jueves, 5 de junio de 2014

Gin&tonic








Me acuerdo de cuando yo bebía gin-tonic. En realidad yo bebía casi todo, pero más que nada gin-tonic, y he de decir que dejé de beberlo porque llegó un momento en que me cansé de repetir siempre mis exigencias, que casi nunca eran atendidas, y siempre me miraban como a un bicho raro al solicitarlas. En aquella época gloriosa era una lucha perdida cualquier intento de disfrutar de ese combinado mágico. Supongo que también sucedería algo parecido con su hermano de taberna, el cuba libre, pero dado que en mi vida lo he probado, me trae sin cuidado lo que hicieran con él.
Me cabe el honor de ser de las primeras personas en exigir que me sirvieran el gin-tonic en una copa, no en esos ridículos vasos de tubo diseñados para no se qué, pero desde luego, no para beber un combinado. Primero, porque no cabe en sus proporciones canónicas (siempre quedaba la mitad de la tónica dentro de su botella), luego porque es tan estrecho que la nariz está excluida en un momento tan sumamente delicado como es el de saborear, y por si todo eso fuera poco, para rematar su inutilidad para el trasiego de una bebida fría, la única forma de sujetarlo es poniendo la manaza, siempre caliente, a su alrededor.  Pero ese era el vaso que siempre te ponían al pedir un gin-tonic, independientemente de la categoría del establecimiento. La diferencia es que en los de mayor fuste, sí tenían copa de balón cuando la solicitabas.  Claro, que aún con copa de balón, el gin-tonic seguía siendo una porquería. ¿Por qué? porque la tónica la ponían caliente, jamás estaba fría, con el efecto de que nada más servirla, la mitad del hielo se convertía en agua y el resultado era que te bebías un gin-water-tonic. Pero yo, una vez más, precursor, exigía la tónica fría, y aquí sí que siempre, siempre, incluso en el Ritz, me topaba con un muro imposible de sortear. La reacción era invariable a mi pregunta de si podían ponerme la tónica fría: el camarero, con un destello de superioridad en la mirada, me respondía como si me estuviera revelando el misterio más insondable del universo: “no se preocupe, le pongo más hielo”.
Así es como yo dejé de tomar gin-tonic. Ahora también dejaría de tomarlo, pero por todo lo contrario. Digo yo que entre la mierda que había antes, y el vaso de macedonia que te ponen ahora, tiene que haber un punto intermedio. Resulta que el gin-tonic está de moda, y las cosas que están de moda, no sé que tienen, pero acaban infectadas de estupidez y eso me produce casi tanto rechazo como el vaso de tubo.
¿Quién me iba a decir a mí, después de tantas peleas mantenidas con diferentes camareros, que aún había una forma de tomar un gin-tonic que me iba a resultar más irritante que la acostumbrada?
Afortunadamente, ahora bebo tal cantidad de vino en la cena, que el gin-tonic es completamente innecesario para acabar una buena velada. Si acaso, una infusión, que tampoco. Precisamente el otro día estaba con mi vecino en un bar de supermoda oye, y el pobre infeliz se pidió un gin-tonic. Mi sorpresa (él estaba acostumbrado) es que traía una bolsita de infusión que tintaba de colorines la mar de vistosos la bebida arrebatándole su sobria presentación y yo diría que su dignidad. Ufano, me dijo: ahora, lo que se lleva es poner los botánicos en bolsa de infusión.
No entiendo qué hago con mi vecino tomando copas, la culpa es mía.
Así es mucho más cool, me dijo para rematar la faena.






8 comentarios:

  1. ja ja ja ja, muy bueno. Lo suscribo al 100%. A mi me han llegado a mosrar un estuche de madera lleno de vayas y cosas secas, probablemente frutas deshidratadas, para que eligiera las que queria poner.Son la monda.

