Por motivos que no vienen al caso, se ha suspendido
un programa de radio en el que yo era uno de los participantes, que iba a
tratar sobre la palabra; más bien, sobre hablar, que viene a ser lo mismo, pero
no del todo. Para la ocasión yo había preparado unas oportunas intervenciones
que ya no son necesarias, y también había escrito un cuento para leerlo al
final del programa, que aunque tampoco es necesario, al menos lo puedo aprovechar
para ponerlo en mi blog. A fin de cuentas, se llama La tertulia perezosa. Es decir, que algo sí tiene que ver con
hablar.
Pues ahí va, espero que os guste:
Hace mucho tiempo, o quizá no tanto, un inquieto personaje decidió recorrer el mundo con el afán de conocer todos los países que fuera
capaz. Su ansia por visitar lugares nuevos era ilimitada y estaba decidido a
pasar su vida entera en un permanente viaje. No tenía fortuna, de modo que para
costear todos los gastos de su trashumancia, que no son pocos, debía ofrecer algo a cambio de transporte, alojamiento y comida.
Así, cuando se encontraba con un caravanero, le
decía:
-Si me llevas a la siguiente ciudad, te cuento una historia. Si no es de
tu agrado me puedes dejar abandonado en mitad del desierto, pero si te
interesa, deberás cumplir con tu parte del trato.
El caravanero, que estaba harto de la monotonía de
los viajes, siempre el mismo recorrido, y de escuchar solo a las bestias
protestar cuando estaban cansadas o tenían hambre, aceptó con agrado la
propuesta. “no pierdo nada con intentarlo” se dijo a sí mismo mientras le hacía
un sitio a su lado.
La historia que el viajero contaba siempre satisfacía
plenamente a los caravaneros que se iba encontrando. A final del recorrido se
despedían de él, deseándole suerte en su siguiente etapa.
Una vez que el viajero se encontraba en una nueva
ciudad, acudía a una posada y le ofrecía el mismo trato al posadero:
-Si me das alojamiento, a cambio te cuento una historia. Si no es de tu
agrado, me iré inmediatamente a dormir con los perros a la intemperie.
El ventero, que normalmente no hablaba con nadie y
nadie le contaba nada, también
aceptaba el trato con el mismo argumento. “Total, no pierdo nada con
escucharlo” se decía, y a continuación le preparaba un catre donde descansar,
aunque fuera en los corrales.
La historia contada, también era indefectiblemente
del agrado del dueño de la posada, que encantado le permitía pasar el tiempo
que quisiera en su casa, siempre que le siguiera contando historias.
Cuando las punzadas del hambre avisaban al
trotamundos de que ya era hora de reponer energías con una buena pitanza, se
acercaba a una taberna y repetía su propuesta de trueque:
-Dame un plato de comida y una jarra de vino y yo te contaré una
historia. Si no te agrada, me quedaré fregando cacerolas y platos hasta que
pague tres veces el valor de lo consumido.
El tabernero que solo hablaba con borrachos a los que
apenas llegaba a entender sus disparatados balbuceos o sus inoportunos gritos,
accedía diciéndose: “¿Qué pierdo con escucharlo?” Luego le llenaba una
escudilla con el guiso que tuviera en los fogones. A los postres, una vez más,
el viajero sonreía complacido al observar que su historia había sido del agrado
de quién le escuchaba.
Este cuento, el cuento del viajero insaciable,
demuestra tres cosas: primero: siempre hay alguien dispuesto a escucharte, segundo: hablando se puede llegar al
fin del mundo y por último: si te lo propones, puedes vivir del cuento.
Bendita sea la palabra, amigos, que tantas cosas
consigue.
ENTRA Y SALE SINTONÍA
genial, y ni una palabra más. Gracias
ResponderEliminargracias a ti-
ResponderEliminarMuchas gracias Joaquín (un pelín tarde, las doy, por cierto)
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