Hemos cortado el suministro de abrazos y besos y aunque no hayan sido inmediatos los efectos del corte, ya han aparecido con claridad. Todo el mundo habla de la crispación que existe en todos los ambientes, sobre todo en la política donde sus protagonistas nos ofrecen diariamente su comportamiento patán y grosero; quizá su crispación la transmiten al resto de ciudadanos que estúpidamente imitamos su comportamiento deleznable. En cualquier caso, esa crispación puede ser efecto del corte en el suministro de abrazos y besos que estamos padeciendo. A mí no me extrañaría y por eso aquí me tenéis, escribiendo sobre los abrazos y su ausencia.
Existen muchos tipos de abrazos, el más elemental es parte de un ritual cotidiano, nada más un gesto dentro de la comunicación no verbal sin mayor alcance pero que también tiene su importancia. En este grupo podemos incluir el abrazo social que damos en los pésames y momentos de infortunio y el abrazo de bienvenida cuando nos encontramos con alguien que hace un moderado tiempo que no vemos.
Luego está, subiendo en la escala de la involucración emocional, el abrazo de complicidad con el que mostramos nuestro apoyo de paso que nuestro afecto. Por supuesto también existe el abrazo falso, un intento de engaño, inevitable en cualquier expresión humana pero ese nadie lo echa en falta.
Por fin llegamos al abrazo verdadero, el que ni se compra ni se vende porque no hay en el mundo dinero para comprar los quereres. Unirse con las cabezas muy pegadas, apretando el pecho, el cuello ensortijado en brazos ajenos, enroscados uno en el otro durante unos segundos con la respiración contenida, ese abrazo, la madre de todos los abrazos, es un tesoro, y también nos lo estamos quitando.
Según todos los psicólogos los efectos beneficiosos de los abrazos están fuera de toda duda, se desatan ciertos neurotransmisores y aumenta el nivel de oxitocina, la hormona llamada de la felicidad porque desencadena efectos de tranquilidad y dicha. Yo creo que es obvio que vivimos en una sociedad con carencia de oxitocina.
Ahora, cuando nos vemos o despedimos nos damos un breve codazo, con cariño, pero no deja de ser un codazo y jamás puede sustituir a un abrazo sin que tenga fatales consecuencias.
Para terminar, citaré a Edward Paul Abbey, un curioso escritor estadounidense que además era guarda forestal:
"Sólo creo en lo que puedo besar o abrazar, el resto es humo".