martes, 30 de marzo de 2021

Abrazo





El valor de las cosas lo encontramos cuando dejamos de tenerlas. Somos así de tontos, necesitamos perder algo para apreciarlo. Nadie le da importancia, por ejemplo, a que con un simple giro de muñeca caiga sobre nuestras cabezas un profuso chorro de agua caliente. Que te corten el suministro y verás si le das importancia. Así con todo, lo que pasa es que algunas ausencias, como el ejemplo del agua caliente, se hacen notar en seguida, mucho más que otras que al principio pasan desapercibidas.

Hemos cortado el suministro de abrazos y besos y aunque no hayan sido inmediatos los efectos del corte, ya han aparecido con claridad. Todo el mundo habla de la crispación que existe en todos los ambientes, sobre todo en la política donde sus protagonistas nos ofrecen diariamente su comportamiento patán y grosero; quizá su crispación la transmiten al resto de ciudadanos que estúpidamente imitamos su comportamiento deleznable. En cualquier caso, esa crispación puede ser efecto del corte en el suministro de abrazos y besos que estamos padeciendo. A mí no me extrañaría y por eso aquí me tenéis, escribiendo sobre los abrazos y su ausencia.

Existen muchos tipos de abrazos, el más elemental es parte de un ritual cotidiano, nada más un gesto dentro de la comunicación no verbal sin mayor alcance pero que también tiene su importancia. En este grupo podemos incluir el abrazo social que damos en los pésames y momentos de infortunio y el abrazo de bienvenida cuando nos encontramos con alguien que hace un moderado tiempo que no vemos.

Luego está, subiendo en la escala de la involucración emocional, el abrazo de complicidad con el que mostramos nuestro apoyo de paso que nuestro afecto. Por supuesto también existe el abrazo falso, un intento de engaño, inevitable en cualquier expresión humana pero ese nadie lo echa en falta.

Por fin llegamos al abrazo verdadero, el que ni se compra ni se vende porque no hay en el mundo dinero para comprar los quereres. Unirse con las cabezas muy pegadas, apretando el pecho, el cuello ensortijado en brazos ajenos, enroscados uno en el otro durante unos segundos con la respiración contenida, ese abrazo, la madre de todos los abrazos, es un tesoro, y también nos lo estamos quitando.

Según todos los psicólogos los efectos beneficiosos de los abrazos están fuera de toda duda, se desatan ciertos neurotransmisores y aumenta el nivel de oxitocina, la hormona llamada de la felicidad porque desencadena efectos de tranquilidad y dicha. Yo creo que es obvio que vivimos en una sociedad con carencia de oxitocina.

Ahora, cuando nos vemos o despedimos nos damos un breve codazo, con cariño, pero no deja de ser un codazo y jamás puede sustituir a un abrazo sin que tenga fatales consecuencias.

Para terminar, citaré  a Edward Paul Abbey, un curioso escritor estadounidense que además era guarda forestal: 

"Sólo creo en lo que puedo besar o abrazar, el resto es humo".




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jueves, 18 de marzo de 2021

Ser uno mismo

 




Hace poco he estado en el veterinario, ningún motivo personal, ha sido por mis gatos, y me dijo que eran buenísimos, igual de buenos que mis dos gatos anteriores a los que también trató. Casualidad, dije yo y él enseguida me corrigió. No, verás, me dijo, los gatos son según son sus dueños y el trato que reciben de ellos. Me acordé de Ortega y Gasset y de su célebre frase y luego me acordé de mi madre.  Todo el mundo dice que yo soy como mi madre, lo cual no es de extrañar y me enorgullece, sin embargo el sentido del humor es de mi padre. También son de él otros rasgos de mi carácter que me definen como persona y que no voy a detallar por formar parte de los secretos de familia. Mis ojos pertenecen a mi abuelo paterno y de mi abuela tengo la forma de sonreír y los andares. Me gusta el vino desde hace exactamente los mismos años que hace que conocí a mi mujer, debido a que fue ella quién me introdujo en ese fantástico mundo, yo antes no salía de la cerveza. Los chipirones en su tinta me encantan gracias a un amigo mío vasco que los prepara de maravilla y soy entusiasmado lector de ciencia ficción por un amigo del colegio que no paraba de recomendarme las mejores novelas del género.

