Éste no es un blog político (en realidad no es un
blog de nada en concreto) y cada vez que hago un comentario metiéndome en ese
terreno (lodazal, más bien), luego me arrepiento de haberlo hecho. El
arrepentimiento es bueno, pues es fruto de la reflexión, evidencia signos de
humildad y purifica el alma, de modo que no veo ningún motivo para no seguir haciendo
comentarios que luego me permitan arrepentirme y por tanto mejorar mi calidad
humana.
Pero vamos a ver, ¿qué tiene que hacer el PP para que
sus votantes dejen de votarlo cada vez que se presenta una ocasión? Creo que
Mariano Rajoy, Camps, Rita Barberá, Bárcenas, Soria, Jorge Fernández Díaz,
Rato, Granados y un largo etcétera han probado con incuestionable éxito todo lo
que está a su alcance para producir decepción y desencanto y sin embargo lejos
de crear la desilusión y natural rechazo que cabe esperar de sus
comportamientos, cada vez enfervorizan más a sus votantes. Me refiero a los que fueron a la calle Génova a saltar de alegría ante el incuestionable triunfo de su partido; ayer sacaron 14
escaños más que en diciembre. Esto me recuerda a un combate de boxeo en que uno
de los rivales estaba dando una soberana paliza al otro y en uno de los
descansos, el púgil que no paraba de recibir terribles guantazos le pregunta a
su entrenador, “¿Cómo voy?” y el entrenador le dice “mira, si lo que quieres es
empatar tendrías que matarlo”. Pues esta es la imagen que se me representa
cuando contemplo el desigual trato que hay entre el PP y los millones de
personas que lo votan; no paran de recibir porrazos y ahí tienes a sus hinchas más fieles en la calle Génova, gritando
¡Presidente, presidente! a un señor que no ha hecho absolutamente nada para
ganarse la simpatía, y mucho menos el afecto de tantos militantes entusiasmados
por el triunfo.
Ayer, viendo la calle Génova y el jolgorio montado
en torno al líder del PP, sentía vergüenza ajena, vergüenza por los asistentes y
por el balbuceante héroe que no dijo nada más que tonterías. Como siempre.
Al menos, sus simpatizantes deberían quedarse en sus
casas, contentos de que haya ganado su elección, sí, pero callados, en triste silencio lamentando no poder estar
locos de alegría porque de verdad que no es para estarlo.
Ya lo veréis.
En fin, supongo que tiene que haber de todo y es
imposible evitar que de repente una calle de Madrid se llene de borregos.
Ya está, ya lo he dicho. A ver cuando me arrepiento,
aunque esta vez no sé yo.
no defraudas. Muy bueno
ResponderEliminargracias anónimo.
EliminarPara ser justos, los que se reunieron frente a la sede del PP eran una minoría de votantes, los hooligans. Las encuestas, todas, daban muchos menos votos y apoyos al PP. ¿Por qué? Porque la gente, al contestar al encuestador, mentía. ¿Y por qué mentía? Porque le daba vergüenza confesar que iba a votar a esa panda de corruptos. Creo que mucha gente votó tapándose la nariz.
ResponderEliminarOtra cosa es que el PP siga teniendo un apoyo masivo después de todos los escándalos que ha protagonizado, después de tanta corrupción, tantos recortes, tanto juego sucio, y tan poca sensibilidad social. La inmensa mayoría de los votantes del PP no fueron a celebrar la victoria a la sede. Pero sí, no son muy avispados.
creí que quedaba claro que me refería solo a los que fueron a la calle Génova a botar y a volverse locos de alegría, excluyendo a todos los demás que se quedaron en sus casas, supongo que con ciertas náuseas por haber votado a MR.
EliminarPor si acaso, he matizado algunos puntos del texto pues no era mi intención ni mucho menos generalizar. Espero que ya no haya dudas.
Ja, ja, ja, vaya berrinche te has pillado. Sí, a mí también me dejó anonadado el discursito que se marcó Rajoy. Hasta un niño de diez años hubiera soltado palabras con algo más de sustancia. Incluso las televisiones, muy dadas ellas a salpicar esta clase de comparecencias colocando subtítulos con las frases más significativas del orador, se quedaron heladas ante su nula coherencia.
ResponderEliminarPor otra parte, no es de extrañar que sus más acérrimos seguidores lo celebraran de esa forma. Seguramente muchos de ellos se llevaron una enorme alegría al constatar que podrán seguir chupando del bote. Además, piensa que en España la mayoría de votantes pertenece (y eso que "pertenecer", con el grado de abnegación que conlleva, ya da un poco de grima) a algún partido. Es decir, se apoya a una formación y se le vota con la misma devoción que se emplea para seguir a un equipo de fútbol. O sea, de forma pasional y muy poco racional.
Imagina, por poner un ejemplo, que el club de tu vida gana la Champions por 4 - 3. El equipo contrario le ha dado un baño y tu equipo no ha jugado un pimiento. Pero habéis (y recalco "habéis" para que veas el enfermizo grado de implicación que existe al hablar de fútbol. Vamos, como si tú hubieras jugado el partido...) marcado un gol con la mano, otro en clarísimo fuera de juego y otro más de penalti inexistente. Y el último, encima, en el minuto 95 y con el portero adversario tirado en el suelo y lesionado. ¿Saldrías a celebrar la victoria?
en efecto, se trata de poner pasión en la victoria, pero tanta pasión nubla la mente y si te quedas sin mente ¿en qué te conviertes? Pues eso.
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