Con este relato inauguro una serie que lleva el
título de:
VIDAS BREVES PERO EJEMPLARES (O VICEVERSA)
Damián era, mejor dicho, había sido, profesor de filosofía en un
instituto pequeño de una ciudad pequeña al que asistían embriones de grandes
fracasados. Ninguno de sus alumnos se tomó jamás en serio el estudio, ni de la
filosofía ni de ninguna otra asignatura y Damián se sentía responsable de esa
falta de interés, pues precisamente, su obligación era transmitir el amor por
el saber, al menos eso era lo que significaba filosofía.
Un día decidió revisar qué es lo que estaba haciendo mal, con el fin de
corregirlo, y empezó por uno de los principios que él enseñaba: conócete a ti mismo.
Bien, pensó, me voy a conocer.
En general todos queremos ocultar nuestros defectos a los demás y que
solo se vean nuestras virtudes, y para conseguirlo, mejor empezar por
engañarnos a nosotros mismos. Cualquier experto en marketing sabe que la mejor
manera de vender las cualidades de un producto es creyéndotelas, por eso un
alto ejecutivo de la Cocacola fue despedido de forma fulminante cuando le
descubrieron bebiendo una Pepsi. Otro caso en el que el exceso de sinceridad se
paga muy caro.
¿Y cómo se descubre la verdadera naturaleza de cada uno? Pensó Damián.
Pues haciendo un viaje interior, una visión introspectiva, hay que mirar hacia dentro de cada uno de nosotros. Así empezó Damián. Se sentó, cerró los
ojos y empezó a mirar su interior. Sin darse cuenta sus globos oculares giraron
bruscamente 180 grados y solo vieron nervios, masa encefálica y vasos de
sangre. Desde fuera, se podía contemplar un rostro que en lugar de ojos
mostraba dos bolas sanguinolentas. Luego, esos ojos querían llegar más
profundo, tocar su corazón, y empezó un viaje agotador hacía adentro. De
repente la cabeza desapareció entre los hombros en medio de un espantoso crujir
de huesos y cartílagos. Damían continúo absorbiéndose a si mismo en su viaje
introspectivo y según avanzaba, sonaba como si con la mano revolviéramos un
cubo lleno de vísceras. Al cabo de cinco minutos, todo él se había dado la
vuelta como un guante mostrando al exterior todo lo que hasta entonces había
sido la parte interna de su cuerpo. En particular, resultaba muy desagradable
ver los dos riñones que palpitaban descompasadamente hasta que uno de ellos se
partió poniendo todo perdido de orín. Una oleada nauseabunda llenó todo el
espacio que rodeaba el cuerpo inverso de Damián.
Lo peor de todo, es que no llegó a ver nada, ni a conocerse a sí mismo
ni a descubrir qué es lo que había hecho mal. Como consecuencia sus alumnos
siguieron sin mostrar interés alguno por nada.
Puede que no me creas (yo no lo haría), pero a mí me sucedió una cosa parecida. Al igual que Damián, intenté ver lo que se escondía en mi interior. Pero cuando ya estaba a la altura del esternón ocurrió algo que me dejó aterrado. De entre los dos pulmones, y apartando con la nariz al corazón, salió a mi encuentro un tipo muy feo que no había visto nunca. Me barró el paso y, muy malhumorado, me dijo <<¿Dónde crees que vas?>>. Como podrás imaginar, me llevé un susto de muerte que me hizo recular de inmediato; a tanta velocidad que al sacar la cabeza hice el mismo sonido que una botella de cava al descorcharse. Desde entonces no he querido saber qué es lo que llevo dentro. Y si alguna vez se me ocurre volver a mirar en mi interior, espero al menos poder acabar como Damián.
ResponderEliminarja ja ja ja, espero que ese tipo no te produzca ninguna incomodidad (flatulencias, dolor de riñones, espasmos gástricos...), pero sobre todo que no tengan que operarte, si no, el susto que se iba a dar el cirujano acabaría con él, y como consecuencia tú irías detrás.
EliminarEsto del cirujano con infarto por culpa del hombrecillo interior es una idea genial para otro cuento. Deberías desarrollarlo.
ResponderEliminarEs verdad Molina de Tirso, fíjate, las ideas aparecen detrás de los muebles, solo hay que estar atentos. En una agencia de publicidad en la que trabajé teníamos un juego que consistía en imaginar qué cosas podía haber en alguna parte oculta de algo que tuviéramos delante, por ejemplo, en el techo de un armario, luego, el otro participante tenía que desarrollar una historia a partir de lo que había "encontrado" su compañero de juego. Surgían cosas espeluznantes, claro que todos íbamos a eso, pero era muy divertido.
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