Cuando viajo en
avión, jamás me ha dado por pensar que me pueda pasar algo, ni al despegar ni
durante el vuelo ni en el aterrizaje, sin embargo, en cuanto llego a mi destino
y estoy delante de la cinta transportadora de equipaje, siempre me pongo en lo
peor. No hay vuelo que yo haga que no tenga la firme certeza de que mis
maletas se han perdido. Nada más bajar del avión ya me empiezo a angustiar y a
preguntarme qué voy a hacer durante tanto tiempo en esa ciudad sólo con lo
puesto. Cuando llego a la zona de recogida de equipajes la cinta aún no está en
marcha pero la ansiedad que me produce ya ha empezado a atormentarme. De
repente, tras un ruido característico de arranque, se pone en movimiento y
empiezan a aparecer las primeras maletas que desfilan tambaleándose indisciplinadamente,
mareadas después del trayecto. Todos los viajeros escrutamos el despliegue de
bultos como águilas al acecho de sus presas, y enseguida aparecen manos que
empiezan a capturar lo que es suyo en un continuo revuelo. Me recuerda el
festín que se dan los cormoranes cuando encuentran un banco de arenques. De mi
maleta por supuesto ni rastro.
Luego, poco a
poco los pasajeros se van alejando satisfechos con los carritos repletos de
maletas. No puedo evitar mirar de reojo por si alguno ha tenido la indecencia o
el error de capturar la mía. Tampoco puedo evitar pensar que cómo puede alguien
viajar con tal cantidad de equipaje, me parece una barbaridad, los riesgos de
perder algo se multiplican innecesariamente. Al final quedamos no más de diez
personas que nos miramos con la complicidad de los que están condenados a
muerte. Luego de diez pasamos a nueve, ocho…, cinco, y en ese momento ya me
siento el hombre más perdido del mundo. Estar en un aeropuerto, en una ciudad
lejana, sin maleta, es la imagen de la desolación.
He consultado
los datos que hay sobre este asunto y solo en Europa, se pierden 10.000 maletas
al día, pero no todas se recuperan; el 15 % acaban en el olvido. Eso significa
que al cabo del año, hay 547.500 maletas que jamás llegarán a manos de sus
dueños. ¿A dónde van a parar? ¿Qué pasa con todas esas camisas limpias,
pijamas, neceseres, zapatos para ir a la ópera o a la playa, calzoncillos,
regalos absurdos para amigos que hace tiempo que no vemos, incluso máquinas
fotográficas? Pues pasa que acaban en una subasta. En el aeropuerto de
Frankfurt, por ejemplo, se subastan al día 400 maletas distribuidas en pequeños
lotes. La subasta es a ciegas y no sabes lo que te va a tocar, salvo que seas
uno de los muchos especialistas que acuden con la esperanza de encontrar algún
tesoro en alguna de las maletas que adquieren. “Huelen” el lote que puede ser
más interesante y pujan por él como los marchantes entendidos en arte lo hacen
en Sotheby’s. Esto me hace pensar en que realmente hay gente para todo. También
me hace pensar si no es más interesante pujar por un montón de maletas perdidas
cuyo contenido es un enigma, que por un
cuadro que ya sabemos de antemano lo que puede valer. Y no olvidemos el morbo
de hurgar en una maleta ajena, que no tienes ni la menor idea de a quién
pertenecía. Impagable.
Personalmente, a
mí todo esto me resulta muy reconfortante, pues prefiero pensar que mi
estupenda chaqueta que iba en la maleta que me perdió American Airlines en San
Francisco, finalmente alguien la pudo lucir con mi elegancia. Una elegancia
adquirida en una subasta.
Hay una parte de alma robada en cada maleta perdida...
ResponderEliminarsin ninguna duda, y en mi caso, la totalidad de mis camisas de verano. ;-))
ResponderEliminarPeor que perder una maleta es perder un niño. No necesariamente en un aeropuerto; en cualquier parte. Yo he perdido dos: mi sobrina y mi hijo Pablo; ella en el zoo y él en un VIP´s. Pasé muy mal rato, sobre todo en el caso de mi sobrina; en primer lugar porque di por hecho que se la había comido un mandril, pero sobre todo ¿qué le iba a decir a sus padres? Decidí poner cara de póker y decirles "¿Niña? ¿Qué niña?". Afortunadamente aparecieron los dos. La cuestión que me planteo a la luz de tu apasionante artículo es: Los niños perdidos que no aparecen, ¿se subastan?
ResponderEliminar¿peor que perder una maleta es perder un niño? Depende de si la maleta es tuya y de quién sea el niño. Estoy de acuerdo en que hay cosas mucho peores que perder una maleta incluso en el caso de que sea tu maleta. Por ejemplo perder un huevo; no tiene que ser propio, puede tratarse de perder un huevo de dinero.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de si se subastan los niños perdidos que no aparecen, supongo que sí, ¿qué otra cosa se puede hacer con ellos? ;-))