El presente artiblog trata de una experiencia
personal, prescindible, sin ningún interés ni gracia, en absoluto recomendable
y por supuesto muy superficial, pero es lo que hay. Si lo he escrito se debe
exclusivamente a la vagancia que me caracteriza, pues si no lo estuviera
escribiendo, tendría que estar haciendo otras cosas más importantes, de esas
que sí cuestan esfuerzo, pero es que cuando la temperatura sobrepasa cierto
límite me veo incapaz.
He de confesar que yo en mi casa no paso calor, pero
vengo de fuera y traigo la inapetencia y la singana que me da cuando me meten
en un horno de fabricar cemento, que es así como me siento. Además, a mí el
calor excesivo me produce terribles migrañas; se ve que se me dilatan los sesos
y como mi cráneo carece de junta de dilatación, se apelotonan de alguna manera
insana oprimiendo algo que no debería oprimirse, probablemente un nervio que siempre
es lo que más duele, con la consecuencia del confesado dolor de cabeza. En los
casos extremos, el cerebro me rezuma por las orejas, como melaza. Por cierto,
¿alguien ha visto alguna vez en su vida melaza? Yo he de confesar que con la
melaza me pasa lo mismo que con la mirra, que he oído hablar muchísimo de ella, pero
no sé ni cómo es.
Las olas de calor producen en las ciudades efectos
colectivos y muchos se ven afectados sin saber qué les pasa. Yo por ejemplo: he
escrito la anterior frase sin pensarla demasiado y sé que no suena del todo bien,
pero me da igual, así se va a quedar. Si no fuera un afectado, la cambiaría por
otra que me gustara más.
Otro ejemplo clarísimo son las broncas entre parejas,
que se hacen más frecuentes. Se pegan, claro. El anterior chiste, malísimo, es
otra prueba fehaciente de lo que digo.
Entre las diez máquinas de tortura más dolorosas de
la historia de la humanidad figura el toro de Faralis, que consiste en meter a
un paisano dentro de un toro de bronce (hueco, claro, a ver si no cómo lo metemos
dentro). A continuación se hace una hoguera debajo del toro y el sujeto que
está en su interior se va haciendo poco a poco. Sus alaridos salen por unos
orificios situados en el morro, de modo que parece que sea el propio toro de
bronce el que muge de agonía. Una risa, por lo visto.
Prefiero mi horno de cemento, que es el punto al que
quería llegar, pero es que con este calor, me he liado.
Que sea leve.
Me estoy descuajeringando (o desencuadernando)
ResponderEliminar¿De calor? No, de risa. Jaaaaaaaaaaaaaaaaa!!
te puedes descuajaringar de risa y desencuadernar de calor, así te quedas repartido, en el sentido literal ;.))))
EliminarCon la melaza y la mirra sucede lo mismo que con los arándanos: que nadie los ha visto. Y eso que en todas las series, películas y libros americanos no dejan de preparar tarta de arándanos, pero para mí que no existen. Sospecho que se lo inventaron para no mencionar a las ciruelas, nísperos o melocotones. No sabes lo que llegan a cobrar por derechos de autor esas dichosas frutas.
ResponderEliminarQué potra, quien fuera fruta.
EliminarYo no solo he visto arándanos, sino que los he comprado y comido. Existen, doy fe. En cuanto a la melaza y la mirra, sólo son leyendas.
ResponderEliminarlos arándanos son esas bolitas moradas, del tamaño de un arándano, ¿no? Yo también los conozco, lo que ya tengo mis dudas es con las grosellas. ¿Existen las grosellas? ¿no estará confundiendo Mazcota los arándanos con las grosellas? Mmmm, espinoso asunto.
EliminarExacto, las bolitas moradas. Para tu sorpresa, también he visto, comprado y deglutido grosellas. Existen, pero son una mierda, así que como si no existieran.
ResponderEliminar¿Grosellas una mierda? pues eso es la caída de un mito, ya ves.
EliminarNo, no, yo hablaba de los arándanos que, al igual que los unicornios, sólo los he visto por internet. Y ahora espero que César no diga que también se ha comido un unicornio, porque a mi prima de doce años le puede dar un síncope.
ResponderEliminarSí, mejor no se lo digas, porque lo más probable es que se haya zampado alguno (¿tienen panceta los unicornios?)
EliminarAh, el solomillo de unicornio... Exquisito.
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