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    1. deberían ser la monda, de limón, y nada más que eso ;-))

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  2. Muy de acuerdo con lo que dices (salvo lo de la tónica caliente, que no recuerdo que fuese tan generalizado como apuntas). Antes se servían unos gintonics de mierda. En cuanto a lo de tomarlo en copa, no fuiste el primero: fuimos los primeros, allá por los lejanos tiempos de Pessoa. Pero lo peor llegó después. Yo era, como sabes, adicto al gintonic, y de repente pasó de moda. Beber gintonic era cosa de viejunos y lo verdaderamente moderno eran los combinados de ron. Pero pasan unos años y, zas, lo cool más cool de lo cool es el gintonic, pero con ginebra carísima, tónica rarísima y toda suerte de aderezos. En fin...

    Hay mucha gilipollez en torno al gintonic, es cierto. Igual que la hay en torno al vino. Porque, al parecer, no basta con que a uno le guste el vino; no, ni mucho menos: hay que ser un experto en vino. Pues no, mireusté, no hay tantos expertos, pero sí muchos gilipollas, beban vino o gintonic.

    Y ya que hablamos de alcoholazos, ¿cuándo demonios se servirán buenos daikiris en Madrid?

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  3. ciertamente, tú estás en el grupo de pioneros hacia el gintonic en copa, pero lo de la tónica fría no lo recuerdo yo, yavestú. Si recuerdo que en algunos sitios ponían Fintley y eso era un añadido al suplicio.

    El vino, para entender de vino, basta con saber si te place y llena de gozo, te deja indiferente, o te dan ganas de aporrear a quién te lo ha servido. Lo demás es adorno.

    En cuanto a los daikiris, cuánta razón tienes madre mía, cuanta razón. Ahora pasa con el daikiri lo que pasaba con el gin-tonic, que nadie es capaz de prepararlo bien. Y los sitios donde lo preparan bien, te dan sartenazo. Recuerdo sin embargo que en la Casa de Cuba, las jarras que ponían para cenar con daikiri, estaban bastante bien, de gusto y de precio.
    habrá que esperar a que se pongan de moda y llegue la tontería

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    2. Pues debió ser cosa de la educación recibida, porque yo también era de gintonic, bicho raro, pero no recuerdo quién nos daba la clase de gintonic o si es que Don Julián llegaba a clase tocado del combinado y nos daba aliento con sus efluvios y nos convertimos todos.
      Hablas de Fentley, pero te daría yo a probar una tónica Youki de Burkina (siempre del tiempo, por supuesto, y no te imaginas qué tiempo suele hacer) para que vieras que aquello era el Paraíso.

      Con el vino pasan las mismas tonterías, recuerdo una vez en una cena con amigos que se echaban las manos a la cabeza porque habían pedido un Ribera de Duero, después de mirar como comprendiendo la carta de vinos y yo pedí la carta de gaseosas (que no tenían, por cierto, ¡mierda de restaurante!) al final ni Revoltosa, ni Pitusa, niLaurel de Baco, ni nada, me tuve que conformar con La Casera, que parece que es la única que ha resistido el embate de las marcas extranjeras (mira que no haber utilizado como argumento de venta el 0% calorías hasta hace escasos 2 años…).
      Cuando se pusieron a gritar les tranquilicé diciéndoles que si el vino era bueno era imposible que estropeara la casera, aún así miraban para otra parte, como si estuviera cometiendo un crimen...

      Me vuelvo a España el 17 y estoy hasta el 19, incluido. Es poco tiempo pero podíamos tomarnos un gintonic (te dejo que lo prepares, que yo soy más de beberlo)

      Ya me dices si nos vemos o pasamos de nosotros mismos, cual moda pajillera, digo pasajera

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  4. Lo cierto es que nunca he probado un gintonic. A los ventipocos años desarrollé una extraña alergia al alcohol que rara vez me permite tomar más de un sorbo. Aunque, de todas formas, nunca he sido un gran aficionado al tema en cuestión. Ahora, eso sí, estoy tan poco habituado a su consumo que, el día que el organismo me permite consumirlo sin peligro, con una sola cerveza acabo más ciego que un topo cara al Sol.

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    1. Ser alérgico al alcohol tiene un lado bueno: con muy poco dinero puedes conseguir resultados sorprendentes.

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