Siempre que he tenido ocasión he dicho, sacando pecho, que a mí el confinamiento no me produce ningún tipo de malestar especial. Da gusto presumir de mesura y cordura cuando ves que todo el mundo no para de quejarse y de dar muestras de estar a punto de perder la cabeza. Y es verdad, de momento hago un numero razonable de bizcochos, no he ganado ni medio gramo de peso, veo exactamente la misma televisión que antes, poca o muy poca; mi consumo de series se mantiene igual que siempre y sólo sigo las muy, pero que muy recomendadas, y tampoco leo más libros que leía antes de la cuarentena.
Esta confesión da lugar a pensar que yo no salgo de casa de forma habitual, ni ahora que no se puede ni antes que sí se podía, sin embrago eso no es cierto. Más bien todo lo contrario, mi podómetro demuestra que la media diaria de distancia recorrida hasta el día del inicio de la alerta nacional, era de seis kilómetros.
¿Qué sucede entonces? Esto es como ese juego en que aparece un puzzle con doce piezas ocupando un cuadrado perfecto, luego se deshace y se reordena de manera distinta, y observas sorprendido que se ha formado el mismo cuadrado pero sin utilizar una de las piezas. En el caso del puzzle yo sé donde está el truco, pero en mi forma mágica de aprovechar el día antes y después de la cuarentena, no tengo ni idea. Además debo añadir que me falta tiempo para hacer lo mismo que hacía antes, lo cual hace que aumente el misterio y el desconcierto.
Lo primero que se me ha ocurrido para explicar el fenómeno es que se trata de una consideración puramente subjetiva, y que en realidad yo jamás he salido de mi casa, ni antes ni ahora y que mi podómetro no funciona, atascado en los seis kilómetros desde hace años. De ser así estaría todo explicado, no sobraría ninguna pieza en el puzzle y lo que ocurriría es que efectivamente yo me he chiflado y el confinamiento me hace recordar una vida de intensa actividad que jamás he llevado.
Nada mejor que recurrir a hechos constatables y datos fiables para salir de dudas y por esta razón he mirado mi agenda, cerebro insustituible que recuerda todo sin que se le escape, al menos en mi caso, ninguna tarea pendiente. Pues bien, consultado el oráculo, la conclusión es que no se trata de una percepción. Yo antes no paraba, mi agenda está abarrotada de citas, compromisos, comidas, dentistas, revisiones médicas, visitas, cumpleaños, excursiones, reuniones, charlas, exposiciones… Además he mirado los gastos de mi tarjeta de crédito y en gasolina se va una considerable parte, por no hablar de otros consumibles que implican irremediablemente estar fuera de casa.
El puzzle está perfectamente montado ocupando el mismo cuadrado pero la pieza vuelve a sobrar. Y yo sigo sin ver el truco.
Curioso, muy curioso, creo que como siga esta situación me voy a volver majara.