Hace un calor de mil pares de demonios y eso me
recuerda que estamos en el mes de julio. No es broma, se me ha echado el verano
encima, de repente me encuentro con que la mitad del año ya ha pasado. Cuando
llegue Navidad diré que parece mentira lo rápido que ha llegado el invierno, y
es que cada vez pasan más rápidamente los años, maldita sea.
Azorín era un escritor angustiado, mejor dicho,
obsesionado (la obsesión es la fase previa a la angustia), con el paso del
tiempo, por la fugacidad de la vida. A él se le notaba en sus novelas y a mí,
como todo funciona a escala, se me puede notar en un par de microrrelatos. Uno de ellos se llevó un premio, exactamente el
segundo.
TMPO
Fue casi instantáneo. Repentinamente el tiempo se
comprimió. Los años se quedaron reducidos a meses y los meses pasaron a ocupar
menos de una semana. Las horas se aplastaron reduciéndose a segundos y los
segundos dejaron de existir.
Fue un accidente. Una vez más por exceso de velocidad.
Últimamente el tiempo iba tan rápido que chocó, sin poder evitarlo, contra un
agujero negro y se quedó tan chafado como una lata de cerveza.
El espacio sonrió malévolamente al ver a su gran
rival, el tiempo, detenido, fuera de combate, probablemente para
siempre.
Más adelante o quizá en ese mismo momento, ya no
tenía sentido hablar de cuándo, lo echó muchísimo de menos.
AÑO MENGUANTE
Román esperaba todos los
años la llegada de la primavera con verdadero entusiasmo. No era algo nuevo,
aparecido con la edad, sino que le había pasado siempre, desde que era niño.
Quizá por eso lo sintió tanto cuando un año ocurrió algo insólito: no hubo
primavera. No es que se alargara el invierno, o entrara antes el verano;
sencillamente ese año tuvo sólo nueve meses y justo los tres que faltaron eran
los correspondientes a la primavera. Lo curioso del fenómeno es que así volvió
a suceder al siguiente año y al siguiente, de modo que a partir de entonces los
años se sucedían sin primavera. Román, entonces, empezó a disfrutar con mayor
entusiasmo del verano y ya estaba prácticamente acostumbrado a tener sólo tres
estaciones, cuando llegó un momento en que tampoco hubo verano. Pasó lo mismo
que cuando desapareció la primavera, no quedó ni rastro. Sólo seis meses y ya estaban celebrando la llegada del
siguiente año, que como era de prever, también pasó directamente del invierno
al otoño. Y pasaron muchos años que eran medios años cuando finalmente sucedió
algo que ya estaba esperando Román: años de tres meses. Sólo invierno,
invierno, invierno,… hasta que llegó un día, bastante frío, claro, en que
también desapareció el invierno, con lo que a Román no le quedó otra salida que
morirse. Y así vive desde entonces, completamente muerto, pasando años que no
existen.
Me gusta mucho el relato de Román, pero no hay que ponerse triste por él, los años se fueron haciendo cada vez más cortos (y más fríos) pero los vivió, intuyo, con placer. Para algunos los años pasan sin existir, y eso que están vivos.
ResponderEliminarcierto, mejor el caso de Román sin ninguna duda. ¡Ha tenido años completos!
EliminarMuy chulos los dos relatos. Quizá cueste un poco más empatizar con el primero, por eso de que los protagonistas son etéreos y difíciles de situar en la imaginación. Casi me ha recordado a una fórmula matemática perdiendo a uno de sus componentes. Por cierto, al final de la introducción, no me ha quedado claro si fue el segundo relato el que se llevó el premio, o si uno de ellos se llevó un segundo puesto clasificatorio, o si el premio que te dieron consistía en un segundo temporal.
ResponderEliminarjajaj, sí le dieron una fracción de minuto, ya que se trataba de un microrrelato.
EliminarChapeau, sobre todo por el segundo. Bonita metáfora de lo que significa el momento de morir.
ResponderEliminargracias, me alegro de que te haya gustado
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