricultura, y digo yo, que también tendrán cabras o vacas,
aunque este extremo no lo he podido comprobar, es pura intuición. Yo desde
luego, si viviera allí tendría al menos alguna gallina.
Sus vecinos más próximos están a 2.000 kilómetros. Se
trata de la Isla de Santa Elena, donde murió desterrado Napoleón, que lo
mandaron allí por su lejanía e inaccesibilidad. Precisamente el archipiélago
Tristán de Acuña fue anexionado por el Reino Unido en 1816 para evitar la
tentación a los franceses de utilizarlo como base para rescatar a Napoléon, que
vivió allí sus últimos seis años. No olvidemos que a Napoleón lo desterraron
los británicos después de zurrarle la badana en Waterloo, y se lo llevaron a
Santa Elena, un peñasco bastante desagradable, azotado por vientos impetuosos,
lluvias inclementes, y si no, un sol que caía como plomo derretido, para ver si
así se le quitaba la manía de invadir a los demás.
En realidad, nadie habría oído hablar de la isla de
Santa Elena, si no llega a ser por este hecho histórico.
Pero volvamos a Tristán de Acuña. Después de la
insalubre Santa Elena, las costas más cercanas, las de Suráfrica, están a 2.400
kilómetros; por el otro lado, está Sudamérica a unos 3.600 kilómetros.
Pero algo grande debe tener esta pequeña, aislada e
inaccesible isla de Tristán de Acuña, porque en el año 1961, la totalidad de su
población fue evacuada al Reino Unido por la erupción inminente del volcán Pico
de la Reina María, y a los pocos años, la casi totalidad de sus habitantes
regresaron a sus casas. Y allí siguen desde entonces.
Como dato llamativo de la isla, cabe destacar el
aspecto de los pingüinos que la habitan. Parecen pingüinos antisistema y
probablemente lo sean. Habrá que ir, de manera ordenada, a comprobarlo.
Si después de publicar este artiblog, la isla se ve
invadida por hordas de turistas, me sentiré responsable de haber destruido uno
de los pocos lugares respetados por el ansia turística, aunque el peso de la
culpa quedará mitigado por la satisfacción de ver la difusión y aceptación de
La Tertulia Perezosa.
A ver qué pasa.
Puestos a buscar un lugar alejado del turismo, ¿qué me dices de Albacete?
ResponderEliminarAlbacete puede valer también, si. Aún están esperando al turista número diez con un ramo de flores. (Salvo Riopar mencionado por Joaquín).
EliminarGracias Joaquín por tu comentario tan interesante. No tenía ni la menor idea de esos pájaros que chupan la sangre de los pingüinos, si llego a estar al tanto lo hubiera incluido como dato más que curioso.
ResponderEliminarTe deseo que tu cuarto siga siendo tu paraíso perdido e inexplorado, tienes suerte. Envidiable, sí.