Antes,
de la tele sólo veíamos los documentales de la Dos, ya lo sabemos, pero la cosa
ha cambiado una barbaridad. Ahora ya nadie se acuerda de los ñus cruzando el
río Mara ni de los elefantes en el Serengeti, ahora lo único que vemos de la
tele son series. Y eso se nota en todo. La proliferación de series en
televisión ha modificado la realidad de la misma forma que un planeta gigante,
o mejor, un agujero negro, modifica el tejido del espacio-tiempo (eso lo sé porque lo vi en
un documental de la Dos).
La forma
de hablar, de vestirnos y hasta la música que nos gusta, viene sin que nos
demos cuenta, determinada en gran medida por las series de moda. Es lógico, hay
que estar muy vigilante para no sentirse influenciado por lo que vemos, a veces
con desmesurado entusiasmo. Conozco gente que se tira un día entero viendo la
última temporada, completa, de su serie favorita que a lo mejor son catorce
episodios. Así, todos seguidos, plas, plas, plas… Eso, desde luego no ocurría
con los documentales de la Dos, lo más lejos que llegábamos era ver tres
capítulos seguidos de la Guerra del Pacífico y al final nuestra atención ya no
era capaz de asimilar qué había pasado en la batalla de Midway.
Hay aspectos en los que la influencia que sobre nosotros ejerce el abuso de series, día a día, y en mi caso noche a noche, resulta sorprendente y muy gratificante. Yo antes de tanta serie, soñaba como todo el mundo, me conformaba con lo que hubiera en ese momento, pero ahora lo hago seleccionando los sueños que me apetecen para esa noche, de la misma forma que elijo la serie que quiero ver. Los tengo de variado contenido: que vuelo sin problema dando un simple salto, que puedo respirar bajo el agua, que estoy en una casa encantada…, sueños eróticos, por supuesto, y otros angustiosos en los que me veo suspendiendo un examen después de haberlo preparado concienzudamente o que me persigue un toro sin que yo pueda escapar. Elijo el sueño que me apetece para esa noche, y hala, a disfrutarlo… hasta que suena el despertador a las siete de la mañana y me deja en mitad de lo que estuviera haciendo en mi sueño, y aquí es donde viene lo mejor. Resulta que luego, por la noche, puedo seguir con el sueño en el mismo punto en que lo dejé el día anterior, exactamente igual que hago con los episodios de las series. ¿No es fantástico? Naturalmente también lo puedo retomar en la siesta, o en la cabezadita que normalmente me doy cuando cojo el tren de cercanías.
He de
confesar que últimamente me busco cualquier excusa para quedarme frito un ratín
y ver cómo sigue el sueño que estaba viviendo en ese momento, de hecho, hay
días que me paso todo el rato durmiendo, es decir soñando. Este artículo, por
ejemplo, lo he escrito soñando que era un afamado escritor de artículos y que
me pagaban 1.000 euros por cada uno. Probablemente me suba el precio dentro de
poco.
En mi
próximo sueño veré como me gasto parte de mi fortuna acumulada.
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