De mi tía es mi amor por los animales y mi repulsa por la salsa alioli. Mi madre me decía que reacciono exactamente igual que su padre, mi abuelo materno a quién no conocí, frente situaciones de injusticia y también comparto con él el amor por la ciencia. No soporto a los niños, igual que no los soportaba otro tío mío que jamás me aguantó y hasta que cumplí los veinte años nunca me dirigió la palabra. 

Mi falta de tenacidad no sé de quién será pero tal como están las cosas hay muchas probabilidades de que también sea prestada, aunque a estas alturas de mi vida la considero ya regalada. 

Si sigo analizando todas las características que conforman mi personalidad, mi pura esencia, me doy cuenta de que nada es mío, mío. Entonces, ¿quién coños soy yo?

Bueno, me queda el consuelo, la esperanza más bien, de que quizá mi falta de tenacidad sí sea exclusivamente mía y nada más que mía. Algo es algo.





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viernes, 12 de marzo de 2021

Punto limpio

 




Últimamente estoy frecuentando muchísimo el punto limpio y he sacado algunas conclusiones sobre estos lugares de reciclaje que entran más en el terreno de la filosofía que de la ecología. Un punto limpio, bajo su aparente funcionalidad para deshacerse de los trastos viejos, oculta una intención mucho más profunda. Y no solo es intención lo que oculta, tampoco quedan a la vista las conclusiones que se pueden sacar observando a la gente que acude a desprenderse de aquello que considera que ya no le va a ser de utilidad, hay que estar atento para descubrir toda la información que se puede sacar. 

Para empezar, cuando alguien lleva cosas que podría dejar en el cuarto de las basuras o directamente en la calle, ya podemos decir que se trata de gente educada, pues es más cómodo tirar el aceite que queda de la lata de mejillones por el fregadero o los cartuchos de la impresora al cubo de la basura, incluso abandonar un colchón de aspecto miserable en la acera cuando nadie te ve, que molestarse en ir la punto limpio, en adelante P.L. Entonces podemos decir que el P.L. ejerce una función discriminatoria, eligiendo a los más cuidadosos y respetuosos con el medio ambiente y dejando fuera a los sucios e insensibles ciudadanos. 

Tambien el P.L. segmenta a sus usuarios por estratos sociales, de modo que según la birria que llegue a sus contenedores, podemos deducir el nivel de vida de quien lo ha arrojado. Marcas de ordenadores y el estado en que se encuentran, por ejemplo, varían mucho según la pasta de quien lo haya estado utilizando hasta el momento en que ya pasan a mejor vida. La sección de papel también ofrece una información valiosísima sobre los que vacían bolsas llenas de revistas, papeles, documentos e incluso libros. Puedes saber hasta la edad y a qué se dedican los recicladores. 

Es fácil seguir sacando conclusiones de este tipo así que paro, la idea ya ha quedado suficientemente clara. Pasemos ahora al otro punto, mucho más importante, sobre los P.L. que decía al principio, sus consideraciones filosóficas.

Como ha quedado claro, últimamente visito mucho el P.L., con amargura he de añadir, pues pocas cosas que abandono allí realmente me molestaban. He dicho "abandono" a conciencia. A un P.L. hay que ir a tirar cosas, no a abandonarlas, la diferencia está en el vínculo que cada cual ha creado con esas cosas, y por tanto la sensación cambia de sentir alivio, a notar dolor de conciencia. 

Los últimos 26 años de mi vida he estado viviendo en una casa en la que he ido acumulando cosas, muchas cosas he de confesar, que ahora tengo que desprenderme de ellas pues me mudo a otra casa, y ya sabemos que las mudanzas hay que aprovecharlas para romper con el pasado. No sé por qué, pero eso es lo que todo el mundo me dice y aconseja, entiendo que con la mejor intención. Puede ser que tengan razón. Yo lo veo de la siguiente manera. A medida que nos movemos por la vida, nos pasa como a los barcos navegando por los siete mares, exactamente lo mismo, a ellos en el casco y a nosotros en nuestras casas: acumulamos adherencias. Siento que se me han ido pegando un montón de lapas, percebes, mejillones, algas y pequeños crustáceos por todo el cuerpo y ahora no me queda más remedio que desprenderme de todos esos viejos compañeros. Según se mire puede ser un alivio, es lo que me repiten los que me ven cargando cajas en el coche camino del P.L. pero yo no puedo evitar sentir que estoy abandonando una parte importante de mí mismo, esos percebes estaban tan incrustados en mi viejo casco que los voy a echar de menos. 

Y eso que aún me quedan miles de cajas por llevar al P.L. quizá millones, no sé.

En fin.